Trasgénicos para el Tercer Mundo

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Norman Borlaug, premio Nobel de la Paz en 1970 por su contribución a la «revolución verde», defiende el uso de cultivos trasgénicos para asegurar la alimentación en los países en desarrollo (The Wall Street Journal, 22 enero 2003).

Hace tres años, Borlaug participó en un foro consultivo -formado por especialistas de Estados Unidos y la Unión Europea- que debatió sobre las cuestiones planteadas en torno al uso de la biotecnología en la agricultura. Como recuerda Borlaug en el artículo, hubo discrepancias importantes, principalmente con respecto al modo de regular el etiquetado de los productos trasgénicos. Pero «la mayoría de los veinte expertos norteamericanos o europeos de la comisión coincidieron en sostener que la biotecnología agrícola promete impresionantes y fructíferos progresos en el siglo XXI. Las academias científicas nacionales más prestigiosas de Norteamérica y Europa -incluida la vaticana- también han salido en defensa de la ingeniería genética para mejorar la cantidad, calidad y disponibilidad de los alimentos».

En cambio, señala Borlaug, la opinión pública de los países ricos muestra fuerte prevención contra los alimentos trasgénicos: se teme que usarlos sea como abrir la caja de Pandora, con consecuencias imprevisibles para el medio ambiente y la salud humana. Borlaug sostiene que esta postura no es lógica. «La intensidad de los ataques que desde algunas instancias se dirigen contra las cosechas trasgénicas es inaudita, si se tienen en cuenta las potenciales ventajas ecológicos que puede reportar esta tecnología, al reducir el uso de pesticidas. La ingeniería genética agrícola -cultivo de plantas a nivel molecular- no es brujería de ninguna clase, sino que más bien consiste en aprovechar las fuerzas de la naturaleza para alimentar a la raza humana. No es realista ni sensato sostener que se debería prohibir toda nueva tecnología hasta tener pruebas irrefutables de que no causa perjuicio. El progreso científico siempre entraña algún riesgo de consecuencias imprevistas. De hecho, el riesgo biológico cero no es siquiera alcanzable».

Por supuesto, añade Borlaug, hay que tomar precauciones. Es necesario regular la investigación biotecnológica y la liberación de trasgénicos al medio ambiente. Pero sería desmesurado privar a los países en desarrollo de las ventajas que ofrecen estos cultivos. Borlaug cita algunas de esas ventajas. «Actualmente existen variedades trasgénicas con mayor resistencia a los insectos y a las malas hierbas que están contribuyendo a bajar los costos de producción y a aumentar los rendimientos, lo que constituye un gran beneficio potencial para todos los agricultores del Tercer Mundo. En el futuro, probablemente se lograrán cultivos trasgénicos que mejorarán la nutrición y la salud humanas. Todas estas tecnologías aportan más ventajas a los agricultores y consumidores pobres que a los ricos».

Por ejemplo, ya se han logrado variedades de patatas y plátanos resistentes a los virus y que dan cosechas entre un 30% y un 50% mayores. Pero estos cultivos han sido prohibidos en algunos países africanos donde es urgente aumentar los rendimientos. Investigadores indios están desarrollando una vacuna contra la peste bovina que se podría insertar, mediante ingeniería genética, en la planta del cacahuete. Así, los campesinos africanos podrían proteger sus ganados de la peste bovina alimentando a los animales con cacahuete trasgénico.

Por todo esto, concluye Borlaug, frenar el uso de la biotecnología agrícola supone mirar el asunto con la perspectiva del Primer Mundo. «Los países ricos pueden permitirse el lujo de tolerar riesgos mínimos con respecto a los cultivos trasgénicos, incluso aunque después esta postura se revele innecesaria. Pero la gran mayoría de la humanidad no puede permitirse tal lujo; desde luego, no las víctimas hambrientas de guerras, desastres naturales y crisis económicas. Sin suficientes suministros de alimentos a precios asequibles no podemos esperar que el mundo goce de salud, prosperidad y paz. El enemigo no es la biotecnología responsablemente practicada, sino el hambre».

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