El discurso que el Papa dirige a la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones navideñas es siempre uno de los más significativos del año. Y así se ha cumplido también esta vez. Al hilo de los viajes realizados a lo largo de 2006 -Polonia, Valencia, Baviera, Turquía-, Benedicto XVI ha hablado de grandes temas de interés no solo para la Iglesia: el temor del hombre al futuro manifestado en la falta de hijos, el indispensable diálogo entre fe y razón, la posibilidad del compromiso definitivo, las relaciones con los musulmanes, la búsqueda de la paz…
Recordando su visita pastoral a Polonia en mayo, Benedicto XVI dijo que «era un deber de gratitud por todo lo que Juan Pablo II me ha dado personalmente y sobre todo a la Iglesia y al mundo durante el cuarto de siglo de su servicio. (…) Nos ha demostrado que es posible una dedicación entera y radical de toda la vida y que, precisamente con la donación, la vida se hace grande, vasta y fecunda».
Recordando la gran cordialidad con que fue acogido, Benedicto XVI reconoció que «la gente ha visto en mí al sucesor de Pedro, al que está confiado el ministerio pastoral de toda la Iglesia», por encima de su debilidad humana. Así, la visita a Polonia ha sido «una fiesta de la catolicidad». «Cristo es nuestra paz que reúne a los separados: Él, por encima de la diversidad de de las épocas históricas y de las culturas, es la reconciliación».
El matrimonio y la familia, continuó, fueron los temas del viaje a Valencia (España) en julio. En este sentido, recordó los testimonios que escuchó de familias que han atravesado momentos de crisis, pero que lograron superarla con gran esfuerzo, hasta volver a encontrar la felicidad. «Ante estas familias con sus hijos, ante estas familias en las que las generaciones se estrechan la mano y el futuro está presente, el problema de Europa, que aparentemente casi no quiere tener hijos, me ha penetrado en el alma».
El miedo a los hijos
Las razones de esta falta de hijos son complejas, reconoció. Pero mencionó algunas. En primer lugar, el niño necesita una atención amorosa, lo cual exige darle parte de nuestro tiempo, un tiempo que parece escasear. «Tener tiempo y dar tiempo es un modo muy concreto de aprender a darse, de perderse para encontrarse a uno mismo», señaló el Papa. A esto se añade el problema de «qué normas hay que transmitirle para que siga el camino justo y en qué modo hacerlo respetando su libertad». «El espíritu moderno ha perdido la orientación, y esta falta de orientación nos impide indicar el camino recto a otros». Es más, señaló que «el hombre de hoy se siente inseguro ante el futuro» y esto, «unido a la voluntad de poseer toda la vida para sí, es quizá la razón más profunda por la que el riesgo de tener hijos supone para muchos algo casi insostenible».
«De hecho, solo podemos transmitir la vida de un modo responsable si estamos en condiciones de transmitir algo más que la mera vida biológica, esto es, un sentido que se mantenga también en las crisis de la historia y una certeza en la esperanza que sea más fuerte que las nubes que oscurecen el futuro. Si no aprendemos nuevamente los fundamentos de la vida, si no descubrimos otra vez la certeza de la fe, será cada vez menos posible confiar a los demás el don de la vida y la tarea de un futuro desconocido».
Matrimonio y parejas de hecho
Por otra parte, añadió, está «el problema de las decisiones definitivas: ¿el hombre puede responder que sí para toda la vida? Sí. Ha sido creado para esto. Precisamente de esta manera se realiza la libertad del ser humano y así se crea también el ámbito sacro del matrimonio que se prolonga, llegando a ser familia, y construye futuro».
Al hablar del matrimonio, manifestó también su «preocupación» por las leyes sobre las parejas de hecho. «Cuando se crean nuevas formas jurídicas que relativizan el matrimonio, la renuncia al vínculo definitivo obtiene, por así decir, también un sello jurídico. En tal caso, para el que ya le cuesta decidirse se hace aún más difícil».
Para otro tipo de parejas, se añade además la relativización de la diferencia de sexos, con lo que «se confirman de un modo tácito aquellas teorías funestas que quitan toda relevancia a la masculinidad y a la feminidad de la persona humana, como si se tratase de un hecho puramente biológico; teorías según las cuales es el hombre -con su entendimiento y su voluntad- quien decidiría autónomamente sobre lo que es o no es».
El Santo Padre afirmó que «queriendo emanciparse de su cuerpo -de la esfera biológica-, el hombre acaba por destruirse».
El testimonio del celibato
Refiriéndose posteriormente a su viaje apostólico a Baviera, Benedicto XVI puso de manifiesto que «tenía como principal intención resaltar el tema de Dios», teniendo en cuenta que «el gran problema de Occidente es el olvido de Dios». Con este estaban relacionados otros dos temas que caracterizaron el viaje: el sacerdocio y el diálogo.
Recordó que en el Antiguo Testamento los miembros de la tribu de Leví (los sacerdotes) no tenían tierras, sino que vivían de los diezmos. «El fundamento verdadero de la vida del sacerdote, (…) la tierra de su vida es Dios mismo», aseguró Benedicto XVI. «Este carácter teocéntrico de la existencia sacerdotal es muy necesario en nuestro mundo completamente funcional, donde todo se basa en servicios calculados y verificables. El sacerdote debe conocer a Dios desde dentro para llevarlo a la humanidad: es el servicio prioritario que ésta necesita. Si en una vida sacerdotal se pierde esta centralidad de Dios, desaparece también poco a poco el celo en su actuación».
