Benedicto XVI regresa a sus raíces en Baviera

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Múnich. Benedicto XVI ha demostrado una vez más que es un Papa de palabras claras. Durante su viaje de seis días a su Baviera natal ha transmitido mensajes profundos y sencillos a la vez: el mundo no puede prescindir de Dios; el hombre sin El se empequeñece, y la razón tiene un lugar central en la fe. La efusiva acogida en su patria ha dejado patente el fuerte aprecio del que goza Joseph Ratzinger entre los suyos y, al mismo tiempo, que es capaz de sintonizar tanto con ciudadanos de a pie como con catedráticos universitarios.

«El alemán más importante se encuentra desde el sábado de nuevo en Alemania», así comentaba en su portada el «Frankfurter Allgemeine Zeitung» (11-09-2006) la segunda visita a Alemania de Benedicto XVI desde su elección como Obispo de Roma el 19 de abril de 2005. «Quien no quiera reconocer en él a un importante pensador, porque como no creyente la Teología le parezca por principio algo dudoso, no puede pasar por alto el hecho de que Benedicto es el líder jurídico y espiritual de mil millones de católicos en todas partes del mundo. Ningún otro alemán es nada comparable. Por ello, nadie, por muy apartado o enemistado que esté con la Iglesia, puede dejar de ser consciente de que está viendo a un hombre que aparecerá en los libros de historia alemanes mientras este país pertenezca al Occidente cristiano».

Tal vez este editorial sirva para explicar la gran atención dedicada en Alemania al viaje de Benedicto XVI y por qué los principales líderes y los medios de comunicación de un país ampliamente secularizado, cuna del protestantismo, y en el que apenas una tercera parte de la población es católica, se han volcado efusivamente con él.

El viaje de Benedicto XVI a Alemania del 9 al 14 de septiembre ha tenido un fuerte carácter emotivo, aunque no ha dejado de ser una visita pastoral. La gira papal estuvo reducida a Baviera, región importante en el sur del país. Por superficie es el mayor «Land» de Alemania, concentra a 12,5 millones de los 82 millones de habitantes del país. En general, cuando los alemanes piensan en Baviera piensan en tres cosas: gente alegre que saber disfrutar de la vida, una región exitosa económicamente y, sobre todo, un bastión católico.

En Alemania viven más de 50 millones de cristianos y por primera vez en siglos los católicos superan en número a las confesiones evangélicas. Baviera, con un 58 por ciento, tiene una de las mayores concentraciones de católicos del país.

Sordera en Occidente

Uno de los actos más destacados del programa papal fue la misa que congregó a más de 200.000 personas en el parque ferial de Múnich. En su homilía, el Papa consideró que Occidente sufre una «sordera» que le impide escuchar a Dios y que hace que las poblaciones de África y Asia, pese a que admiran las capacidades técnicas del mundo desarrollado, «asustan ante una concepción de la razón que excluye totalmente a Dios de la visión del mundo». «La verdadera amenaza para su identidad no la ven en la fe cristiana sino en el desprecio de Dios, en el cinismo que considera un ejercicio de libertad la burla de lo sagrado y convierte la utilidad en criterio moral supremo en la investigación científica».

En su homilía, el Papa agradeció a los católicos alemanes la generosidad en la ayuda enviada a los católicos del Tercer Mundo, pero instó a no apoyar sólo proyectos sociales sino también pastorales. El Papa señaló que «si sólo se transmiten conocimientos, habilidades, capacidad técnica e instrumentos, se transmite demasiado poco». Benedicto XVI afirmó que el Evangelio y lo social son inseparables. «La experiencia de los obispos africanos es precisamente que la evangelización tiene que tener la precedencia, que el Dios de Jesús tiene que ser conocido, creído y amado, tiene que convertir los corazones para que incluso las cuestiones sociales puedan avanzar, para que se emprenda la reconciliación, para que -por ejemplo- se pueda combatir el sida, afrontando verdaderamente sus causas profundas y curando a los enfermos con el debido amor y atención».

María y Cristo, un «doble sí»

Benedicto repitió las líneas generales de esa homilía un día después en otra misa celebrada en Altötting, el principal santuario mariano de los países de habla alemana. Aquí, ante unas 70.000 personas, instó a los hombres a «dar espacio en el mundo» a Dios y consideró que «engrandecer a Dios significa darle espacio en el mundo, en la propia vida, dejarlo entrar en nuestro tiempo y en nuestras acciones. Esta es la esencia más profunda de la verdadera plegaria. Donde Dios es grande, el hombre no se empequeñece, sino que también se vuelve grande y luminoso».

