Análisis
A propósito de la polémica suscitada por la publicación de unas caricaturas del profeta Mahoma en un diario danés y luego recogidas en numerosos periódicos europeos, conviene precisar, en contra de una creencia común, que el Corán no prohíbe la reproducción de la imagen humana o de otras criaturas.
Cosa diferente es la prohibición formal de las representaciones pictóricas de la imagen de Dios, en la medida que nadie lo ha visto ni puede imaginárselo, así como del profeta Mahoma que, como enviado divino, simboliza un mensaje que tampoco puede reproducirse en una imagen que no sea el propio Corán. Como afirma un conocido autor musulmán, el escritor tangerino Tahar Benyelún, representar a Mahoma sería reducirlo a una imagen forzosamente incompleta, torpe e incluso errónea, ya que la idea esencial del Corán es la de «soplo» divino, algo demasiado abstracto y sagrado para que pueda representarse.
El razonamiento se fundamenta, además, en la decisión que tomó Mahoma de destruir todos los ídolos que había en la Kaaba cuando entró en La Meca, una vez recibidas las primeras revelaciones del Libro, cuando ya tenía perfectamente asentada la doctrina monoteísta. Era necesario, por tanto, acabar con todo tipo de idolatría y, de hecho, uno de los mayores pecados que pueden cometerse en el mundo islámico es el «asociar» al Dios único a cualquier figura y de ahí su radical incomprensión del dogma trinitario cristiano. No obstante, la representación de figuras de animales como ornamentación artística dentro de ámbitos privados, fue admitida excepcionalmente, como puede comprobarse en ese portentoso y único Patio de Los Leones, en el interior del palacio de la Alhambra de Granada.
Curiosamente, dentro del mundo islámico, especialmente en Irán e Irak, donde predomina la secta «chiíta», está permitida la reproducción de imágenes del califa Alí y de los imanes que le sucedieron y se representan en dibujos muy embellecidos y coloreados que sacan sus adeptos en procesiones públicas. Por otra parte, dentro de la comunidad «sunnita», la mayoritaria, está fuertemente arraigada la práctica del misticismo «sufí», cuyos más grandes representantes, el persa Al-Gazael y el murciano Ibn Arabí, casi rayaron en el panteísmo al considerar que todo en el mundo es una manifestación de lo divino, siendo Allah lo único real y verdadero. De esto modo, Ibn Arabí, mucho más osado que su maestro, llegó a justificar la idolatría, ya que todo lo que pueda ser adorado no es más que una manifestación de la divinidad.
Por supuesto, el misticismo sufí fue duramente combatido por los teólogos de su tiempo y sus seguidores perseguidos y combatidos. Sin embargo, esto no ha impedido su profundo arraigo en buena parte de la «umma». Hasta el extremo de que los santuarios y tumbas, tan combatidos por el «wabhabismo» radical saudita, son objeto de devoción, especialmente en el Norte de África, donde abundan los «morabitos» o tumbas de santos que congregan a numerosos fieles con ocasión de los «musen» o peregrinaciones organizadas anualmente en su memoria. En el extremo opuesto está el rigorismo del «hanbalismo» saudí, ampliamente extendido en países cercanos, como Afganistán, donde los fanáticos talibanes demolieron los Budas de Bamiyan, esculpidos en la roca muchos siglos antes de la aparición del Islam en aquellas tierras.
Dicho esto, lo que siempre será rechazado en el mundo islámico, por blasfema, es la burla que pueda hacer un no creyente de la figura de Mahoma. Las manifestaciones de protesta que se registran estos días en el mundo islámico a propósito de las polémicas caricaturas son una expresión ciertamente excesiva pero muy clara del enorme abismo que separa un mundo que adora a Dios de otro que parece sacrificar todo, incluido el respeto a lo más sagrado, al ídolo de una libertad de expresión, ejercida sin responsabilidad. Estamos ante una excelente ocasión para reflexionar sobre esa curiosa «alianza de civilizaciones» propuesta por un agnóstico que desprecia su propia identidad cristiana pero que parece aceptar la identidad religiosa de la otra civilización, la cual rechaza, a su vez, el laicismo y su cortejo de intolerancias hacia los creyentes.
Manuel CruzEl Vaticano condena las viñetas sobre Mahoma y las reacciones violentas
La Santa Sede ha condenado en un comunicado emitido por su Oficina de Prensa tanto la publicación en la prensa occidental de viñetas satíricas sobre Mahoma como las reacciones violentas que han suscitado en algunos grupos islámicos. La declaración, sin firma, dice:
«El derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, garantizado por la Declaración de los Derechos del Hombre, no puede implicar el derecho a ofender el sentimiento religioso de los creyentes. Este principio vale obviamente para cualquier religión.
«La convivencia humana exige un clima de respeto mutuo para favorecer la paz entre los hombres y las naciones. Además, algunas formas de crítica exasperada o de escarnio de los demás manifiestan una falta de sensibilidad humana y pueden constituir en algunos casos una provocación inadmisible. La lectura de la historia enseña que por este camino no se curan las heridas que existen en la vida de los pueblos.
«Al mismo tiempo, hay que decir que las ofensas causadas por un individuo o por un órgano de prensa no pueden ser imputadas a las instituciones públicas del país correspondiente, cuyas autoridades podrán y deberán, eventualmente, intervenir según los principios de la legislación nacional. Son igualmente deplorables las acciones violentas de protesta. La reacción ante una ofensa no puede faltar al verdadero espíritu de toda religión. La intolerancia real o verbal, venga de donde venga, como acción o como reacción, constituye siempre una seria amenaza a la paz».