Contrapunto
La OMS se ha inventado una campaña publicitaria para celebrar el Día Mundial Sin Tabaco (31 de mayo) bastante original, y a la que deseo lo mejor. El lema de este año, tobacco free films tobacco free fashion Action! sobre fondo de celuloide y estética Seven, anima al mundo del cine y de la moda a dejar de promover el tabaco; porque lo hacen aunque no lo pretendan. Según la organización, «la industria del cine tiene el poder de influir en el comportamiento y la conducta de millones de personas -especialmente los jóvenes- en todo el mundo».
Es claro que el cine tiene más responsabilidad que otras realidades: no es lo mismo ver el guiño de un mecánico con una colilla entre los labios arrojando ceniza en el motor de tu coche, que a tipos duros y chicas malas que fuman con estilo y dicen frases. El segundo caso es irresistible, y los espectadores queremos ser como ellos. Gracias al cine sabemos que para ser tan duro como Eastwood, tan fatal como Dietrich o tan astuto como Holmes, solo hace falta desearlo intensamente y luego dar unas chupaditas a un cigarro con un poco de clase. Elemental. Gracias al cine sabemos que si un día, por lo que sea, uno no tiene más remedio que trasportar un anillo de un sitio a otro, conviene llevar lembas y un buen cargamento de hierba para pipa (Tobold Corneta de Valle Largo, a ser posible). Puede haber momentos tensos y a Gandalf le gusta.
Llevamos demasiados años comprobando que quienes triunfan en las pantallas, fuman, y viceversa. Observación que no se le ha escapado a la OMS: «demasiado a menudo, el tabaco se ha asociado en el cine con el romance, el estilo, la sofisticación, el encanto». Pero hay más: ¿cómo incendiar un coche lleno de malos si después de rociarlo con gasolina no tenemos un pitillo para arrojarlo a cámara lenta?; ¿cómo salir en un plano junto a un Cyborg-1984 si no le apagas un puro en el pecho?; ¿y esa dinamita imprescindible en el lejano Oeste y tan inútil sin puritos californianos?
Algunas empresas estadounidenses de cartelería han elegido la vía rápida. Querían reproducir la cubierta del famoso álbum de los Beatles Abbey Road de 1969 (el del paso de cebra). Pero como Paul McCartney lleva un cigarrillo en la mano, han echado mano de la técnica y el cigarrillo ya no está. Algunos seguidores de la banda están molestos (el disco es un mito: entre otras cosas, fue el último que los Beatles grabaron juntos). También se han molestado el Portador del Cigarrillo y Apple Records (propietaria de los derechos de imagen) porque nadie les ha pedido autorización para retocar la foto. Quejicas intolerantes.
Este procedimiento quizás sea demasiado drástico, al margen de que habría que volver a contar otra vez lo mismo pero sin humo: Spade, Aragorn, Churchill, Fidel Fin de la era de Acuario, bienvenidos a la era de la remasterización. Sin embargo, en algunos casos sería imposible: no se pueden quitar todos los cigarrillos a los Hombres Grises, habría que dejar algunos; o emplazar a Auggie Wren en una tienda de «todo a 100» en lugar del estanco de Brooklyn: ¿cómo iba a contar la anécdota de Sir Walter Raleigh? Te quedas sin película.
Unos sugieren que directores y guionistas eviten las «escenas gratuitas» de personas fumando. Está claro. Otros piensan que si solo fuman los malos, el espectador, que suele ser inteligente, asociará el tabaco con la estafa, el robo y el asesinato. Y otros se plantean los graves problemas que provocaría quitar el humo de las pantallas: «¿qué ocurre si el actor no fuma en celuloide pero luego sale en una revista con un cigarrillo en la mano?; ¿cómo se lo explico a mi hijo?». Compre las revistas en EE.UU., caballero.
Es mejor la idea de la OMS: a partir de ahora, ni un pitillo más en las pantallas. Atención críticos: «Película emotiva, con un humor inteligente y una Streep que llena la pantalla ¡lástima ese pitillo en el andén!». Si la iniciativa tiene éxito, a lo mejor se animan con esas otras cosas que nos enseña el cine y «también influyen en los jóvenes», también «se asocian con el glamour», también «les salen imitadores», y también perjudican la salud
Ignacio F. Zabala