Refiriéndose después al celibato, Benedicto XVI afirmó que «puede ser comprendido y vivido solamente con este fundamento», porque «las razones solamente pragmáticas, la referencia a una disponibilidad mayor no son suficientes» y se podría pensar que de ser así el celibato comporta «una forma de egoísmo que ahorra los sacrificios y fatigas que conlleva la aceptación y el soportarse mutuamente en el matrimonio».
El celibato «no puede significar el permanecer privados de amor, sino el dejarse arrebatar por la pasión de Dios». El celibato «debe ser un testimonio de fe», y por eso «es tan importante precisamente hoy».
Fe y razón se necesitan
Benedicto XVI introdujo el tema del diálogo recordando su encuentro hace años con el filósofo Jürgen Habermas, que expresó al entonces cardenal Ratzinger la necesidad de encontrar «pensadores capaces de traducir las convicciones codificadas de la fe cristiana en el lenguaje del mundo secularizado para hacerlas así eficaces de forma nueva».
«De hecho -observó el Papa-, cada vez es más evidente la urgencia que tiene el mundo de un diálogo entre fe y razón», sobre todo cuando «el dominio del hombre sobre la materia gracias a la fuerza del pensamiento, ha conseguido progresos inimaginables». «Nuestro conocimiento aumenta, pero a la vez se registra una progresiva ceguera de la razón acerca de sus propios fundamentos, acerca de los criterios que le dan orientación y sentido».
El Papa repitió la idea de que fe y razón se necesitan. «La ciencia debe acoger, de forma nueva, como un reto y una oportunidad, la fe en el Dios, que es en persona la razón creadora del universo». Recíprocamente, «la fe necesita el coloquio con la razón moderna para darse cuenta de su propia grandeza y cumplir con su responsabilidad. Esto es lo que traté de poner de manifiesto en mi discurso en Ratisbona».
Para el Papa, «la razón secularizada no es capaz de entablar un diálogo verdadero con las religiones», y advirtió que «si se cierra frente a la cuestión de Dios se acabará llegando al enfrentamiento de culturas».
Los musulmanes ante el mundo moderno
La visita apostólica a Turquía «me ofreció la ocasión -recordó el Papa- de manifestar también públicamente mi respeto por la religión islámica». El Papa observó que en el diálogo con el Islam es necesario tener en cuenta que «el mundo musulmán se encuentra hoy con gran urgencia ante una tarea similar a la impuesta a los cristianos a partir de la Ilustración y que el Concilio Vaticano II, como fruto de una fatigosa búsqueda, tradujo en soluciones concretas para la Iglesia católica».
«Por una parte, se trata de enfrentarse a la dictadura de la razón positivista que excluye a Dios de la vida de la comunidad y de la vida pública. (…) Por otra, es necesario acoger las conquistas verdaderas de la Ilustración, los derechos del ser humano y especialmente la libertad de la fe y de su ejercicio, reconociendo en ellos elementos esenciales también para la autenticidad de la religión».
«Así como en la comunidad cristiana hubo una larga búsqueda de la posición justa de la fe ante aquellas convicciones -búsqueda que ciertamente nunca estará concluida definitivamente-, también el mundo islámico con su propia tradición está ante la gran tarea de encontrar las soluciones oportunas. El contenido del diálogo entre cristianos y musulmanes será sobre todo en este momento el de encontrarse en este empeño por dar con las soluciones justas».
«Los cristianos -garantizó el Papa- nos sentimos solidarios con todos aquellos que, de acuerdo con sus convicciones religiosas de musulmanes, se comprometen contra la violencia y a favor de la sinergia entre fe y razón, entre religión y libertad».
La violencia no traerá la paz
Después, el Papa habló de su encuentro con el patriarca ecuménico Bartolomé I en Estambul. «Hemos experimentado la unidad profunda en la fe y pediremos al Señor todavía con más insistencia para que nos otorgue pronto la unidad plena en la fracción común del pan», dijo. Y, en una alusión al gobierno turco, agregó: «Esperemos y recemos para que la libertad religiosa, que corresponde a la naturaleza íntima de la fe y está reconocida en los principios de la Constitución turca, encuentre tanto en las formas jurídicas adecuadas como en la vida cotidiana del patriarcado y de las otras comunidades cristianas, una realización práctica cada vez mayor».
Benedicto XVI dedicó los últimos párrafos de su discurso al tema de la paz. «Tenemos que aprender que la paz no puede alcanzarse solamente desde el exterior, (…) y que el intento de establecerla con la violencia, acarrea solo nueva violencia. (…) Tenemos que aprender que la paz sólo puede existir si el odio y el egoísmo se superan desde dentro. (…) En nuestra vida tenemos que llevar a cabo cuanto sucedió en el Bautismo sacramentalmente: la muerte del hombre viejo para que resurja el hombre nuevo. (…) ¡Que la razón de la paz venza a la sinrazón de la violencia!».