La humanidad está haciendo grandes progresos para eliminar la lepra como problema de salud pública, según se ha puesto de relieve en la reunión que celebran este año en Rangún (Birmania) los países donde esta vieja enfermedad es endémica. En el mensaje inaugural de la conferencia se subrayó que para erradicar la lepra es esencial evitar el estigma y la exclusión de los enfermos. Este mismo convencimiento es el que ha guiado desde hace cuarenta años a la religiosa alemana Ruth Pfau en su lucha contra la lepra en Pakistán; por este motivo ha recibido el «Ramon Magsaysay Award», considerado el «Premio Nobel asiático».
El objetivo que se ha propuesto la Organización Mundial de la Salud (OMS) es eliminar la lepra como problema de salud pública para el año 2005. Se considera que se ha alcanzado ese objetivo cuando hay menos de un caso por cada 10.000 habitantes. De los 122 países en que la lepra se consideraba endémica en 1985, ya se ha conseguido eliminarla en 108. Hoy el 90% de los casos se producen, por orden de importancia, en India, Brasil, Nepal, Madagascar, Mozambique y Birmania.
Desde 1995 se cuenta con la financiación suficiente para que cualquier enfermo de lepra pueda recibir los medicamentos gratuitamente. Lo importante es diagnosticar y tratar a los leprosos como a cualquier otro enfermo, sin estigma ni aislamiento.
La importancia de superar prejuicios ancestrales que llevaban a excluir a estos enfermos se confirma por la labor realizada en Pakistán por la misionera Ruth Pfau, de las Hijas del Corazón de María, médico de carrera.
«Para nosotros -ha explicado a la agencia misionera MISNA-, el control de la lepra ha significado desde el principio trabajar para cambiar la vida de nuestros pacientes, para ayudarles a recuperar su propia dignidad».
Cuando llegó a Karachi hace cuarenta años, la práctica habitual era «mantener a distancia a los leprosos, que tenían que esconderse en cuevas, en las montañas o en los desiertos». La hermana Ruth Pfau fue la primera que no quiso recluir o asilar a los leprosos. «Fuimos a los pueblos para explicar, casa por casa, que la lepra no es contagiosa y que se cura con relativa facilidad».
La misionera se lanzó a una campaña de lucha contra la lepra involucrando a la Asociación alemana para la Ayuda a los Leprosos y a otros donantes. En 1968, con la ayuda del gobierno paquistaní, impulsó el Programa Nacional para el Control de la Lepra, fundando centros donde era necesario y formando a enfermeros voluntarios. En la actualidad, el Centro para los Leprosos creado por ella en Karachi ocupa un edificio de ocho plantas, administra 170 centros en todo Pakistán y emplea a 800 personas. Aunque la lepra no ha sido erradicada del todo, la OMS declaró en 1996 que Pakistán era uno de los primeros países asiáticos que había controlado la enfermedad.
La labor de Ruth Pfau en Pakistán pone también de relieve cómo una idea cristiana del hombre, aunque sea ajena a las costumbres del país -como en este caso en el trato a los leprosos- enriquece a una cultura. De ahí que el Premio «Ramon Magsaysay» haya reconocido «el empeño de una vida orientada a erradicar la lepra y el estigma que ésta impone en Pakistán». El país, donde los cristianos son una ínfima minoría entre la mayoría musulmana, ha sabido reconocerlo. La hermana Ruth Pfau, de 72 años, ha decidido quedarse en Pakistán como consultora del gobierno y ha aceptado formar parte del «Consejo de los Ancianos».