Roma. El tono cordial que caracterizó el encuentro entre Benedicto XVI y el líder de la Fraternidad Sacerdotal de S. Pío X, Bernard Fellay, ha llevado a pensar a algunos comentaristas en un proceso de acercamiento a la Santa Sede de los seguidores del obispo Marcel Lefebvre. La audiencia privada, de poco más de media hora, se celebró el 29 de agosto «en un clima de amor por la Iglesia y de deseo de llegar a una perfecta comunión», según refirió el portavoz vaticano. «A pesar de la conciencia de las dificultades -añadió-, se ha manifestado la voluntad de proceder gradualmente y en tiempos razonables».
La novedad es que se trata del primer encuentro directo entre un Pontífice y el responsable de la Fraternidad desde que se produjo el cisma. La cordialidad del coloquio, sin embargo, no oculta las dificultades. En realidad, las divergencias no se limitan a la cuestión litúrgica, tal vez el aspecto más conocido, sino que radican en la mentalidad de fondo: para los seguidores de Lefebvre, los problemas internos de la Iglesia no se deben a una equivocada aplicación del Vaticano II, sino que el obstáculo es el mismo concilio, especialmente lo relacionado con la libertad religiosa, el ecumenismo y la reforma litúrgica. La dificultad para aceptar las enseñanzas del Vaticano II procede, en buena medida, de que tienden a interpretar la tradición de la Iglesia identificándola con alguna de sus manifestaciones históricas. Una actitud que se ha visto reforzada por errores y abusos objetivos cometidos en los últimos decenios, a veces con el consentimiento o tolerancia de representantes de la jerarquía eclesiástica.
Bernard Fellay declaró que había manifestado al Papa el apego de la Fraternidad a la Santa Sede. Pero añadió también que «la Fraternidad ora para que el Santo Padre pueda encontrar la fuerza para poner fin a la crisis de la Iglesia, instaurando todas las cosas en Cristo». Lo que equivale a decir -como ha subrayado en otras ocasiones de modo más explícito- que el problema está en el otro lado y que por su parte no habría necesidad de cambios.
Fellay fue uno de los cuatro obispos que monseñor Lefebvre consagró en 1988, provocando el cisma con Roma. Su ordenación fue ilícita, pero válida, lo mismo que las sucesivas ordenaciones sacerdotales llevadas a cabo por los cuatro obispos. En una entrevista precedente al encuentro con el Papa, Fellay afirmó que cuando fuera recibido le pediría que revocara la excomunión y que autorizara la celebración generalizada de la misa según el rito de S. Pío V. Según sus propios datos, la Fraternidad cuenta con 450 sacerdotes, 180 seminaristas, 160 religiosos y religiosas y unos 200.000 seguidores en más de veinte naciones.
Mano tendida
Desde que se produjo el cisma en 1988 la Santa Sede tendió la mano a los seguidores de Lefebvre que quisieran volver a la comunión con Roma. Así se creó la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, un instituto de derecho pontificio, en el que pueden integrarse los sacerdotes y seminaristas tradicionalistas, y seguir celebrando la Misa conforme al rito tridentino o de San Pío V. También Juan Pablo II había decidido ya en 1984 que los obispos hicieran «una amplia y generosa aplicación» del indulto para celebrar la Misa según el rito anterior a la reforma litúrgica conciliar. Pero no todos los obispos atendieron esta petición. Sin embargo, la aplicación de este documento hizo posible que comunidades de sacerdotes y religiosos que habían estado ligadas al movimiento lefebvriano volvieran a la comunión con la Santa Sede.
En 1998, diez mil fieles tradicionalistas de los que se reconciliaron con la Santa Sede peregrinaron a Roma y fueron recibidos por Juan Pablo II y por el cardenal Ratzinger. En su discurso, Juan Pablo II pidió que los obispos tengan «comprensión y una renovada atención pastoral hacia los fieles que aman el antiguo rito». El cardenal Ratzinger recordó que «el Concilio ordenó una reforma de los libros litúrgicos, pero no prohibió los libros anteriores». Y expresó el deseo de que «las comunidades que aman la antigua liturgia puedan ser integradas pacíficamente en la Iglesia».
Una de las comunidades lefebvrianas que volvieron a la unión con la Santa Sede en 2002 fue la Unión Sacerdotal de San Juan María Vianney, liderada por el obispo cismático Licinio Rangel, presente en la diócesis de Campos (Brasil), con 26 sacerdotes y unos 28.000 laicos (ver Aceprensa 15/02). El obispo Rangel, que había sido consagrado obispo por los prelados ordenados por el arzobispo Lefebvre, envió una carta al Papa en la que manifestaba su «perfecta comunión con la Cátedra de Pedro, reconociendo el Primado del Papa y su gobierno sobre la Iglesia universal».
Juan Pablo II levantó las penas canónicas que pesaban sobre ellos, y dispuso que la Unión fuera erigida como una Administración Apostólica, sujeta directamente a la Santa Sede. Sus miembros tienen permiso para seguir utilizando la liturgia de San Pío V.
Diego Contreras