“El divorcio fácil ha disminuido los índices de felicidad matrimonial”

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La reforma del divorcio aprobada en España hace cuatro años permite disolver el matrimonio a petición de una sola parte y sin necesidad de alegar causa si no hay consenso, sin separación previa y a partir del cuarto mes desde la boda (el llamado “divorcio exprés”). Ya se ha notado un aumento de divorcios tras la entrada en vigor de la ley, pero aún es pronto para conocer las consecuencias a más largo plazo. Un régimen de divorcio semejante existe en Estados Unidos desde hace justo 40 años. Bradford Wilcox, director del National Marriage Project de la Universidad de Virginia, ofrece un balance en una entrevista publicada originalmente en MercatorNet.

A partir de 1969, los estados norteamericanos, empezando por California, fueron aprobando el divorcio sin causa, que hoy está generalizado en el país. El Prof. Wilcox ha estudiado las repercusiones que la reforma ha tenido, no solo en el número de divorcios, sino también en la distribución de las rupturas entre las distintas capas de la población, y en la misma concepción del matrimonio. En la citada entrevista, de la que traducimos una parte, explica algunas conclusiones de su trabajo.

El futuro de estos niños es sombrío. Como muchos de sus padres no permanecerán unidos, gran parte de esos hijos crecerán sin el beneficio de tener a sus padres en la misma casa. Se enfrentarán a graves riesgos de depresión, delincuencia, absentismo escolar y otros problemas asociados con la ausencia de uno de sus progenitores, normalmente el padre.

La segunda mala noticia es que el divorcio ha seguido creciendo desde 1980 entre parejas sin estudios superiores, mientras que ha descendido notablemente entre los que fueron a la universidad. Se está abriendo, pues, una gran brecha entre las familias relativamente bien situadas social y económicamente, cuyos hijos tienen la suerte de crecer en matrimonios duraderos; y familias con menos recursos, cuyos hijos no pueden disfrutar de una vida familiar estable en torno a un matrimonio sólido.

¿Por qué tantos matrimonios fracasan? ¿Cuáles son las principales causas de divorcio hoy?

— Son varias las causas de divorcio: infidelidad, insatisfacción con el nivel emocional o de intimidad sexual, el deseo de un nuevo comienzo a mitad de vida, maltratos, etc. Lo cierto es que muchos de los retos a los que se enfrentan las parejas son los mismos a los que se han enfrentado los cónyuges desde el comienzo de la historia humana. Algunos de ellos giran en torno a maneras de enfocar las relaciones por parte de hombres y mujeres; otros tienen que ver con problemas materiales que afectan a las parejas en el marco de la nueva economía (en particular a las de renta baja); y otros se relacionan con fenómenos novedosos del matrimonio en el mundo contemporáneo, desde la pornografía en Internet a la difusión de la mentalidad de “tenerlo todo” en trabajo, ocio y vida familiar.

Los hijos, víctimas del divorcio

La idea de “permanecer unidos por el bien de los hijos” parece haber desaparecido. ¿Es siempre malo el divorcio para los hijos? ¿Hay pruebas de esto?

— Muchos adultos no piensan hoy que los cónyuges deban permanecer unidos por el bien de los hijos. Creen que los niños estarán contentos si lo están los padres, aunque se divorcien. Pero este planteamiento individualista no concuerda con los hechos. Según varias investigaciones, un tercio de los divorcios que afectan a los hijos están relacionados con altos niveles de conflictividad matrimonial (peleas, malos tratos, etc.). En esos casos vendrá bien a los niños la separación de sus padres.

Pero dos tercios de los divorcios son de parejas con bajo nivel de conflictividad (descontento de un cónyuge, cierto distanciamiento entre ambos, uno de ellos cree que estaría más a gusto con otra persona, etc.). En esos casos, es más frecuente que los niños sufran problemas como depresión o consumo de drogas. Además, en este segundo caso se rompe la fe de los niños en la fidelidad matrimonial, así como su confianza en los demás, porque han visto cómo sus padres rompían su compromiso conyugal por razones que no les parecen justificadas.

En consecuencia, quienes de niños fueron criados en esos hogares tienen más probabilidades de divorciarse ellos mismos, en comparación no solo con los que proceden de hogares estables, sino incluso con los hijos de parejas conflictivas. Así, los hijos de divorciados tienen un 89% más de probabilidades de divorciarse que los que proceden de matrimonios que no rompieron. Una de las más tristes consecuencias del divorcio, como se ve, es que multiplica drásticamente el número de niños que padecen la misma herida.

Pero los adultos se muestran más satisfechos cuando, ante el fracaso de su matrimonio, ponen distancia entre sí.

— Depende. Como he señalado en mi trabajo, a veces los cónyuges que abandonan el matrimonio de mutuo acuerdo pueden quedar más contentos. Pero el cónyuge que es abandonado, sobre todo cuando no es responsable de ninguna falta significativa de su compromiso de fidelidad, queda a menudo muy afectado tras la experiencia del divorcio. El estrés emocional y el problema económico que lleva consigo un divorcio también influye mucho: la investigación es muy clara en este sentido.

Brecha entre ricos y pobres

Los partidarios del divorcio fácil solían alegar que aumentaría el bienestar general de los matrimonios el hecho de que al cónyuge descontento se le permitiera romper su compromiso sin aducir causas. ¿Ha sucedido así?

— No, no ha sucedido así: el bienestar matrimonial ha decaído desde los setenta, cuando tuvo lugar la revolución divorcista, incluso ahora que supuestamente se ha puesto fin a los matrimonios “desgraciados”. ¿La razón? Que sobre muchos matrimonios planea una nube de incertidumbre y desconfianza precisamente porque el divorcio rápido, unilateral, se ha convertido en un modo habitual de actuar.

La investigación demuestra que tras la generalización del divorcio sin causa, marido y mujer invierten menos en el otro, tanto económica como emocionalmente. Y, claro, menor inversión da lugar a menor rendimiento. Dicho de otro modo, si en los matrimonios los cónyuges prefieren guardarse algo, entonces tampoco apostarán por el máximo nivel de confianza, de seguridad emocional o de compartir bienes que permite un matrimonio firme. Por eso la revolución del divorcio ha llevado consigo una caída en los índices de felicidad matrimonial.

¿Qué ven en el matrimonio las parejas norteamericanas con más recursos y formación que no ven las menos privilegiadas?

— Creo que muchos jóvenes con formación universitaria han caído en la cuenta por las investigaciones de los especialistas, por su propia experiencia en familia y por algunos medios de comunicación que el divorcio resulta muy doloroso tanto para ellos como para sus hijos. Se dan cuenta de que un divorcio supone poner en riesgo el hogar, el futuro de los hijos, la jubilación. Por eso, los jóvenes de clase media y alta cuidan sus matrimonios más que los de los setenta. Estamos viendo el resultado de este cambio cultural en las comunidades con más recursos y esto es alentador. Pero ahora hay que ver cómo animar a las clases más modestas a fortalecer el matrimonio en su entorno; este es el gran reto de las políticas familiares en EE.UU. y en buena parte de la sociedad occidental.

¿Qué más puede hacerse para fortalecer el matrimonio?

— Déjeme añadir que, dada esa gran brecha que se da entre los matrimonios ricos y los pobres, necesitamos medidas políticas y económicas que fortalezcan la economía de las familias con menos recursos. Al fin y al cabo, los matrimonios fuertes se construyen sobre valores firmes, pero también sobre una estabilidad económica igualmente sólida. Esto es algo que los conservadores, que suelen pensar sólo en términos culturales cuando hablan de los retos de las familias, necesitan tener muy presente en adelante.

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