Hace unos días publicaba The Economist (12-04-2008) una interesante columna con reflexiones sobre la crisis del diario francés Le Monde. El semanario británico constataba que se trata de uno más de los diarios impresos que atraviesa dificultades. Nada nuevo bajo el sol, parecía decir. No obstante su columna contenía un implícito más preocupante ¿Por qué esa mayor inquietud?
“También en Francia -comenzaba el texto de The Economist-, un país que atesora intelectualismo…” y sigue. Pero con este breve apunte basta para hacerse una pregunta que genera cierto desasosiego. ¿No será que lo que está en crisis es la conexión entre periodismo e intelectualidad?, parece decir el artículo.
El artículo se interroga por una aparente paradoja que se produce en el mundo de los medios impresos y, esta vez, no solo en Francia: caen las ventas de los diarios pero se mantienen los números de las ediciones dominicales. The Economist ensaya una respuesta sencilla a esta paradoja: la gente tiene más tiempo para leer el fin de semana. Ese es el momento para comprar y leer la prensa. Pero no conforme con esta respuesta, se adentra en otras observaciones.
Un dato más que incorporar al análisis: en Francia, parece corroborar esta hipótesis el éxito creciente de semanarios como Le Point o Paris-Match que están aumentando en torno a un 8% sus ventas. Y nuevo ensayo de respuesta para la desigual audiencia a diario y en fin de semana. Hay un mayor interés por la política y el tiempo para satisfacer ese interés se encuentra en el fin de semana, que es cuando la gente compra medios impresos.
Bien, pero sirva ahora una constatación visual interesante. Echemos un vistazo a las últimas portadas de Le Point o Paris-Match: entre los habituales, un protagonista esperado, el presidente Nicolas Sarkozy, y algunos no tan esperados en un semanario de análisis político (Carla Bruni, Cécilia Ciganer-Albéniz…). En España, este tipo de semanarios no tienen tanto éxito, pero sí otros (Hola, Lecturas, etc.) que no son, precisamente, de análisis político, si bien incluyen con frecuencia informaciones sobre la vida de los políticos. De hecho, Nicolas, Carla y Cecilia también han estado en las portadas recientes de estas últimas revistas. Entonces, ¿qué es lo que atrae, lo que interesa a la gente: la política en sí o los aledaños más ligeros de la información, en este caso política?
Sin necesidad de costosos análisis de contenido, todos sabemos que las ediciones de fin de semana de los diarios se inclinan por contenidos más livianos. Y la estrategia tiene éxito, porque esas ediciones mantienen sus ventas en un escenario de descenso de todos los impresos. Este panorama parece mostrar que efectivamente se está dando una cierta desconexión entre el periodismo impreso y los intereses intelectuales. Tanto más cuando las ediciones diarias se contagian de esta trivialización de contenidos para hacer frente a la persistente caída de ventas.
No faltan quienes -como Tom Rosenstiel- auguran tenebrosos destinos a este camino emprendido: “Si acostumbras a los telespectadores a las banalidades y al entretenimiento, estragarás el apetito y las expectativas de muchos de ellos por cualquier otro tipo de información. Esto es especialmente cierto para aquellas personas que por tiempo, recursos o inclinaciones personales están menos capacitados para buscar otras alternativas”.
The Economist es una isla en este desalentador decorado. Desde su nacimiento, ha optado por una estrategia que le ha dado buenos resultados y que podría resumirse en una palabra: fridayability. La revista debía llegar a los hogares el viernes para así estar disponible durante todo el fin de semana. Hasta aquí ninguna diferencia con otras revistas semanales ni con los dominicales, que aspiran a aprovechar el tiempo libre de ese día: lo que distingue al semanario londinense es la propuesta a los lectores sobre qué hacer con ese tiempo libre. The Economist ha mantenido la estrategia de invertir recursos para aportar a los lectores análisis en profundidad de las noticias y sus protagonistas, con una especial atención a lo económico. La revista debía estar disponible el viernes, pero no para llenar el tiempo libre con el consumo de contenidos fútiles, sino para que sus lectores tuvieran el tiempo necesario para abordar esos análisis con una actitud apropiada de serena reflexión.
En definitiva, la revista británica ha arriesgado con una apuesta ambiciosa que conecta periodismo e intelectualidad. Y de momento, el riesgo ha valido la pena. Se ha convertido en punto de referencia y sus ventas han crecido: de unos 500.000 a principios de los noventa a cerca de 1 millón hoy día.