Desde la muerte de Darwin, acaecida el 19 de abril de 1882, hasta principios del siglo XX, el darwinismo fue apagándose lentamente. El no poder explicar los mecanismos de la herencia parecía que condenaba a la teoría a la extinción intelectual. Sin embargo, el redescubrimiento de los trabajos de Mendel, por parte de tres investigadores que trabajaban independientemente -Hugo de Vries, Carl Correns y Erich von Tschermak-, permitió crear la genética moderna, lo que favoreció la resurrección del darwinismo.
Hugo de Vries propuso una nueva teoría de la evolución, conocida como mutacionismo, que esencialmente elimina la selección natural como el proceso principal en la evolución. El mutacionismo propuesto por de Vries fue rechazado por muchos naturalistas contemporáneos y también por los llamados biometristas. Según éstos, la selección natural es la causa principal de la evolución, a través de los efectos acumulativos de variaciones pequeñas y continuas. Mutacionistas y biometristas se enzarzaron, durante las dos primeras décadas del siglo XX, en una agria polémica, centrada en la cuestión de si las especies aparecen de forma repentina por mutaciones importantes (cualitativas), o de manera gradual por acumulación de variaciones pequeñas (cuantitativas).
Hubo que esperar hasta la década de los treinta para que se elaborara una teoría de la evolución que integrara la aportación esencial de Darwin, la selección natural como motor de la evolución, con la recién descubierta herencia mendeliana. Los principales científicos que llevaron a cabo la teoría sintética de la evolución fueron Theodosius Dobzhansky, George G. Simpson y Ernst Mayr. En la teoría sintética, también conocida como neodarwinismo, la interrelación de la mutación, la recombinación genética del ADN, la deriva genética, la migración y la selección natural eran los factores que daban pie a los cambios evolutivos en los seres vivos.
¿Gradualmente o a saltos?
Pero la teoría sintética tendría que hacer frente a algunas críticas. Por un lado, en los años sesenta, algunos matemáticos objetaban que no había habido tiempo suficiente para que la evolución se hubiera producido siguiendo los mecanismos descritos por Darwin. Por otro, el registro fósil presentaba unas discontinuidades que no podían ser explicadas desde el gradualismo.
Entonces John Eldredge y Stephen Jay Gould propusieron la teoría del equilibrio puntuado. Según estos autores, la evolución se caracteriza por largos periodos de tiempo estables, estasis, alternados por breves lapsos (unos pocos milenios) en los que los cambios se producirían de forma abrupta. Según ellos esto casaría más con el registro fósil. En la actualidad el debate entre el gradualismo neodarwinista y el saltacionismo de Gould y Eldredge sigue vivo.
En todo caso, 150 años después de su propuesta, la teoría de Darwin se ha convertido en el gran pilar de las ciencias de la vida. Actualmente, y tal como decía Theodosius Dobzhansky, en biología no hay nada que tenga sentido si no es a la luz de la teoría de la evolución; algo que podría extenderse a las ciencias biomédicas. Hoy en día la evolución como hecho es aceptada por la inmensa mayoría de los científicos. Lo que se cuestiona es si la selección natural darwiniana tiene tanta incidencia en el hecho evolutivo como suponía el naturalista inglés.
Hay quienes no están de acuerdo en que la selección natural tenga un papel tan determinante en el proceso evolutivo. Por esto, algunos piden una nueva teoría de la evolución, una nueva síntesis, que vaya más allá de la propuesta por los neodarwinistas. Otros aducen que la bioquímica presenta retos insalvables al darwinismo y abogan por la existencia de un diseño inteligente en la naturaleza capaz de ser descrito por los métodos de la ciencia, una propuesta que está levantando debates muy acalorados.
La idea de que la vida se ha desplegado a lo largo del tiempo a través de un proceso evolutivo es una conquista de la ciencia que ya no tiene marcha atrás, como sucede con el Big Bang en cosmología y el heliocentrismo en astronomía. El mérito de Darwin consistió en ser el principal artífice de que esta idea se impusiera con tanto vigor.
De todos modos, la teoría de la evolución continúa teniendo grandes retos que resolver. Aún no sabemos cómo se originó la vida, ni cómo se pasó de la célula procariota a la eucariota. El origen de los reinos continúa siendo hipotético, y el que se hayan desarrollado a partir de formas determinadas de vida primitiva no pasa de ser una suposición más o menos coherente. Lo mismo sucede al nivel siguiente, el de los filum. Los orígenes de estos planes básicos de organización de la vida son oscuros, y no vienen garantizados por el registro fósil tal como lo entiende el gradualismo.
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Carlos A. Marmelada es profesor de la Universitat Internacional de Catalunya, autor de más de 180 artículos sobre evolución humana y del ensayo El origen del hombre. Cuestiones fronterizas (Palabra); ha hecho guiones para documentales sobre evolución y ha impartido numerosas conferencias sobre este tema. En la actualidad tiene en imprenta una biografía novelada sobre Darwin (Charles Darwin. Una vida para la ciencia, Ed. Casals) y otros libros en preparación.