Entrevista
Pamplona. Rafael Alvira es catedrático de Metafísica y Director del Instituto Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra. Recientemente ha editado, con la colaboración de Kurt Spang, el volumen «Humanidades para el siglo XXI» (EUNSA), con motivo del cincuentenario de la Facultad de Filosofía y Letras de su Universidad. En una época en que parece dominar la tecnología, Alvira propone una revitalización de las humanidades que sepa recoger los avances de la modernidad y recuperar, al mismo tiempo, la tradición del espíritu humanista.
¿Están en crisis las humanidades?
Desde un punto de vista, la situación de las humanidades es mejor que nunca: hay más patrocinio para exposiciones, conciertos, investigación en historiología, lingüística, literatura, arte, arqueología… En todos los países existen ayudas gubernamentales para estas actividades. Además, se crean empresas que difunden a través de los medios de comunicación diferentes temas de valor humanístico. La educación también se beneficia, y actualmente recibe más dinero que nunca en la historia. Es obvio, por tanto, que los medios y las posibilidades de las humanidades son muy superiores en estos días que en cualquier otra época.
Las numerosas quejas que existen acerca de la decadencia de las humanidades, en consecuencia, no provienen de los escasos recursos, sino que tienen otro carácter. El principal problema es la falta de convicción y afición de los humanistas por su propia tarea: esto les hace incapaces de transmitir el saber humanístico, ya que no lo viven. Existen muchos humanistas que aspiran a encerrarse para investigar: se da una gran autosatisfacción con la propia tarea, en detrimento del amor al saber, que tiende, siempre, a transmitirse.
La tendencia actual al materialismo y la superficialidad, al «cortoplacismo» cobra mayor vigor por la falta de fuerza en la actividad humanística: no hay ejemplos que hagan cambiar esta actitud general.
¿Qué remedio propone?
Los humanistas tienen que volver a creer en el hombre, recuperar la visión integradora característica de la concepción humanística. No se trata de una investigación sectorial, como la de las ciencias humanas, sino de una investigación parcial con la vista puesta en la totalidad. Es cierto que las ciencias humanas, bien hechas, son muy útiles, pero no es lo mismo que el espíritu humanístico, que se define por la búsqueda de la perfección humana, de la integración.
Siempre se han distinguido tres dimensiones fundamentales para la perfección del hombre: lo verdadero, lo bueno y lo bello. En el sistema educativo actual, sólo se cultiva la inteligencia, y no siempre bien. Los sentidos, sin embargo, están muy poco atendidos, tanto el sentido estético como el sentido ético, porque no se educa la voluntad. Son fallos de formación humanística muy graves. El modo de poner remedio a estos fallos pasa por tomarse en serio al hombre en su totalidad.
La segunda tarea que tienen los que se dedican a las humanidades es mostrar que son totalmente prácticas para el hombre: efectivamente, ante la sociedad no se hace visible su utilidad, que si bien no es productiva, sí que tiene un efecto más hondo y de mayor alcance, que influye y orienta las decisiones. La persona formada según el ideal de perfección humanístico está más capacitado para conseguir beneficios.
Tal vez para revitalizar las humanidades haya que cambiar las leyes de educación…
Toda recuperación depende de que haya personas convencidas. Efectivamente, se puede legislar, pero, como ya dijo Horacio, de nada sirven las leyes sin las costumbres. Y sin hombres buenos, no hay costumbres buenas. La influencia de la legislación es menor de lo que creemos, y su efecto es mínimo.
Hay que favorecer la presencia influyente de las personas que creen en el valor de las humanidades y que saben: sólo ellos pueden hacer una transmisión vital del saber humanístico. Como he señalado, las leyes no logran nada, pero tampoco lo hacen los escritos: no consiguen mover como lo hace el ejemplo.
Este es otro error del humanismo contemporáneo: sobrevalorar lo escrito y minusvalorar el diálogo personal. Obviamente, se trata de un porcentaje: es necesario publicar, pero sin que se resienta por ello el diálogo. Además, cuando se publica mucho, como se hace ahora, es fácil que no todo tenga la profundidad y la calidad que se merece. Los humanistas, actualmente, ambicionan ante todo el reconocimiento público de sus escritos mediante premios y compensaciones económicas y se olvidan del consejo de Platón: es más importante escribir en las almas, mediante las ideas, el ejemplo y el trato.
¿Qué impronta social tiene el espíritu humanístico? ¿Cuál es su lugar?
El espíritu humanístico es una visión amplia, que los gobiernos actuales no tienen. La verdadera política es un humanismo práctico: tradicionalmente se ha considerado un arte noble, la encarnación de una idea. Sin embargo, los políticos contemporáneos también han caído en el «cortoplacismo» y la superficialidad: no saben, y no pueden hacer un humanismo vivo.
Esta visión es integradora: procura colocar en su sitio cada actividad humana, cada saber, que sólo es verdadero en su sitio, orientado hacia el bien del hombre. La división entre ciencias y letras no corresponde al espíritu humanístico. El humanista ha de interesarse por las ciencias porque sabe cuál es su valía. Los científicos se quejan, con razón, de que los humanistas, que no saben de ciencia, les exigen saber de humanidades. Lógicamente, este conocimiento no tiene que ser exhaustivo, sino que tiene que dirigirse a lo fundamental y, sobre todo, a su apreciación como un saber humano. Es consecuente que el conocimiento científico-natural esté mal empleado, ya que los humanistas no han ayudado a dar la orientación precisa.
Hay que convencerse, y hacer saber, que el espíritu humanístico no es ornato del conocimiento, sino que es la savia.
Rubén Pereda