Los partidarios de la clonación terapéutica afirman que es la vía para curar diversas enfermedades hoy incurables, como la diabetes o las lesiones de la espina dorsal. En consecuencia, algunos enfermos, como el actor Christopher Reeves, cuadraplégico, abogan públicamente para que no se prohíban las investigaciones, sino que se financien generosamente. A tales personas les han vendido falsas esperanzas, dice Maureen L. Condic, profesora de Neurobiología en la Universidad de Utah (EE.UU.) que investiga sobre la regeneración de la espina dorsal, en la revista First Things (Nueva York, agosto-septiembre 2002).
«Cuando la ciencia médica no ofrece esperanza razonable de cura, la desesperación y la pena puede llevarnos a asirnos a cualquier brizna de esperanza. (…) Precisamente por el poder de la esperanza, por su capacidad de dar consuelo y motivación en las situaciones más desesperadas, manipularla es una ofensa tan espantosa. (…) Pacientes con enfermedades incurables han sido repetidamente utilizados para influir en el debate público y parlamentario sobre la investigación con células madre embrionarias». Estos experimentos, advierte Condic, además de merecer serias objeciones morales, presentan verdaderos problemas desde el punto de vista puramente científico. Una de las dificultades más graves es el rechazo por el sistema inmunitario del paciente. Contra este problema se ha propuesto crear embriones clónicos del paciente que se pudieran usar como fuente de tejidos de repuesto.
Se hace creer entonces a enfermos incurables que las células madre embrionarias son su esperanza de curación. «Los partidarios de investigar con células madre embrionarias y de clonar seres humanos han enrolado en sus filas a los enfermos terminales no solo para dar credibilidad a sus demandas, sino para jugar la baza, de gran valor emotivo, del ¿Cómo podéis negarme una cura?. Los contrarios a la clonación humana pueden ser así fácilmente acusados de cortar el camino a una cura; una cura que solo existe en las esperanzas de los desesperados y en las especulaciones de un pequeño número de científicos».
Condic propone que nos paremos a pensar «adónde nos puede llevar la explotación de los sentimientos». Ya se ha llegado lejos, dice, en referencia a Estados Unidos. Primero «se pidió a la opinión pública que aceptara la financiación federal de las investigaciones en células madre de embriones humanos, sin más base que la tesis, infundada, de que tales investigaciones curarían enfermedades humanas». Ahora se asegura que es necesario generar clones humanos para hacer realidad las verdaderas posibilidades terapéuticas de las células madre embrionarias.
Por este camino se puede llegar a admitir cosas aun mayores, como gestar durante un tiempo embriones clónicos hasta un grado de desarrollo que permita obtener tejidos más abundantes y más específicos. No se puede descartar esa y otras posibilidades, pues en el curso que ha tomado el debate «la cuestión es simplemente esta: a falta de pruebas científicas creíbles que documenten de qué preciso modo se curarán enfermedades con células madre embrionarias y clones humanos, uno puede decir lo que quiera y todo se puede igualmente justificar con la esperanza».
Ofrecer falsas esperanzas, concluye Condic, no es solo jugar con los sentimientos de los desesperados. También causa daños ciertos: «Se están detrayendo recursos valiosos de otros campos, quizá más prometedores, de investigación, mientras los pacientes y sus familias sirven de prendas en la arena política». Mientras, «ninguna dosis de falsas esperanzas pueden cambiar el hecho de que, tras más de veinte años de investigación sin restricciones con células madre embrionarias de animales, estos trabajos no han proporcionado una sola cura para enfermedad humana alguna».
En Australia, un activista a favor de los minusválidos ha denunciado la utilización de estas personas en el debate sobre clonación, según informa el boletín digital Australasian Bioethics Information (6-IX-2002). Erik Leipoldt, cuadraplégico, pertenece a People with Disabilities of Western Australia, asociación de la que fue director ejecutivo. Afirma que es «ofensivo ver que se usa la minusvalía como instrumento de presión por parte de la industria biotecnológica». Según él, «las lágrimas y súplicas» son un medio para sacar provecho de «la éticamente controvertida y potencialmente muy rentable industria de investigación en células madre». En sus veinte años de activista, añade, nunca había visto a científicos y políticos defender con tanto ardor la causa de los minusválidos. «Se están inyectando enormes cantidades de dinero en algunas de estas investigaciones. Cuando ponemos estos grandes intereses económicos en un plato de la balanza y los verdaderos intereses de los minusválidos en el otro, oímos un fuerte golpetazo. No es este el sonido del altruismo».