Liturgia, catequesis y responsabilidad social, propuestas del Papa a los obispos
Del 9 al 13 de mayo, Benedicto XVI ha visitado Brasil, donde ha inaugurado la Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Ofrecemos un resumen de sus alocuciones.
El 10 de mayo, en el estadio de Pacaembú, el Papa tuvo un encuentro con los jóvenes brasileños. En el discurso final comentó el pasaje evangélico en que un joven rico pregunta a Jesús: «¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» (Mt 19, 16). «No se trata sólo -dijo el Papa- de lo qué pasará después de la muerte. Hay, por el contrario, un compromiso con el presente aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y consecuentemente el futuro. En una palabra, la pregunta cuestiona el sentido de la vida». Sobre eso «Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que consigue mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud».
«No desaprovechéis vuestra juventud»
El discurso venía preñado de interpelaciones constantes a sus oyentes al hilo del relato evangélico. «¿Ya descubristeis lo que es bueno? ¿Seguís los mandamientos del Señor? ¿Descubristeis que éste es el verdadero y único camino hacia la felicidad?». «El mañana depende mucho de cómo estéis viviendo el hoy de la juventud. Ante los ojos tenéis una vida que deseamos que sea larga; pero es una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid con entusiasmo, con alegría, pero, sobre todo, con sentido de responsabilidad».
En sus llamadas a los jóvenes, Bendicto XVI subrayó: «Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco irradiador de paz y de alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta su final natural; amparad a los ancianos, pues ellos merecen respeto y admiración por el bien que os hicieron». Añadió luego: «Que los jóvenes busquen santificar su trabajo, haciéndolo con capacidad técnica y con laboriosidad, para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar con la luz del Verbo todas las actividades humanas». También les pidió que «sepan ser protagonistas de una sociedad más justa y más fraterna, cumpliendo las obligaciones ante al Estado», en el horizonte «del Evangelio y la doctrina social de la Iglesia».
La conclusión del discurso volvió sobre la necesidad de vivir el momento: «No desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla intensamente, consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana. (…) La Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin el rostro joven la Iglesia se presentaría desfigurada.»
El valor del noviazgo
A los que se preparan para casarse les propuso el respeto mutuo «en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la vida conyugal, que por disposición divina está destinada a los casados, es solamente fuente de felicidad y de paz en la medida en la que sepáis hacer de la castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas futuras».
Como ayuda y guía de discernimiento vocacional, «la vida de fe y de oración os conducirá por los caminos de la intimidad con Dios, y de la comprensión de la grandeza de los planes que Él tiene para cada uno». Al hilo de ello resaltó el valor para la Iglesia de las vocaciones consagradas, el agradecimiento que la comunidad les debe y el deseo de que «el Espíritu Santo despierte en el corazón de tantos jóvenes un amor apasionado en el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y obediente, dirigido completamente a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas».
A los obispos
En el encuentro con los obispos de Brasil, el viernes 11 de mayo, Benedicto XVI, recordó «la finalidad de la Iglesia: la salvación de las almas, una a una. Por eso el Padre envió a su Hijo, y como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20, 21). De aquí, el mandato de evangelizar. (…) Son palabras simples y sublimes en las cuales están indicadas el deber de predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la continuada asistencia de Cristo a su Iglesia. (…) Donde Dios y su voluntad no son conocidos, donde no existe la fe en Jesucristo ni su presencia en las celebraciones sacramentales, falta lo esencial también para la solución de los urgentes problemas sociales y políticos».
En sus palabras comenzó reconociendo que «la vida social está atravesando momentos de confusión desorientadora», puesto que son atacadas «la santidad del matrimonio y de la familia», que «se justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de las uniones libres», e incluso «en el seno de la Iglesia, cuando el valor del compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, dándose preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios empieza a perder su significado más profundo».
Formación y sacramentos frente a las sectas
Se refirió al problema de «los católicos que abandonan la vida eclesial», en muchas casos por sectas. Y afirmó que la causa principal es «la falta de una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación». Dijo Benedicto XVI que los más vulnerables al proselitismo agresivo de las sectas «son generalmente los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influibles porque poseen una fe frágil y, a veces, confusa, vacilante e ingenua, aunque conserven una religiosidad innata».
El Papa pidió a los obispos que no ahorraran esfuerzos en «la búsqueda de los católicos apartados y de aquellos que poco o nada conocen sobre Jesucristo, a través de una pastoral de la acogida que les ayude a sentir a la Iglesia como lugar privilegiado del encuentro con Dios y mediante un itinerario catequético permanente». Misión a la que convocó a todos los miembros de la Iglesia, que trabajarán haciendo sentir «la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz».
Pidió la administración frecuente de la confesión y la Eucaristía, de acuerdo a lo previsto en la liturgia y las normas canónicas (la confesión personal de los pecados, «tal como el pecado es un hecho hondamente personal»). «Por eso, conviene infundir en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender a los fieles que recurren al Sacramento de la misericordia de Dios».
La importancia de la catequesis en la misión de la Iglesia fue subrayada por el Papa, que condensó la fe en «conversión y seguimiento». Esto implica «una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresa también la dimensión social de la vida cristiana» y «un conocimiento claro del mensaje de Jesús».
Ecumenismo y doctrina social
En la cuestión ecuménica, el Papa reconoció que es «una tarea compleja», debido a «la multiplicación de cada vez nuevas denominaciones cristianas y, sobre todo, de ciertas formas de proselitismo, frecuentemente agresivo». Por ello, «es indispensable una buena formación histórica y doctrinal». Propuso que «el gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los fundamentales valores morales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su destrucción en una cultura relativista y consumista; más aún, la fe en Dios creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado».
