Seducidos por la muerte

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El debate sobre la eutanasia suele girar en torno a casos límite. Pero la ley se hace para la generalidad, y por eso es necesario atender a los resultados de los pocos países que la han legalizado. Así lo hizo el Dr. Herbert Hendin, al estudiar sobre el terreno la experiencia de Holanda, y donde habló con sus principales promotores. Hendin es catedrático de Psiquiatría en el New York Medical College y una autoridad en la prevención del suicidio. Ofrecemos una selección de párrafos de su libro Seducidos por la muerte, que acaba de traducir la editorial Planeta (1).

Eutanasia sin consentimiento

El estudio Remmelink [un estudio oficial de 1990 sobre la práctica de la eutanasia en Holanda] utiliza una expresión aún más cruda, «terminación del paciente sin su petición explícita», para referirse a la eutanasia realizada sin el consentimiento del paciente tanto si es éste competente para decidir como si es sólo parcialmente competente o simplemente incompetente.

El estudio revela que en más de mil casos el médico admitió haber causado o acelerado la muerte del paciente sin que éste lo pidiera. En un 30 por ciento de esos casos, la razón aducida fue la imposibilidad de tratar el dolor de manera efectiva. En el 70 por ciento restante, las razones aportadas fueron variadas, desde un «le faltaba calidad de vida» hasta un «se le retiró el tratamiento, pero el paciente no moría». La Comisión Remmelink no consideró que esto supusiese un problema desde el punto de vista moral, pues el sufrimiento de esos pacientes era «insoportable» y, en cualquier caso, habrían muerto normalmente pronto. El 27 por ciento de los médicos indicaron que habían terminado la vida de algún paciente sin petición alguna; otro 32 por ciento dijo que, llegado el caso, así lo harían.

(…) Yo tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría Eugene Sutorius [célebre abogado defensor de médicos en casos de eutanasia] al decirle que miles de pacientes lúcidos y no lúcidos eran llevados a la muerte sin su consentimiento. Cuando se lo comenté me dijo que había momentos en los que los médicos sentían que tenían que actuar porque los pacientes o las familias no podían hacerlo. Sabía de un caso en que un doctor había puesto fin a la vida de una monja unos días antes de que hubiera fallecido por muerte natural porque tenía muchos dolores y el médico sabía que las convicciones religiosas de la monja no le permitían pedir la eutanasia. Sutorius no encontró ningún argumento, sin embargo, cuando le pregunté por qué no se le había permitido a la monja morir de la forma en que quería. (…)

«El médico decide»

En el caso de un paciente que no puede decidir por sí mismo, ¿quién debe decidir si debe vivir o morir? El profesor Joost Schudel, director del subcomité de la KNMG [Real Sociedad Holandesa de Medicina] sobre decisiones médicas para la terminación de la vida, que se encarga de las decisiones de poner fin a la vida de pacientes que no son mentalmente competentes, declaró sin ambigüedad: «El médico decide».

El profesor Schudel me explicó que el criterio rector que el médico debe seguir con esos pacientes es el de preguntarse a sí mismo si él aceptaría vivir si estuviera en su lugar. Le pregunté si los familiares podrían decidir que el paciente siguiera con vida y Schudel repitió que no, que «el médico decide», añadiendo que Holanda no es Estados Unidos, donde los pacientes tienen más importancia en las decisiones médicas. Parece que en el contexto holandés la relación entre el paciente y su médico está alcanzando una nueva dimensión en la que los deseos del doctor se suponen idénticos a los del paciente.

En pacientes dementes

(…) En cierta forma, los holandeses están como atrapados en lo que se refiere a los pacientes con demencia. Según su definición, la eutanasia sólo es posible en pacientes lúcidos, así que no pueden aprobarla para personas dementes. Los pacientes que sienten los primeros síntomas de alzheimer pero que temen que su enfermedad empeore pueden, mientras estén todavía lúcidos, pedir la eutanasia y recibirla. Pero no pueden dejar pedido que se les aplique cuando pierdan su lucidez. Esos pacientes deberán, pues, terminar su vida meses o años antes de lo que hubieran deseado. Un psiquiatra holandés que temía la carga que su propia demencia pudiera suponer un día para su familia me dijo que eso era precisamente lo que pensaba hacer.

La KNMG ha modificado algo esa posición declarando que si una seria demencia viene acompañada de fuertes dolores físicos, y si el paciente ha pedido de antemano la muerte en caso de quedar demente, entonces sí puede darse cumplimiento a su deseo.

(…) Como la mayoría de los médicos, Herbert Cohen estaba en contra de la nueva legislación que requiere que se informe de todos los casos en los que se haya puesto fin a una vida sin petición del paciente. Le parecía que era una idea tonta, teniendo en cuenta que se trataba de una práctica ilegal. «No puedes esperar que alguien se entregue después de haber cometido un crimen». También dijo que «el doctor tiene influencia en la muerte en casi todos los casos no traumáticos. La muerte es un suceso orquestado».

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NOTAS

(1) Herbert Hendin. Seducidos por la muerte. Planeta. 350 págs. 20,50 . T.o.: Seduced by Death. Traducción: Margarita Gesta.

Reproducido con autorización.

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