El Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington D.C. fue escenario del encuentro de Benedicto XVI con el episcopado norteamericano, en el día en que celebraba su 81 cumpleaños.
Comenzó el Papa agradeciendo el “afecto leal a la Sede de Pedro” de la Iglesia norteamericana, para pasar enseguida a recordar los acontecimientos históricos ligados al nacimiento de la Iglesia en Estados Unidos. Se cumple ahora el bicentenario de la fundación de las diócesis de Boston, Nueva York, Filadelfia y Louisville; y de la erección de la primera sede, Baltimore, como archidiócesis. Animó el Papa a seguir con el mismo espíritu de aquellos comienzos, uno de cuyos rasgos fundamentales fue la actitud de hospitalidad ante la inmigración. El Papa animó “a seguir acogiendo a los inmigrantes que se unen hoy a vuestras filas, compartir sus alegrías y esperanzas, acompañarlos en sus sufrimientos y pruebas, y ayudarlos a prosperar en su nueva casa”.
La profunda religiosidad del pueblo estadounidense, que hace presente a Dios y acude a Él en todos los ámbitos, incluida la vida pública, en un contexto de sana libertad religiosa, mereció también el reconocimiento del Pontífice: “El respeto por la libertad de religión está profundamente arraigado en la conciencia americana, un dato que de hecho ha favorecido que este país atrajera generaciones de inmigrantes a la búsqueda de una casa donde poder dar libremente culto a Dios según las propias convicciones religiosas”.
Coherencia
Entró a continuación el Papa a mencionar algunos aspectos que merecen ser atendidos por los obispos en su misión pastoral. Mencionó en primer lugar el laicismo, que intenta convertir la religión en un hecho privado: “Si bien es verdad que este país está marcado por un auténtico espíritu religioso, la sutil influencia del laicismo puede condicionar sin embargo el modo en que las personas permiten que la fe influya en su comportamiento”. En este sentido, hizo el Santo Padre preguntas incisivas a los obispos sobre la unión que debe haber entre la fe y la vida, entre las creencias religiosas y las decisiones morales: “¿Es acaso coherente profesar nuestra fe el domingo en el templo y luego, durante la semana, dedicarse a negocios o promover intervenciones médicas contrarias a esta fe? ¿Es quizás coherente para católicos practicantes ignorar o explotar a los pobres y marginados, promover comportamientos sexuales contrarios a la enseñanza moral católica, o adoptar posiciones que contradicen el derecho a la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural?”. Animó el Papa a perseguir y difundir esa auténtica unidad de vida, cuando dijo que “es necesario resistir a toda tendencia que considere la religión como un hecho privado”; “sólo cuando la fe impregna cada aspecto de la vida, los cristianos se abren verdaderamente a la fuerza transformadora del Evangelio”.
El materialismo fue otro de los aspectos sobre los que el Papa quiso llamar la atención del episcopado norteamericano. Alertó contra el peligro de “ser atraídos por las posibilidades casi ilimitadas que la ciencia y la técnica nos ofrecen”, cayendo en el error de pensar “que se puede conseguir con nuestros propios esfuerzos saciar las necesidades más profundas”. Planteó a los obispos empeñarse en un objetivo pastoral para llenar esos vacíos existenciales: “ayudar a las personas a establecer y alimentar semejante relación vital con Jesucristo nuestra esperanza”.
Un tercer punto sobre el cual el Papa centro su atención fue el individualismo en la práctica religiosa. Animó a rechazar percepciones de la religión y de la piedad que se encierran en una relación privada con Dios “en detrimento de la llamada a ser miembros de una comunidad redimida”. “Si pareciera que esto va en contra de la cultura actual -continuó Benedicto XVI-, sería sencillamente una nueva prueba de la urgente necesidad de una renovada evangelización de la cultura”, tarea que los obispos no deben desatender: “Estáis llamados también a participar en el intercambio de ideas en la esfera pública, para ayudar a modelar actitudes culturales adecuadas”. El Papa dijo que contaban para ello con un contexto favorable “en el que se aprecia la libertad de palabra y se anima un debate firme y honesto, se respeta vuestra voz que tiene mucho que ofrecer a la discusión sobre las cuestiones sociales y morales de la actualidad”.
Sobre el papel de los laicos, el Papa animó a los obispos a renovar sus esfuerzos por “ofrecerles una sólida formación de la fe”, teniendo en cuenta que vivimos “en una época saturada de informaciones” y en medio de un progreso científico que presenta a su vez importantes desafíos éticos. Junto con ello, alentó también a continuar con la tradición que concede “un alto valor a la educación religiosa”.
Benedicto XVI se refirió también a algunas leyes que suscitan preocupación desde el punto de vista de la moralidad. Junto a mantener un testimonio claro y unitario sobre esas materias, el Papa animó a los prelados estadounidenses a dar una batalla más a largo plazo y a insistir en la formación moral: “Es más importante aún la apertura gradual de las mentes y de los corazones de la sociedad en su conjunto a la verdad moral: aquí hay todavía mucho por hacer”, dijo el Papa.
El escándalo de los abusos sexuales
La familia es otro de las grandes responsabilidades que el Papa quiso presentar a los obispos. “Es vuestro deber -afirmó- proclamar con fuerza los argumentos de fe y de razón que hablan del instituto del matrimonio, entendido como compromiso para la vida entre un hombre y una mujer, abierto a la transmisión de la vida”.
Al final de su intervención el Papa dedicó varios párrafos al escándalo de los abusos de menores por parte de sacerdotes, uno de “los signos contrarios al Evangelio de la vida que se pueden encontrar en América”. “Muchos de vosotros -dijo el Santo Padre a los Obispos- me habéis hablado del enorme dolor que vuestras comunidades han sufrido cuando hombres de Iglesia han traicionado sus obligaciones y compromisos sacerdotales con semejante comportamiento gravemente inmoral”. En Les animó a dar “prioridad a las expresiones de compasión y apoyo a las víctimas” y a articular “medidas de recuperación y disciplinares más adecuadas, y promover un ambiente seguro que ofrezca mayor protección a los jóvenes”. Pero además, añadió, hay que plantear objetivos en un horizonte más amplio: “¿Qué significa hablar de la protección de los niños cuando en tantas casas se puede ver hoy la pornografía y la violencia a través de los medios de comunicación ampliamente disponibles?”, se preguntaba el Papa.
Terminó hablando de la formación de los sacerdotes y de la cercanía de los obispos con su presbiterio. Llamó a “reforzar las relaciones con vuestros sacerdotes”, para lo cual “es importante que sigáis demostrándoles vuestra preocupación, vuestro apoyo y vuestra guía con el ejemplo”.