200 años de catolicismo australiano
Hobart (Australia). Los australianos han tenido en los últimos años un empacho de celebraciones. Empezando con el bicentenario de la llegada de los primeros colonos británicos en 1788, el continente-nación celebró el 350 aniversario de su descubrimiento por los europeos en 1992, las Olimpiadas de Sydney y el nuevo milenio en 2000, y en 2001 el centenario de la Federación y de la independencia efectiva respecto del Reino Unido. Menos divulgado, pero altamente significativo para los católicos australianos es, este año, el 200 aniversario de la primera Misa celebrada públicamente en Australia.
A iniciativa del arzobispo de Sydney, Mons. George Pell, el acontecimiento fue conmemorado con una fiesta especial en el primer asentamiento de Australia y en Parramatta, que actualmente es un barrio periférico de la extensa ciudad. Fue en algún lugar en estos dos sitios donde el sacerdote James Dixon celebró las primeras Misas autorizadas por las autoridades coloniales británicas el 15 y el 22 de mayo de 1803.
Cuando celebrar Misa estaba prohibido
Resulta irónico que, para una nación que se enorgullece de su tolerancia y de su manga ancha, los primeros días de la Iglesia católica australiana estuvieran marcados por una cruel represión y por la intolerancia religiosa.
En aquella época la colonia de Nueva Gales del Sur era una enorme cárcel para presidiarios del Reino Unido. En 1803, quizá un tercio de los 6.000 habitantes de procedencia europea eran católicos, irlandeses en su mayoría. Se estima que la quinta parte de ellos habían sido deportados por incitar a la rebelión política en su patria.
Entre ellos había tres sacerdotes irlandeses, acusados de tomar parte en una revuelta en 1798. Las autoridades les prohibieron decir Misa, aunque, por supuesto, la celebraban en secreto de vez en cuando. Una vidriera de la catedral gótica de Sydney representa una Misa que está siendo celebrada en una cocina, con un vigilante montando guardia en la puerta para avisar en caso de que llegara la policía.
Finalmente, como gesto de tolerancia, se permitió al P. James Dixon celebrar la Misa públicamente tras haber prestado juramento de fidelidad a la corona británica. Al no haber ninguna iglesia católica, se celebró en la casa de un antiguo preso. El cáliz, de hojalata, fue hecho por el preso y los ornamentos fueron cosidos con viejas cortinas adamascadas. La policía estuvo vigilando para asegurar que no se produjeran disturbios.
La tolerancia religiosa sólo duró diez meses. Al P. Dixon le fue retirada la autorización para poder decir Misa públicamente a raíz de una sublevación de presos irlandeses que fue aplastada con facilidad. El gobernador le acusó de haber permitido «conversaciones sediciosas» durante las reuniones para la celebrar la Misa.
Durante otros 17 años las Misas públicas fueron nuevamente ilegales. Finalmente, en 1821, fueron nombrados dos capellanes irlandeses para atender a los católicos en el asentamiento meridional de Tasmania y en Sydney. A partir de entonces se permitió a los católicos practicar su fe. Quedaban atrás tres décadas de persecución pública y de abandono.
Haciendo inventario
A pesar de que este aniversario ha pasado desapercibido para la mayoría de los católicos australianos, parece un momento apropiado para que su Iglesia haga balance. Al cabo de dos siglos, Australia es ahora una nación de unos 20 millones de habitantes, de los que aproximadamente el 27% son en teoría católicos. Aun cuando los orígenes irlandeses de la Iglesia inicial son visibles, los católicos actuales pueden ser también de origen italiano, filipino o libanés.
La antigua discriminación que mantuvo a los católicos apartados de la vida pública durante los primeros años del nuevo país se ha desvanecido. Australia tiene una santa nacida en el país, la beata Mary Mackillop, una religiosa enérgica que fundó una orden dedicada a la enseñanza y que murió en 1909. Hombres y mujeres con antecedentes católicos están presentes en todos los campos de la vida pública. Uno de cada cinco estudiantes australianos asiste a una escuela católica. Dos universidades católicas acaban de abrir sus puertas. El Papa Juan Pablo II fue recibido con enorme entusiasmo con ocasión de sus dos visitas a Australia. En un sentido social, la fe católica ha «calado».
Sin embargo, Juan Pablo II está obviamente preocupado por el hecho de que lo que está progresando en Australia no es la fe, sino la «secularización», el «individualismo» y la «fragmentación social». Un índice de ello es que sólo el 17% de los católicos asiste a Misa los domingos, proporción muy inferior a la de hace 40 años, cuando era más del 50%.
