Taunton (Massachusetts). Del 15 al 20 de abril, el Papa Benedicto XVI visitará Estados Unidos en medio de la campaña electoral presidencial más disputada de las últimas décadas. Aunque la imagen que dan los medios de comunicación parezca demostrar lo contrario, los estadounidenses son un pueblo religioso. El famoso sociólogo Peter Berger ha expresado este contraste entre el común de las gentes, básicamente creyentes, y sus secularizadas capas rectoras describiendo Estados Unidos como “un país de indios gobernado por suecos”, en referencia a las que algunos consideran, respectivamente, la nación más religiosa del mundo y la que lo es menos.
Mucho es lo que se espera de la visita del Pontífice, sobre todo entre los aproximadamente setenta millones de católicos, al menos de nombre, de este país (el catolicismo es, con diferencia, la confesión religiosa con mayor número de fieles). La finalidad oficial del viaje es la de rendir homenaje a las cinco diócesis más antiguas de la nación, que celebran su bicentenario.
No obstante, la visita papal ha sido cuidadosamente planificada para tratar de forma directa los puntos fundamentales que afectan a Estados Unidos como potencia mundial (y país que acoge a las Naciones Unidas) y a los fieles católicos, quienes siguen recuperándose de la “larga cuaresma” (en palabras de Richard John Neuhaus) de los escándalos de abusos sexuales que afectaron al clero católico y que se revelaron durante los primeros años de este siglo. Tales escándalos pusieron un remate de estupefacción a cuatro décadas de confusión postconciliar entre los fieles en cuestiones litúrgicas, morales y catequéticas.
La reseca de una época confusa
En 1950, una encuesta de Gallup reflejaba que tres de cada cuatro católicos norteamericanos asistían a la misa dominical con regularidad; en 2000, la cifra era cercana a uno de cada cuatro. Siendo la asistencia a misa el principal indicador, todos los demás índices estadísticos de la práctica católica mostraron una decadencia similar entre 1960 y 2000. Durante este periodo se cerraron casi la mitad de las escuelas católicas. El número de matrimonios católicos celebrados en las iglesias descendió en más de un 30%, mientras que el de matrimonios anulados por tribunales diocesanos se disparó, pasando de unos 30 a 50.000 anuales.
El número de sacerdotes disminuyó alrededor de un 20%, mientras que el número de ordenaciones cayó aproximadamente un 65%. Dos terceras partes de los seminarios del país cerraron sus puertas. Las monjas dedicadas a la educación, que en tiempos constituyeron la columna vertebral del gigantesco sistema educativo católico, casi desaparecieron. El número total de religiosas se vio reducido en más del 50%, pero las filas de las órdenes dedicadas a la educación sufrieron una mengua aún más vertiginosa: de 104.000 en 1965 a unas 8.000 a día de hoy.
Una reciente encuesta sobre adhesión religiosa llevada a cabo por el Pew Forum on Religion and Public Life, reveló que alrededor de un tercio de los encuestados católicos afirmaban no reconocerse ya como tales (ver Aceprensa 27/08). Basándose en estos datos, la encuesta indicaba que “esto significa que aproximadamente el 10% de los norteamericanos son ex católicos”. Lo que representa unos treinta millones de “católicos que han roto con su fe o que ya no la practican”. Según mis propios cálculos, eso convertiría a los católicos no practicantes en la segunda “confesión” de la nación en número de “fieles” después de los católicos que siguen siéndolo efectivamente.
El Papa cae bien
Para ser justos, hay que reconocer que la situación en Europa es considerablemente peor en casi todos los aspectos, con la excepción de Polonia. Sin embargo, incluso después de su historia reciente, difícil y traumatizante, la Iglesia es francamente bien valorada en Estados Unidos.
Según un nuevo sondeo encargado por los Caballeros de Colón, la opinión de los norteamericanos acerca del Papa Benedicto XVI es enormemente positiva. En una reciente encuesta realizada por el Instituto de Opinión Pública del Marist College, el 58% por ciento de los encuestados expresaron una opinión favorable del Santo Padre; sólo el 13% tenían un concepto negativo. Casi dos tercios de los encuestados -el 65%- tenían una impresión favorable de la Iglesia católica en general, frente al 28% que la tenían negativa. Cerca de la mitad del pueblo estadounidense (el 42%) y dos tercios de los católicos querrían asistir a alguno de los actos públicos programados con el Papa.
Los resultados del sondeo muestran que la mayoría de los norteamericanos (el 64%) querría oír la orientación del Papa Benedicto sobre cómo dar más fuerza espiritual a la sociedad. Porcentajes aún más elevados de los participantes querrían oír al Pontífice hablar sobre cómo hallar la plenitud espiritual e incorporar a Dios en su vida.
