El Ministerio de Asuntos Exteriores español ha tenido que hacer un despliegue diplomático en Gambia para lograr la liberación de dos turistas españoles. Se les acusaba de haber hecho proposiciones deshonestas a dos taxistas locales para cometer actos homosexuales.
Verdaderamente los visitantes españoles deberían hacer un cursillo sobre leyes y costumbres africanas antes de emprender viaje. Si no, no ganamos para sustos. Un día va la vicepresidenta del Gobierno a Níger y se hace una foto con un polígamo y sus tres mujeres, creyendo que eran sus hijas, para a continuación declararse “horrorizada” ante esta costumbre tan denigrante para la mujer y tan común en el país. Ahora dos turistas gays se dan de bruces con la cultura local.
Horrorizado debió sentirse también el taxista gambiano ante las proposiciones de los turistas, hasta el punto de que les llevó directamente a la comisaría y les denunció. Aunque se dice que han estado presos por homosexualidad, la realidad es que fueron denunciados por lo que habría que descalificar como “turismo sexual”, que no por ser homo es más admisible. Tal vez pensaron que por un puñado de euros un taxista estaría dispuesto a cualquier cosa.
Lo más curioso ha sido la reacción de las asociaciones de gays españolas. La FELGTB sugirió la ruptura de relaciones diplomáticas con Gambia. ¡Pues bien les habría ido a los dos turistas si no hubiera relaciones diplomáticas, en un país donde las prácticas homosexuales son delito! Otras voces, más moderadas, pedían que el gobierno “revise” los acuerdos de cooperación con Gambia. ¿Para fomentar el turismo sexual quizá?
El gobierno español firmó un acuerdo con Gambia en 2006 por el cual Gambia se compromete a readmitir a sus inmigrantes ilegales detenidos en España, y, a cambio, España ofrece un plan de cooperación y ayuda. Si España se permite expulsar a los inmigrantes ilegales, que al fin y al cabo huyen de la pobreza, no debería extrañarse de que no sean bienvenidos en Gambia turistas que quebrantan las leyes del país, con la palanca de su riqueza. Por lo menos, habrá que respetar el derecho de cada cultura a “horrorizarse” según los patrones locales.