La mayor parte de los consejos de Juan Pablo II a los católicos se han centrado en hacer frente a la aparentemente irresistible marea de la secularización. Por ejemplo, al recibir en audiencia el pasado mayo al nuevo embajador australiano ante el Vaticano, Juan Pablo II afirmó que «la sacralidad del matrimonio tiene que ser sostenida tanto en el campo civil como en el religioso. Las distorsiones secularistas y pragmáticas de la realidad del matrimonio nunca pueden oscurecer el esplendor de un compromiso de por vida basado en la donación y en un amor incondicional». Fue una clara alusión a la creciente aceptación del modo de vida homosexual y el alto nivel de parejas de hecho.
Pérdida de impulso
En 1998, durante la visita ad limina de los obispos australianos, el Papa lamentó que la Iglesia no logre hacer frente a la progresiva secularización. «Hasta hace poco, la comunidad católica en Australia había ido creciendo continuamente», les dijo. «La vuestra es la extraordinaria historia de una gran institución construida rápidamente, a pesar de lo limitado de los recursos. Surgieron diócesis, parroquias, comunidades religiosas, escuelas, seminarios, organizaciones de todo tipo, como testimonio del vigor de la fe católica en vuestro país y de la inmensa generosidad de aquellos que allí la llevaron. Ahora quizá pudiera parecer que este impulso se debilita».
Incluso más francas fueron las conclusiones del Sínodo sobre Oceanía celebrado en 1998 en Roma con representantes del Vaticano y los obispos australianos. Se habló de crisis de fe, y de la necesidad de afrontar problemas tales como «indiferencia hacia los pobres, prejuicios raciales y violencia, aborto, eutanasia, la legitimación de las relaciones homosexuales y otras formas inmorales de actividad sexual». Mencionaba también problemas pastorales como la práctica de las absoluciones colectivas en vez de la confesión personal, una difuminación de la distinción entre el laico y el sacerdote, la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, y abusos litúrgicos.
Como era de esperar, el documento suscitó variadas reacciones. Algunos arguyeron que los logros de la Iglesia en Australia habían sido subestimados por el Vaticano. Sin embargo, un prelado que tomó las conclusiones del Sínodo como un sano revulsivo fue el arzobispo de Melbourne, George Pell. De hecho, las conclusiones confirmaban su convicción de que la mayor amenaza de la Iglesia católica de hoy era «confundirse con el ambiente». «Somos una Iglesia minoritaria, menos del 30% de la población, y asumiendo los colores de nuestra sociedad, nos convertiremos en insípidos que guían a otros insípidos».
Mons. George PellUna nueva voz para la Iglesia
Sin embargo, no hay nada de insípido en el arzobispo Pell, que se ha convertido en un símbolo de fuerza renovada entre los católicos australianos. Un hombre alto, corpulento, al que años atrás se le propuso convertirse en jugador profesional del deporte más popular y característico del país, el fútbol australiano, es también un intelectual con un doctorado en Historia por la Universidad de Oxford. Sus charlas están salpicadas de referencias a la historia y cultura de Australia y se siente igual de cómodo departiendo amigablemente con periodistas en un almuerzo como dirigiendo la palabra a sus sacerdotes. En 1996 se le designó para ocupar la sede de Melbourne y en 2001 pasó a la de Sydney (cfr. servicio 88/00) (1).
Incondicional «hombre del Papa», Pell no tardó en verse envuelto en controversias. Activistas homosexuales lo eligieron como blanco en Melbourne, acudiendo con frecuencia a sus Misas en la catedral para recibir la Sagrada Comunión. Siempre les fue denegada. El consiguiente vilipendio realzó su reputación como pilar de la ortodoxia. El año pasado renunció voluntariamente a sus responsabilidades durante un corto espacio de tiempo mientras una comisión investigaba una acusación de abusos sexuales presentada muchos años después contra él por un denunciante anónimo. La exculpación total no hizo más que aumentar su prestigio.
El periodista Paddy McGuinness, abiertamente no creyente, atribuyó el ataque a «sus poderosos enemigos en el negocio de la pornografía y a algunos elementos de la comunidad homosexual». «Quizá lo que más temen sus enemigos», insinúa McGuinness con respecto a Pell y la Iglesia, «es que él pueda contribuir a su supervivencia».
Los críticos de Pell hablan del temor de que convierta a la Iglesia en un dinosaurio cubierto de musgo, pero es más probable que sueñe en hacer de ella un purasangre cargado de trofeos. Es un punto de referencia para aquellos a los que les preocupa la vida moral desvencijada de Australia y su disolución en el secularismo. Su estimulante firmeza y su desenfadada lealtad a su fe movió a un periodista de Brisbane a escribir «una biografía no autorizada». Como señal de su atractivo ecuménico fue difundida por el arzobispo anglicano de Sydney, Peter Jensen, quien aunque teológicamente hablando está en el polo opuesto, hace causa común con su colega católico en temas tales como el rechazo a la investigación con embriones humanos.
