La laicidad constructiva, según Juan Pablo II

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En Francia se celebra este año el centenario de la ley de separación de la Iglesia y del Estado. Con este motivo, Juan Pablo II ha dirigido a los obispos franceses una carta, fechada el 11 de febrero de 2005, en la que hace el elogio de una sana laicidad.

Juan Pablo II recuerda que la ley de separación de la Iglesia y del Estado en 1905 «fue un acontecimiento doloroso y traumático para la Iglesia en Francia. Regulaba el modo de vivir en Francia el principio de laicidad y, en ese marco, no mantenía más que la libertad de culto, relegaba el hecho religioso a la esfera privada y no reconocía a la vida religiosa y a la institución eclesial un puesto en el seno de la sociedad».

Pero el progresivo «proceso de pacificación», emprendido a partir de 1921 tanto por la Iglesia como por el Estado, permitió resolver una serie de dificultades y lograr que la Iglesia en Francia pudiera «cumplir su misión propia con confianza y serenidad, y tomar una parte cada vez más activa en la vida social, respetando las competencias de cada uno».

El Papa señala que «el principio de laicidad, tan arraigado en vuestro país, bien entendido pertenece también a la doctrina social de la Iglesia».

La justa separación de poderes, la no confesionalidad del Estado y el hecho de que la Iglesia no esté ligada a ningún poder político, responden a principios que enseña la doctrina social católica.

La separación es compatible con la colaboración. Por eso el Papa se felicita por la cooperación que existe entre la Iglesia y las autoridades civiles, a nivel local, regional y nacional. Entre otras cosas menciona la comisión de diálogo entre la Iglesia católica y el Estado, establecida en 2002 por el gobierno socialista de Lionel Jospin y mantenida por el actual de Jean-Pierre Raffarin.

Juan Pablo II anima a los católicos laicos a servir a sus conciudadanos mediante una participación activa en la vida pública, «de acuerdo con sus competencias y en el respeto a sus convicciones». «Francia no puede más que alegrarse de contar con hombres y mujeres que encuentran en el Evangelio, en su comportamiento espiritual y en su vida cristiana, elementos y principios antropológicos que promueven una alta idea del hombre, principios que les ayudan a cumplir su misión de ciudadanos».

Evocando el papel que han desempeñado los católicos en la vida social y cultural francesa en el siglo XX, Juan Pablo II menciona a Henri de Lubac, Ives Congar, Marie-Dominique Chenu, Jacques y Raïsa Maritain, Emmanuel Mounier, Robert Schuman, Edmond Michelet, Madeleine Delbrêl, Gabriel Rosset, Georges Bernanos, Paul Claudel, François Mauriac, Jean Lacroix, Jean Guitton, Jérôme Lejeune. Y anima a los católicos franceses de hoy a estar también activos en el debate cultural y social, algo especialmente necesario ante «la crisis de valores y la falta de esperanza que se constata en Francia y, en general, en Occidente».

El Papa desea que las relaciones entre la Iglesia y el Estado estén regidas por una legítima laicidad, distinta de «un tipo de laicismo ideológico o de separación hostil entre las instituciones civiles y las confesiones religiosas», que rechazaba en su reciente exhortación «Ecclesia in Europa» (n. 117).

«Reconocer la dimensión religiosa de las personas y de los componentes de la sociedad francesa es querer asociar esta dimensión a las otras dimensiones de la vida nacional, para que aporte su dinamismo propio a la edificación social y que las religiones no tiendan a refugiarse en un sectarismo que podría representar un peligro para el propio Estado. La sociedad debe poder admitir que las personas, respetando a los otros y a las leyes de la República, puedan manifestar su pertenencia religiosa. En caso contrario, se corre siempre el riesgo de un repliegue sectario».

Juan Pablo II dice a los obispos que «en razón de vuestra misión, estáis llamados a intervenir regularmente en el debate público sobre las grandes cuestiones sociales». Del mismo modo, «los cristianos, personalmente o en asociaciones, deben poder tomar la palabra públicamente para expresar sus opiniones y manifestar sus convicciones». Así, «la laicidad, lejos de ser un ámbito de confrontación, es un verdadero espacio para el diálogo constructivo, en el espíritu de los valores de libertad, de igualdad y de fraternidad, a los que el pueblo francés está justamente apegado».

El Papa concluye animando a los católicos a estar presentes en todos los campos de la sociedad civil, para poner sus talentos al servicio de todos: «¡Que nadie tenga miedo del comportamiento religioso de las personas y de los grupos sociales! Vivido con respeto a la sana laicidad, solo puede ser fuente de dinamismo y de promoción del hombre».

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