El 9 de octubre será beatificado en Roma el cardenal Von Galen, que fue obispo de Münster durante el nazismo. Apodado el «León de Münster», es el principal ejemplo de firmeza, dentro de la jerarquía eclesiástica alemana (ver Aceprensa 82/95), en la condena de un régimen que se basaba en lo que Benedicto XVI definió, en su reciente visita a la sinagoga de Colonia, como «demencial ideología racista de matriz neopagana».
Clemens August von Galen nació el 16 de marzo de 1878 en el castillo (hoy abadía benedictina) de Burg Dinklage (Baja Sajonia). Era el undécimo de los trece hijos del conde Ferdinand von Galen (diputado del Zentrum) y su mujer Elisabeth. Estudió teología entre 1898 y 1903 en Innsbruck (Austria), para volver luego al seminario de Münster, donde fue ordenado sacerdote en 1904 y pasó a ser vicario de la catedral. Entre 1906 y 1919 fue capellán en Berlín y en los diez años siguientes párroco de una parroquia cercana a la capital. Desde 1929 lo fue en la parroquia de San Lamberto de Münster, hasta que Pío XI lo nombró obispo en 1933, el año en que los nazis tomaron el poder.
Poco después emprendió Von Galen una crítica pública del libro de Alfred Rosenberg «El mito del siglo XX», que pretendía fundamentar ideológicamente el régimen de Hitler. El obispo calificaba de «herejía neopagana» el racismo nazi. Cuando Pío XI condenó el nazismo en la encíclica «Mit brennender Sorge» (1937), Von Galen puso particular empeño en difundirla.
Oposición abierta al nazismo
Von Galen destacó, dentro del episcopado alemán, por su postura de combate abierto contra el régimen. Ello no obstó para que, en 1936, juzgara positivamente la remilitarización de Renania, con la cual Alemania sepultó el Tratado de Versalles, que ya había denunciado oficialmente el año anterior.
Para los católicos, en palabras de la pastoral conjunta publicada por los obispos alemanes el 6 de julio de 1941, se trataba «de seguir existiendo o de desaparecer, se trata del desarraigo del cristianismo». Frente a una postura apocada, que prefiriera optar por el silencio para evitar la aniquilación física por parte del régimen, Von Galen dejó bien claro que no hay cristianismo sin defensa de los derechos humanos. Desde su primera homilía, denunció las prácticas de la policía secreta (Gestapo). «Cualquier ciudadano alemán se encuentra totalmente desprotegido e indefenso ante el poder omnímodo de la policía secreta; ninguno de nosotros está seguro de que un día no vayan a su casa a detenerlo, de que no se le robe su libertad y se lo encierre en los sótanos y en los campos de concentración de la policía secreta».
Denuncia de la eutanasia
No obstante, fueron sus homilías de 1941 contra la eutanasia lo que le dio más fama, hasta el punto de que los aliados las citaban en los panfletos que arrojaban sobre Alemania. El 13 y el 20 de julio de 1941, Von Galen pronunció sendas homilías contra la eutanasia, y el 3 de agosto volvió a la carga con la última y más encendida, tras enterarse de que unos enfermos de un hospital católico de Münster habían sido trasladados para darles muerte.
Von Galen advertía que la eutanasia no reconoce límites: «Una vez admitido que hay hombres que tienen derecho a matar a personas improductivas, y aunque ahora se trate solo de pobres e indefensos enfermos mentales, con eso ya se ha autorizado en esencia el asesinato de todas las personas improductivas, es decir, de los enfermos incurables, de los inválidos incapaces de trabajar y de los de guerra; y también el de todos nosotros, cuando por la edad seamos débiles y por tanto improductivos».
Von Galen condenaba la eutanasia como «matanza de inocentes», pero también argumentaba con los artículos del Código Penal que prohibían matar y obligaban a denunciar todo delito, precisando que él mismo había presentado denuncia. Como consecuencia de su intervención, el régimen suspendió oficialmente la campaña de eutanasia de personas «improductivas», aunque siguió aplicándola sin publicidad.
Las filípicas de Von Galen, hasta el final de la guerra, están llenas de denuncias concretas sobre abusos cometidos contra propiedades de la Iglesia, y de críticas a las costumbres y ritos neopaganos de los nazis. Pero no reclamaba el respeto a derechos particulares, sino el «derecho a la vida, a la inviolabilidad, a la libertad. Como alemán, como ciudadano, como representante de la religión cristiana, como obispo católico: exigimos justicia». Si se salvó de la ejecución -pedida por el lugarteniente de Hitler, Martin Bormann-, fue por el apoyo entusiasta de sus fieles -los informes de la Gestapo hablaban de «escenas tumultuosas» en la catedral-, que impresionó al ministro de Propaganda, Joseph Goebbels. Éste convenció a Hitler de que sería mejor esperar a que terminara la guerra para vengarse del obispo.
Hitler suspendió la campaña de eutanasia el 24 de agosto de 1941, cuando se había asesinado a 70.000 enfermos. Von Galen no se quedó solo, y también los obispos de Hildesheim y Tréveris predicaron expresamente en defensa de los disminuidos. Con una política de aparente pacificación, las autoridades nazis dieron a los líderes religiosos católicos y protestantes la oportunidad de presentar un texto conjunto con sus reclamaciones a Hitler, en noviembre. Por supuesto que el lobo no hizo más que ponerse la piel de cordero por un rato, y la eutanasia siguió practicándose bajo cuerda, hasta asesinar a unos 80.000 enfermos más antes del fin de la guerra.
En la posguerra Von Galen denunció también injusticias cometidas por las fuerzas de ocupación aliadas, y defendió la responsabilidad personal frente a quienes afirmaban que existía una culpabilidad colectiva de los alemanes por los crímenes del nazismo. Tampoco fue su postura de mera denuncia, sino que se centró en afirmar las bases para una nueva sociedad. En reconocimiento a sus méritos, Pío XII lo nombró cardenal el 18 de febrero de 1946. Apenas un mes después, el 22 de marzo, Von Galen falleció en Münster.
Santiago Mata