Signos esperanzadores
Lo que el nuevo arzobispo ha llevado a los católicos australianos es la confianza en que las verdades tradicionales de la fe católica iluminan el mundo moderno y no están en conflicto con él, que la fidelidad a Roma es compatible con el ser genuinamente australiano. Hay signos esperanzadores de que este enfoque está funcionando. Uno de ellos es que, al igual que los embalses secos con las nuevas lluvias, también se están llenando lentamente los seminarios.
Pell no deja de reconocer la magnitud de los problemas, desde la dificultad en llegar a la gente joven a la desaparición de algunas órdenes religiosas. Pero al igual que un buen entrenador de fútbol australiano, mezcla una mordaz valoración de los puntos débiles de su equipo con un optimismo de deportista. El año pasado reconoció en una reunión de periodistas -que están más acostumbrados a desayunarse obispos que a invitarles a comer- que «la erosión de la fe y de la práctica religiosa continuará, pero muchos de aquellos que se han apartado y mucho otros desilusionados con nuestra sociedad de consumo buscarán la curación y el apoyo en cualquier comunidad capaz de demostrar una fe vivida y un culto normal (…)
«No os asustéis. La Iglesia continuará difundiendo el mensaje cristiano fundamental para las necesidades más profundas de la humanidad. Los católicos en Australia necesitan únicamente permanecer fieles al Salvador, mantener su coraje y continuar hablando. Algunos, quizás muchos, lo notarán, especialmente los medios de comunicación…».
Michael CookDefensas en la dirección equivocadaEl pasado 30 de mayo, Mons. George Pell pronunció un discurso titulado «Del Vaticano II a hoy». Seleccionamos algunos fragmentos.
Nací en plena II Guerra Mundial. Recuerdo que, cuando yo era joven, mi madre me explicaba el golpe que supuso la caída en manos japonesas de la base británica de Singapur, probablemente la mayor derrota en la historia militar de Gran Bretaña. Los japoneses llegaron por la península de Malaca, mientras que la mayoría de los cañones británicos apuntaban al mar.
Algo similar ocurrió con el viejo imperio chino. Durante siglos su preocupación era detener a los enemigos que podían venir del oeste y del sur: de ahí la Gran Muralla China. En el siglo XIX, los europeos invadieron por el este, llegados desde el mar.
Los cristianos que creen que se pueden revivir las viejas glorias del cristianismo adaptando la doctrina fundamental de fe y moral al espíritu de la época son como los británicos y chinos de antaño: sus defensas miran en la dirección equivocada. Análogamente, los liberales o radicales que en las Iglesias cristianas pugnan por suprimir tantas enseñanzas morales cristianas importantes causan daño a los demás cristianos: su empeño es algo así como el fuego propio en una guerra. No se puede renunciar a lo básico de la tradición apostólica en fe y moral, aunque debemos seguir profundizando más en el diálogo con el mundo moderno y con las nuevas ideas de diversas disciplinas, antiguas y modernas, como la filosofía, la medicina o la psicología.
Para muchos, esto resulta contraintuitivo. Sin embargo, es interesante explorar los territorios en que hoy se ve vitalidad cristiana, en especial entre los jóvenes. Son aquellos donde se enseña la tradición cristiana en su integridad, donde se enseña la llamada a la conversión, la llamada al arrepentimiento y a la fe en el seguimiento de la persona y la doctrina de Jesucristo. Esto ya es realidad en Australia. (…)
Sin duda, el exponente más conocido de las exhortaciones del Vaticano II al diálogo con los ámbitos de la cultura popular y del pensamiento contemporáneo es el Papa Juan Pablo II. En muchos terrenos, de la filosofía a la teología del cuerpo, pasando por sus grandes encíclicas morales, Juan Pablo II ha abierto nuevos caminos y cambiado los parámetros. Resulta pintoresco ver a unos pocos comentaristas repetir posturas que estaban de moda en los años setenta, creyendo que aún siguen en el centro del debate y de la actualidad. (…)
Durante más de dos mil años, la Iglesia católica ha superado persecuciones, tormentas y pruebas, enemigos de dentro y de fuera. La secularización será una amenaza más duradera que el comunismo, y las influencias letales en la vida católica, la lluvia ácida, vienen de la sociedad en que vivimos.
En el siglo XIX el filósofo Nietzsche proclamó que el periódico había sustituido a la oración diaria. Más tarde, la televisión sustituyó al periódico, y ahora Internet está tomando el lugar de la televisión. En el siglo pasado, G.K. Chesterton escribió que el hombre siempre ha perdido el camino, pero el hombre moderno ha perdido las señas de su destino. (…)
Ser miembro de la Iglesia católica es un maravilloso honor. Pertenecemos a una honrosa comunidad de culto y servicio, sin duda con defectos y pecados, siempre necesitada de purificación, pero con una tradición de verdad, belleza y amor desinteresado.
Por eso la Iglesia católica ha sobrevivido y sigue prosperando, también en Australia.
____________________(1) Mons. George Pell fue creado cardenal el 21 de octubre de 2003 (N. de la R.).