En el Sínodo de Obispos que se celebra en Roma se mantienen libres los cuatro asientos que deberían ocupar los obispos chinos invitados por Benedicto XVI, a los que el gobierno de Pekín ha impedido participar. Pero está muy presente la situación de la Iglesia en China, donde hay cada vez más intentos y realidades de acercamiento entre la Iglesia oficial reconocida por el gobierno y la llamada «clandestina», unida a Roma. Entre los cuatro obispos invitados por el Papa había representantes de ambas comunidades.
En China el gobierno permite la práctica religiosa sólo con personal reconocido y en lugares registrados ante la Oficina de Asuntos Religiosos y bajo el control de la Asociación Patriótica de Católicos Chinos. De ahí la diferencia entre una Iglesia «oficial» y los fieles que tratan de salirse del citado control para ponerse en obediencia directa del Papa formando la Iglesia «clandestina».
En realidad, la división es más aparente que real, según explicó el obispo de Hong Kong, Mons. Joseph Zen Ze-kiun, durante su intervención en el Sínodo. «La Iglesia en China, aparentemente dividida en dos, es en realidad una sola Iglesia, pues todos quieren estar unidos al Papa». El prelado salesiano confirmó que «después de largos años de separación forzada, la inmensa mayoría de los obispos de la Iglesia oficial han sido legitimados por la magnanimidad del Santo Padre».
El obispo de Hong Kong reveló que «en los últimos años resulta cada vez más claro que los obispos ordenados sin aprobación del Romano Pontífice no son aceptados ni por el clero ni por los fieles». Se espera por eso, añadió el obispo chino, que «el gobierno vea la conveniencia de normalizar la situación, aunque elementos ‘conservadores’ dentro de la Iglesia oficial oponen resistencia por obvios motivos de interés».
El gobierno ha puesto tradicionalmente dos condiciones: que Roma reconozca la política de «una sola China», rompiendo sus relaciones con Taiwán, y que el gobierno intervenga en el nombramiento de los obispos. La postura de la Santa Sede se ha orientado a favorecer la unidad entre las dos comunidades católicas de China, y a hacer ver al gobierno comunista que la independencia de la Iglesia católica no significa inmiscuirse en la vida política del país.
Las condiciones de la Santa Sede para normalizar las relaciones son principalmente dos: que los católicos chinos tengan libertad para relacionarse con el Vaticano sin el control del gobierno y que el Papa pueda elegir libremente a los obispos. Dentro de esto se pueden encontrar acomodos prácticos. El pasado junio, Mons. Giovanni Lajolo, «ministro de Exteriores» del Vaticano, aseguró que no hay «problemas irresolubles» para arreglar la situación.
De hecho, algunos nombramientos episcopales recientes se han hecho de acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno de Pekín. Es el caso, según la agencia misionera Asia News, del nuevo obispo auxiliar de Xian, Mons. Anthony Dan Migyan, de 34 años, consagrado obispo el pasado julio. La celebración fue oficiada por el arzobispo de Xian, Mons. Antonio Li Duan, de 78 años, conocido por su defensa de la libertad de la Iglesia y por su amor al Papa, lo que le ha valido persecuciones. Pero a la ceremonia asistieron también representantes del gobierno y de la Asociación Patriótica católica.
Otra señal positiva ha sido el anuncio, por parte de la superiora de las Misioneras de la Caridad, de que el gobierno de Pekín ha invitado a las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta a establecerse en China.
La «unidad» impuesta por el gobierno
Pero junto a los signos positivos otros indican que el gobierno no renuncia a imponer su control en asuntos religiosos. La invitación del Papa a cuatro obispos chinos para que participaran en el Sínodo fue rechazada, según un portavoz de la Asociación Patriótica católica, porque el anuncio de la invitación «no mostraba respeto» a la autonomía de decisión de los organismos de católicos chinos.
En otros casos, los intentos de control se basan en la represión para conseguir que todos los católicos se integren en la Asociación Patriótica. A finales de septiembre, según informaciones de Asia News, el gobierno de Hubei comunicó a los obispos «no oficiales» que para administrar los sacramentos todo el clero debe tener una tarjeta especial concedida por el gobierno. Hubei es la región de China donde hay más católicos -más de millón y medio-, la mayoría «clandestinos». La campaña va dirigida a que pasen a formar parte de la Iglesia oficial.
A las presiones policiales los obispos respondieron que ellos pueden aceptar la tarjeta del gobierno, pero no el ser integrados a la fuerza en la Iglesia oficial, porque esto supondría su adscripción a la Asociación Patriótica. Esta es una organización al servicio del partido comunista para controlar a los fieles.
Los obispos han pedido a los representantes del gobierno que les deje libres para encontrar por sí mismos el modo de construir la unidad con la Iglesia oficial. De hecho, muchos obispos de la Iglesia no oficial han dado indicaciones de que los fieles pueden participar en la Eucaristía de las comunidades de la Iglesia oficial.
La creciente unidad entre ambas comunidades se ha manifestado también en los funerales públicos del obispo «clandestino» Peter Chang Zang Bairen, celebrados el 15 de octubre en Zhangjiatai, con la participación de sacerdotes de ambas comunidades, oficial y no oficial. Mons. Chang pasó 24 años en la cárcel y en trabajos forzados entre 1955 y 1979, por negarse a romper los lazos con la Santa Sede. En 1986 fue consagrado obispo, y ha ejercido su ministerio en Hanyang, donde ha muerto a los 90 años con fama de santidad entre los fieles.
Al ser un obispo «clandestino», no reconocido por el gobierno, sus funerales públicos podrían incurrir en reunión ilegal. Pero el gobierno local aceptó la celebración de la ceremonia, con tal que hubiera tranquilidad en esos días.