Contra la tendencia imperante en Occidente, en Estados Unidos un consorcio de siete empresas ha solicitado a finales de marzo licencia para construir una nueva central nuclear. Semejante cosa no ocurría desde 1973.
La solicitud llega a los 25 años justos del célebre accidente en la central de Three Mile Island (Pensilvania). Aunque finalmente aquella avería no tuvo consecuencias, la alarma social provocada llevó a cancelar, hasta hoy, todos los proyectos de nuevas centrales nucleares, si bien se terminaron 51 reactores ya autorizados. Pese a ello, Estados Unidos es el país que cuenta con más plantas nucleares: 103, casi la cuarta parte del total mundial. Sin embargo, su proporción de energía eléctrica de origen nuclear (20%) es muy inferior a la media de Europa (35%).
El nuevo proyecto de central es el primero desde que la administración Bush anunció, a comienzos de su mandato, que en los planes energéticos se daría un impulso decisivo a la energía nuclear (ver servicio 81/01). Chris Crane, presidente de la compañía nuclear Exelon, una de las empresas que han solicitado la autorización, ha señalado que de este modo esperan relanzar esta fuente de energía. Pero tendrán también que vencer la difundida desconfianza de la gente.
Para ganarse al público, los partidarios de la energía nuclear insisten en que nunca ha habido accidentes catastróficos en Estados Unidos y que los riesgos de escape radiactivo son cada vez menores, gracias a la mejora de las medidas de seguridad. Tampoco, dicen, ha habido problemas con los residuos radiactivos. Construir depósitos más seguros, línea en la que se está avanzando, puede ser una de las soluciones. Otra sería reutilizar el combustible nuclear hasta agotarlo; pero esto está prohibido, por el peligro de que el plutonio resultante del reciclaje sea desviado para fabricar armas atómicas. Además, el sistema es muy caro, y no sería rentable sin subvenciones públicas.
En cualquier caso, las centrales nucleares siempre han necesitado ayuda estatal, pese a su insuperable rendimiento en la producción de energía. El sector privado se muestra renuente a poner dinero en ellas, tanto por las cuantiosas inversiones iniciales que exigen, como por la pesada responsabilidad civil en que incurriría en caso de accidente. La ayuda pública suele darse en forma de subvenciones a la inversión o exención de impuestos. El consorcio que proyecta una nueva central en Estados Unidos solicitará apoyo económico al Departamento de Energía, que está muy dispuesto a darla. El gobierno está impulsando un proyecto de ley que ampliaría las subvenciones a las centrales nucleares.
A favor de la energía nuclear se aduce también que no emite gases de efecto invernadero, por lo que ayuda a cumplir las metas fijadas por el Protocolo de Kioto. La paradoja es que Estados Unidos no ha querido ratificar el Protocolo, mientras que Europa, gran entusiasta de Kioto, se retira de la energía nuclear. Según advirtió la comisaria europea de Energía y Transportes, Loyola de Palacio, la UE no podrá cerrar centrales atómicas y a la vez cumplir el Protocolo. Pero no cerrar centrales no es lo mismo que construir nuevas. Un renacimiento nuclear solo sería una modesta contribución para alcanzar las metas de Kioto, pues la producción de electricidad -único uso de la energía atómica- constituye una fuente relativamente menor de gases con efecto invernadero; dos tercios de las emisiones totales provienen del transporte y otras actividades.
Por otra parte, la solicitud presentada en Estados Unidos, aunque posee valor simbólico, no equivale a un renacimiento nuclear: es solo el final de una parada que ha durado 25 años. Las siete empresas del consorcio, cinco dedicadas a la producción de energía y dos a la comercialización de reactores nucleares, no tendrán terminado el proyecto hasta 2008, y la autorización definitiva de la Nuclear Regulatory Commission no llegará antes de 2010.