En Altötting se venera una imagen de la Virgen del siglo XIV conocida como la Virgen Negra, porque ha tomado ese color por el humo de las velas encendidas por los fieles a lo largo de siglos. Recibe más de un millón de visitantes al año y ya en 1980 tuvo entre sus peregrinos a Juan Pablo II. Ratzinger escribe en sus memorias que dichas visitas a la Virgen en Altötting se encuentran entre los recuerdos «más tempranos y bonitos» de su infancia. Durante su visita a la localidad, situada a apenas 17 kilómetros del lugar en el que nació, el Papa le regaló a la Virgen una copia de su anillo de pescador, encomendando así su pontificado a su protección.

En su homilía, el Papa invitó a los fieles a una nueva y sencilla devoción mariana y consideró que Cristo y su madre están unidos por la aceptación de la voluntad de Dios: «En este doble sí, la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María le da el cuerpo. Lo que tienen que ver uno con otra es este doble sí». Según Benedicto, «María nos enseña a no imponer nuestra voluntad y nuestros deseos frente a Dios, sino a dejar en sus manos lo que él quiera hacer».

Después de la homilía, el obispo luterano de Baviera, Johannes Friedrich, se mostró «muy conmovido» por la «manera maravillosa en la que el Papa ha relacionado a María y a Cristo».

La fe, en casa y en la escuela

Durante una visita a la catedral de Nuestra Señora, su antigua sede catedralicia, Ratzinger pidió «por favor» a los padres que recen con sus hijos al bendecir la mesa y antes de irse a dormir y, sobre todo, que vayan con ellos a misa los domingos: «Veréis que no es un tiempo perdido: mantiene a la familia verdaderamente unida y le da un centro de gravedad. El domingo será más bonito, toda la semana será más bonita». A los profesores de Religión y educadores les instó por su parte a mantener presente en la escuela la idea de Dios: «Sé que es difícil en nuestro mundo pluralista sacar a debate la fe en la escuela, pero no es suficiente que los niños y jóvenes aprendan sólo conocimientos y habilidades técnicas, sin ningún criterio que dé dirección y sentido al conocimiento y a esas habilidades».

En un encuentro con sacerdotes, religiosos y seminaristas en la basílica de Santa Ana de Altötting, el Papa invitó a los jóvenes a no tener miedo a la vocación. «‘No tengas miedo’, dijo el ángel a María. ‘No tengas miedo, te he llamado por tu nombre’, nos dice Dios a través del profeta Isaías, a cada uno de nosotros». Para los sacerdotes tuvo un mensaje claro: si se acorta el trato con Dios, la actividad más heroica se convierte en un activismo vacío. A este respecto, consideró que el signo más importante de la cercanía con Dios es la celebración diaria de la misa.

En numerosos momentos a lo largo de la amplia gira, Benedicto ha demostrado naturalidad para desenvolverse entre las multitudes. Sobre todo en Altötting y Marktl, Ratzinger se tomó tiempo pasa saludar a los fieles y bendecir y besar a los niños.

En su antigua universidad

En la universidad de Ratisbona, donde fue profesor de Teología Dogmática entre 1969 y 1977, Benedicto XVI fue aplaudido de pie durante minutos por los cientos de profesores y alumnos que asistieron en el aula magna a su conferencia del 12 de septiembre titulada «Fe, razón y universidad». En ella, en la línea con lo afirmado ya en otras escalas de su visita, instó al diálogo entre las religiones y culturas, pero consideró que «una razón que es sorda frente a lo divino y que relega a la religión a la categoría de subcultura es incapaz de participar» en dicho diálogo. El Papa consideró que reconocer la dimensión divina no implica echar por tierra los logros de la Ilustración ni tampoco cerrarse a la modernidad, sino más bien ampliar el concepto de razón.

Ese mismo día, en una homilía ante 250.000 personas, había considerado que desde la Ilustración por lo menos una parte de la ciencia trabaja infatigablemente para encontrar una explicación del mundo en la que Dios sea superfluo. «Pero una y otra vez se muestra que el ser humano no se comprende sin Dios y que el mundo, el amplio universo, no se comprende sin El». Estas declaraciones fueron interpretadas por algunos medios como un rechazo a la teoría de la evolución, aunque ésta no fue mencionada en ningún momento y la Iglesia enseña que la evolución y la creación divina del mundo no tienen por qué oponerse.

El Credo, aclaró, «no es una teoría»; es el «encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del Bautismo, se inclina ante el hombre; nos sale al paso y de este modo nos acerca también a los unos con los otros». Por eso, afirmó, «quien cree no está nunca solo».

Vicente Poveda

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