Será inevitable que haya críticos, pero sus voces quedarán, probablemente, apagadas. Los famosos teólogos disidentes casi han desaparecido de los medios impresos y en gran medida se los ignora, mientras que la mayoría de los comentaristas escuchados, como George Weigel o Thomas Williams, son católicos fieles. Sin embargo, algunos mencionarán la “división” de los católicos sobre cuestiones tales como el celibato sacerdotal o la ordenación de mujeres. Otros resucitarán el escándalo de los abusos sexuales. Se hablará de la rotunda reafirmación de la enseñanza de la Iglesia acerca de la salvación por medio de Cristo y de su Iglesia. Con todo, el recibimiento general será enormemente positivo.
Las audiencias a las que hablará el Papa
El Papa se dirigirá al mundo desde las Naciones Unidas; al pueblo estadounidense en su conjunto, desde la Casa Blanca; a dirigentes ecuménicos, en Nueva York; a los de la educación católica, en Washington; y a los setenta millones de católicos, durante sus homilías en el Yankee Stadium (Nueva York) y en el Nationals Stadium (el flamante estadio de béisbol de la ciudad de Washington, que brinda espectaculares vistas de la capital de la nación).
Estados Unidos se halla en medio de la campaña presidencial más prolongada y más intensa de las últimas décadas, estando la candidatura del partido demócrata todavía indecisa entre Hillary Clinton y Barack Obama. El candidato demócrata se enfrentará, a continuación, en las elecciones de noviembre, al senador de Arizona John McCain, un septuagenario ex prisionero de guerra en Vietnam, que es el candidato de más edad de la historia. Cuestiones morales como el aborto, las uniones civiles entre homosexuales y el principio y el final de la vida, se debatirán durante la campaña en los próximos meses, así como la justicia de la guerra en curso contra el terrorismo, en particular tal como se está librando en Irak. Sin duda, el Santo Padre tratará de forma clara pero delicada estas cuestiones, quizá recurriendo más a razonamientos sacados de la ley natural que a la enseñanza moral de la Iglesia.
Muy probablemente Benedicto XVI se referirá también a la crisis de los abusos sexuales, que se desvanece lentamente aunque está lejos de haber sido olvidada, en especial cuando se dirija a los obispos norteamericanos el 16 de abril en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción. Allí subrayará, probablemente, la importancia crucial de la selección cuidadosa de los futuros sacerdotes, exigiendo una esmerada formación en el seminario y la formación continua de quienes ya han sido ordenados.
A las Universidades católicas
Quizá el discurso más esperado, por las sacudidas sísmicas que pueda ocasionar, será el que pronunciará ante los rectores de las más de doscientas universidades católicas que hay en Estados Unidos, y ante los responsables de educación primaria y secundaria de las casi doscientas diócesis del país. La Cardinal Newman Society ha calculado que sólo aproximadamente el 10% de dichas universidades se ajustan a Ex corde Ecclesiae, el documento vaticano sobre la educación católica universitaria (cfr. Aceprensa 6/00).
El momento católico
En general, Estados Unidos sigue atravesando un “momento católico” (por emplear la aguda expresión de Richard John Neuhaus), que viene durando muchos años. Un destacado sociólogo francés ha hecho un perspicaz análisis. No, no se trata de Bernard-Henri Lévy, ni, remontándonos algunas décadas, de Raymond Aron. Es Alexis de Tocqueville en el que sigue siendo el mejor libro jamás escrito sobre Estados Unidos, La democracia en América, basado en sus viajes por el país en los años treinta del siglo XIX.
“Al presente, más que en cualquier época anterior, se ve a los católicos caer en la infidelidad y a los protestantes convertirse al catolicismo. Si consideramos al catolicismo dentro de su propia organización, parece estar perdiendo; si lo consideramos desde fuera de ella, parece estar ganando. Tampoco resulta este extremo difícil de explicar. Los hombres de nuestros días tienen, por naturaleza, escasa inclinación a creer; pero tan pronto como adquieren cualquier religión, descubren inmediatamente en sí mismos un instinto latente que los espolea hacia el catolicismo. Muchas de las doctrinas y las prácticas de la Iglesia católica los dejan estupefactos, pero sienten una secreta admiración hacia su disciplina, y su gran unidad los atrae. Si el catolicismo pudiera finalmente apartarse de las animosidades políticas a las que ha dado lugar, tengo muy pocas dudas de que el mismo espíritu de la época que parece ser tan opuesto a él, se volvería tan favorable como para admitir su enorme y súbito ascenso”.