Para vivir mejor la doctrina social de la Iglesia animó a «trabajar incansablemente por la formación de los políticos, de los brasileños que tienen algún poder decisivo, grande o pequeño y, en general, de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente las propias responsabilidades y sepan dar un rostro humano y solidario a la economía», y formar a «las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honestidad».
En la canonización del primer santo brasileño
En la homilía de la misa de canonización de Fray Antonio de SantAnna Galvão, Benedicto XVI glosó las principales virtudes del nuevo santo y lo puso como modelo de amor por la Eucaristía, amor a los demás y devoción a la Virgen.
El Santo Padre recordó de nuevo que «la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística», puesto que «en la Sagrada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, el mismo Cristo, nuestra Pascua, el Pan vivo que bajó del Cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da Vida a los hombres». Y pidió que los sacerdotes al celebrar respetando la liturgia y los fieles al «recibir y reverenciar» el Sacramento hagan «conocer la fe de la Iglesia».
Benedicto XVI alabó el ejemplo de castidad del santo, «en una época tan llena de hedonismo», y afirmó que «el mundo necesita de vidas limpias, de almas claras, de inteligencias simples que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir no a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del matrimonio», cometido para el cual «tendremos en Nuestra Señora la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía cierta de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación».
La homilía se cerró con «la invitación» a los presentes, «del primero al último», a una vida de santidad, aspirando «al firme deseo de alcanzar la plenitud de la caridad, en la convicción de qué no solo es posible, sino también necesaria la santidad, cada cuál en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero rostro de Cristo, nuestro amigo».
Con toxicómanos
El sábado 12 de mayo visitó la primera comunidad fundada de la Obra Social Nuestra Señora de la Gloria (conocida como Hacienda de la Esperanza), obra social católica dedicada a la recuperación de jóvenes toxicómanos y alcohólicos, que acoge también a madres solas, a familias necesitadas, a personas sin casa y a enfermos de sida en fase terminal. El Papa alabó la tarea social y evangelizadora que realizan todos aquellos que en el seno de la Iglesia ayudan a la gente adicta a alcohol y drogas.
Con sus palabras trató de golpear las conciencias de los narcotraficantes para que «piensen en el mal que están provocando a una multitud de jóvenes y de adultos de todos los segmentos de la sociedad» porque «Dios se los va a cobrar. La dignidad humana no puede ser pisoteada de esta manera. El mal provocado recibe la misma reprobación hecha por Jesús a los que escandalizaban a los «pequeños», los preferidos de Dios».
Además, señaló que la reinserción en la sociedad de los acogidos es prueba de la eficacia de la labor, pero que «lo que más llama la atención, y confirma la validez del trabajo, son las conversiones, el reencuentro con Dios y la participación activa en la vida de la Iglesia».
El Evangelio no impuso una cultura extraña
En la inauguración de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) que está teniendo lugar en Aparecida (Brasil), el Santo Padre Benedicto XVI hizo un amplio repaso por una serie de temas de la doctrina y la praxis católica en Latinoamérica a través de un discurso que fue encadenándolos mediante su habitual estilo de preguntas y respuestas.
Así, al enfrentar el hecho religioso cristiano se preguntaba «qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe». Su respuesta fue que «el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida».
«Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, «el amor hasta el extremo», no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura». Por eso, «la utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso». El Papa glosó y alabó la religiosidad cristiana de hondo carácter popular que ha arraigado en la región latinoamericana.
Ante formas de gobierno autoritarias
Benedicto XVI quiso situar el acto en el contexto de las CELAM que lo precedieron. Políticamente, «en América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la Doctrina social de la Iglesia». No faltó la petición de «equidad» en «la economía liberal de algunos países latinoamericanos», ya que la enorme pobreza de algunos o el expolio de bienes naturales siguen aumentando.
Y partiendo del tema elegido para la Conferencia («Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida -Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida») y la conciencia de la misión evangelizadora de la Iglesia, el Papa se hizo numerosas preguntas, haciendo suyas las dudas que puedan existir, para terminar concluyendo que «sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis». Conocimiento que está en Cristo, sin el cual «no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad».
El Papa reclamó «no limitarse» a los medios tradicionales de catequesis, sino contar con los medios de comunicación «para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas». Sin olvidar que la evangelización incluye «la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana», pues «la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas».
La Iglesia no hace política
Al abordar el modo en que la Iglesia «puede contribuir a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria», Benedicto XVI habló «del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia» y dijo que las estructuras justas son «una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal»
Así, «donde Dios está ausente -el Dios del rostro humano de Jesucristo- estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses».
El Papa reconoció que «este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia» y postuló «el respeto de una sana laicidad» como «esencial en la tradición cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables». Y la «vocación fundamental de la Iglesia en ese terreno» es «formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas», además de que «los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública, (…) presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias».
La familia y el testimonio de los bautizados
Benedicto XVI puso su atención sobre la familia, que «en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos».
Lamentó también el Papa la persistencia en algunas familias de «una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre». Defendió que «el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad» y aquellas que «quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado».
«El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida», dijo el Santo Padre, pidiendo una pastoral «intensa y vigorosa» sobre la familia y la promoción de «políticas familiares auténticas».
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