En la reunión del Papa con los cardenales, que abrió el consistorio el pasado 23 de noviembre en Roma, se trató el estado actual de las relaciones ecuménicas entre la Iglesia católica y otras confesiones cristianas. El cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, enmarcó el debate con una ponencia en la que distinguió tres sectores en el diálogo ecuménico: relaciones con las antiguas Iglesias orientales y con las Iglesias ortodoxas del primer milenio; con las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma protestante; y con el movimiento carismático y con el pentecostal, surgidos al inicio del siglo XX.
Un giro importante con los ortodoxos
En el diálogo con las Iglesias del primer milenio, durante los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II “fue posible superar las antiguas controversias cristológicas” surgidas en torno al Concilio de Calcedonia (451). En una segunda fase, el diálogo se ha centrado en la eclesiología. Gracias a estas conversaciones, Iglesias de antigua tradición “toman de nuevo contacto con la Iglesia universal después de haber vivido al margen de ella durante 1.500 años”. Dados los largos siglos de separación, es normal que el acercamiento sea lento, estima Kasper.
El diálogo con las Iglesias ortodoxas de tradición bizantina fue iniciado oficialmente en 1980. En los primeros diez años de diálogo, se puntualizó y puso de manifiesto “lo que tenemos en común a propósito de los sacramentos (sobre todo de la Eucaristía) y del ministerio episcopal y sacerdotal”. Sin embargo, “el vuelco político de 1989-90, en vez de simplificar nuestras relaciones, las complicó”, afirma Kasper. “En el regreso a la vida pública de las Iglesias católicas orientales, después de años de brutales persecuciones y de heroica resistencia pagada también a precio de sangre, las Iglesias ortodoxas vieron la amenaza de un nuevo “uniatismo”.
Tras unos años en que el diálogo estuvo estancado, en la reciente reunión en Rávena se ha notado “un decisivo mejoramiento en la atmósfera y en las relaciones”. El documento allí aprobado “ha marcado un giro importante”. “Por primera vez, los interlocutores ortodoxos han reconocido un nivel universal de la Iglesia y han admitido que también a este nivel existe un protos, un primado, que puede ser solamente el obispo de Roma según la praxis de la Iglesia antigua”.
Es solo un primer paso en un camino “todavía largo y difícil” hacia la plena comunión. Sin embargo, Kasper estima que se han puesto las bases para el diálogo futuro, que en la próxima sesión plenaria abordará “el rol del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio”.
En cuanto a las relaciones con el Patriarcado de Moscú, Kasper detecta un “deshielo”. Estima que sería útil un encuentro entre Benedicto XVI y el patriarca de Moscú, pero este “considera oportuno resolver antes los problemas que le parece que existen en Rusia y sobre todo en Ucrania”.
Distintas corrientes protestantes
En las relaciones con las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, se ha difundido progresivamente “una actitud de confianza recíproca y de amistad”, y en muchos lugares “existe una fructuosa colaboración en la esfera social y humanitaria”.
En el diálogo teológico, Kasper señala que “después de haber llegado a un consenso fundamental sobre la doctrina de la justificación”, hay que discutir nuevamente temas controvertidos clásicos, “entre los que están sobre todo la eclesiología y los ministerios eclesiales”.
A este respecto, advierte que el documento emitido el pasado julio por la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la naturaleza de la Iglesia ha sido recibido por las comunidades protestantes “con asombro y ha originado cierto malestar”, aunque el texto se limita a resumir la doctrina católica. Este documento dice que a las comunidades cristianas nacidas de la Reforma protestante no se les puede atribuir el título de Iglesias, aunque poseen muchos elementos de santificación y verdad.
Mientras por una parte hay un esfuerzo por superar viejas controversias, por otra, advierte Kasper, surgen nuevas divergencias en el campo ético (sobre todo referentes “a la defensa de la vida, al matrimonio, a la familia y a la sexualidad humana”). Esto debilita notablemente el testimonio común y produce divisiones en el seno de las comunidades protestantes, como ocurre en la comunión anglicana.
