Tanta polémica había provocado la concesión del doctorado honoris causa a Barack Obama en la universidad católica de Notre Dame, que el presidente debía mostrarse en su discurso de investidura como un político moderado, en busca de consenso. Y así fue. Siguiendo la línea que le ha llevado a la presidencia, trató de dar a entender que comprendía a todos, partidarios y adversarios del aborto, y que en estas y en otras cuestiones polémicas todos debían “encontrar un modo que nos permita vivir juntos”.
El mensaje era conciliador: todos respetamos la vida, para todos el aborto es una tragedia, busquemos un terreno común, en el que cada uno pueda mantener sus principios sin caricaturizar al adversario. El tono inclusivo casi podía llevar a olvidar que el aborto supone precisamente la exclusión de un tercero, el feto, el más débil.
En la búsqueda de un terreno común, Obama empezó diciendo: “Quizá no estamos de acuerdo en el tema del aborto, pero podemos estarlo en el hecho de que es una decisión desgarradora para cualquier mujer, tanto por su dimensión moral como espiritual”.
Sin duda es así en el caso de algunas mujeres, cuyo drama merece comprensión y una ayuda mucho más amplia que la del aborto. Quizá esta decisión dolorosa tenga que ver con el síndrome post-aborto, cada vez más reconocido en la literatura médica, aunque los “pro choice” se empeñen en ignorarlo. Pero no es este el caso de las que solo quieren hablar del aborto como un derecho inalienable de la mujer, que puede utilizar sin dar explicaciones a nadie, como un recurso de última instancia para el control de la natalidad. No parece que para ellas sea un problema de los que encogen el corazón. Aquí Obama atribuye una preocupación moral precisamente a las mujeres y a los hombres que quieren que la ley olvide cualquier enfoque moral sobre el aborto, para no reconocer más que su libre decisión.
A muchos de ellos se les podría aplicar lo que el propio Obama dice en el mismo discurso poco antes sobre los que “ven la vida solo a través de las lentes de su propio interés y de un craso materialismo”. También en el caso del aborto “los fuertes a menudo dominan a los débiles” y “encuentran cualquier justificación para su propio privilegio”.
Obama habló de “abrir los corazones a aquellos que no piensan o sienten como nosotros”. Eso siempre suena muy bien. Pero, después de abrir los corazones y de escuchar las razones del otro, hay que hacer leyes, y decidir lo que está bien y lo que está mal, lo que la sociedad está dispuesta a permitir y lo que ha de prohibirse. Porque si no, también tendríamos que abrir los corazones a los racistas, que quieren tener el derecho a decidir sobre la raza de sus empleados o de sus inquilinos; y a los empleadores que son pro elección a la hora de pagar menos a los inmigrantes; y a los empresarios que, ante el dilema de respetar las leyes medioambientales o reducir los costes, optan por la contaminación.
El presidente americano reconoció que en este tema “cada lado seguirá planteando sus argumentos al público con pasión y convicción. Pero debemos poder hacerlo sin reducir a la caricatura a aquellos que tienen puntos de vista diferentes”. Sin embargo, el propio Obama incurrió en un sofisma cuando dijo que “aquellos que están en contra de la investigación con células madre pueden estar convencidos de que la vida es sagrada, pero también los padres de un niño con diabetes están convencidos de que el sufrimiento de su hijo o hija puede tener cura”. En realidad, las críticas se dirigen contra la utilización de células madre embrionarias, que suponen destruir esos embriones; y eso no equivale a privar de ayuda a los niños con diabetes, pues las células madre embrionarias no han dado origen a ninguna terapia, mientras que las únicas aplicaciones médicas están surgiendo de la investigación con células madre adultas, a las que nadie se opone.
En busca de un “terreno común” entre partidarios y adversarios del aborto, Obama invitó a “trabajar juntos” para disminuir el número de abortos reduciendo los embarazos no deseados, facilitando la adopción y aumentando la ayuda a las embarazadas en dificultad. Un programa en el que ciertamente puede haber una causa común, y de hecho en el Congreso americano hay una propuesta de ley en este sentido, presentada por un grupo de parlamentarios demócratas (cfr. Aceprensa 11-05-2009).
Pero será difícil conseguir tal cosa si el aborto se considera un derecho irrestricto, una conquista feminista indiscutible. La experiencia de los países que así lo consideran demuestra que sigue siendo un fenómeno masivo, no una excepción. Pues la legalización del aborto ha reducido tanto el valor de la vida humana prenatal que ha pasado a ser normal suprimirla por cualquier conveniencia.
La retórica moderada de Obama en Notre Dame no puede hacer olvidar que su historial como senador revela que siempre ha estado en contra de cualquier limitación del aborto. Tampoco es una caricatura de su posición recordar algunas medidas que ha tomado en los cien primeros días de presidente: ha nombrado para altos puestos a promotores del derecho al aborto; ha levantado la prohibición de financiar a organizaciones de planificación familiar que proporcionan abortos en el extranjero; ha quitado financiación a campañas de educación sexual que promueven la abstinencia; y está pendiente de revisar una orden dada por Bush para defender la objeción de conciencia de profesionales sanitarios que rechazan el aborto.
Quizá ha abierto su corazón a los defensores del derecho a la vida; pero en el terreno común de su política por ahora solo juegan los de un equipo.
Ver texto íntegro del discurso de Obama.