Otro obstáculo es que la teología protestante, marcada en los primeros años del diálogo por el “renacimiento luterano” y por Karl Barth, ha regresado ahora a motivos de “teología liberal”. En consecuencia, “aquellos fundamentos cristológicos y trinitarios que habían sido hasta ahora un presupuesto común son a veces diluidos”.
Pero también aparecen en el protestantismo corrientes doctrinales de signo contrario a esas. Hay un fuerte crecimiento en todo el mundo de grupos evangélicos, cuyas posiciones coinciden con las católicas “en cuestiones dogmáticas fundamentales, sobre todo en el campo ético, pero son frecuentemente muy divergentes en la eclesiología, la teología de los sacramentos, la exégesis bíblica y la comprensión de la tradición. Hay grupos de la High Church que desean hacer valer en el anglicanismo y en el luteranismo elementos de la tradición católica en lo que se refiere a la liturgia y el ministerio eclesial. A estos se suman siempre más comunidades monásticas que, viviendo en muchos casos según la regla benedictina, se sienten cercanos a la Iglesia católica. Además existen comunidades pietistas que, frente a la crisis en torno a las cuestiones éticas, (…) miran con gratitud las claras tomas de posición del Papa”.
Esta panorámica general dibujada por Kasper muestra que no existe solo un acercamiento ecuménico, sino también fragmentaciones. “Si tomamos en consideración además las numerosas ‘Iglesias’ llamadas independientes que siguen surgiendo sobre todo en África y el proliferar de grupúsculos muchas veces agresivos, nos damos cuenta que el paisaje ecuménico es ahora muy diferenciado y confuso”.
Desafío de carismáticos y pentecostales
Un tercer sector señalado en la intervención de Kasper son los grupos carismáticos y pentecostales, con cerca de 400 millones de fieles y un fuerte crecimiento. “Privados de una estructura común o de un órgano central, son entre ellos muy diferentes. Se consideran como el fruto de un nuevo Pentecostés; en consecuencia, el Bautismo del Espíritu reviste para ellos un rol fundamental”. Si bien testimonian el deseo de una experiencia espiritual, “lamentablemente muchas de estas comunidades se están volviendo una religión que promete felicidad eterna en la tierra”.
“Con los pentecostales clásicos ha sido posible entablar un diálogo oficial. Con otros subsisten serias dificultades a causa de sus métodos misioneros un poco agresivos”. Frente a este desafío, el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos ha organizado en América Latina, en África y en Asia seminarios para obispos, teólogos y laicos activos en el ecumenismo. “No debemos comenzar por preguntarnos qué es lo que no está bien en los pentecostales, sino cuáles son nuestras carencias pastorales -reconoce Kasper-. ¿Cómo podemos reaccionar a este nuevo desafío con una renovación litúrgica, catequética, pastoral, espiritual?”
Proseguir el camino
Finalmente, el cardenal Kasper se preguntó cómo proseguir el camino ecuménico. Aunque las situaciones varían según las regiones geográficas y los ambientes culturales, señaló algunas líneas directrices.
“Debemos partir del común patrimonio de la fe y permanecer fieles a lo que con la ayuda de Dios hemos ya alcanzado ecuménicamente”, y en la medida de lo posible “debemos dar testimonio común de esta fe en un mundo cada vez más secularizado”.
Sobre el apoyo de la fe común es posible dialogar sobre las diferencias. “Y ello debe ocurrir en modo claro pero no polémico. No debemos ofender la sensibilidad de los otros o desacreditarlos; (…) más bien debemos dar testimonio de la riqueza y de la belleza de nuestra fe de modo positivo y acogedor”.
En cualquier caso, concluyó, el diálogo teológico “será fecundo sólo si es sostenido por un ecumenismo de la oración, de la conversión del corazón y de la santificación personal”.