Tras un agitado maratón de negociaciones, la sesión especial de la Asamblea de Naciones Unidas sobre la Infancia aprobó el 10 de mayo un documento lleno de metas deseables para mejorar la situación de los niños, pero vacío de compromisos materiales para alcanzarlas. Una vez más, las polémicas sobre la llamada «salud reproductiva» concitaron más debate que los medios para asegurar la salud a secas y el bienestar infantil.
En 1990 la ONU se reunió en la Cumbre Mundial sobre la Infancia para elaborar un proyecto con vistas a que los dirigentes de cada país dedicaran especial atención al bienestar de los niños. Entre los días 8 y 10 de mayo, más de 60 jefes de Estado y Gobierno y 200 parlamentarios de 77 países junto con miles de participantes han revisado el informe presentado por el secretario de las Naciones Unidas Kofi Annan, que evalúa los logros alcanzados en la pasada década y señala los graves problemas vigentes. La asamblea estaba prevista para septiembre pasado, pero los ataques terroristas en Nueva York obligaron a aplazarla (ver servicio 118/01).
Desde la Cumbre de 1990, en 63 países se ha reducido más de un tercio el índice de mortalidad infantil y en más de un centenar, hasta un 20%; 3 millones menos de niños mueren al año, el índice de poliomielitis es un 88% más bajo; el 82% de los niños en todo el mundo está escolarizado.
Sin embargo, todavía existen muchas cifras alarmantes. En la salud, 11 millones de niños mueren anualmente por enfermedades curables antes de cumplir los cinco años; 150 millones sufren malnutrición; el 26% de la población mundial infantil no está vacunada; 13 millones han quedado huérfanos por la epidemia del SIDA y 8.500 niños y jóvenes se contagian diariamente con el VIH.
Además, 120 millones de niños -sobre todo niñas- no acuden a la escuela. El 40% de la población infantil (unos 600 millones) vive con menos de un dólar al día, y uno de cada 6 en los países industrializados está por debajo del umbral nacional de pobreza. Además, según la OIT, uno de cada 6 niños (246 millones) sufre la explotación laboral y más de 300.000 son reclutados como soldados.
Para superar estas situaciones, el documento aprobado cuantifica una serie de metas respecto a nutrición, promoción de la salud, educación, supresión de las peores formas de trabajo infantil, etc. Pero buena parte de esas políticas dependen del grado de prioridad que los gobiernos les concedan y de los recursos disponibles. Y en estos aspectos el documento final dice poco. En la cumbre de 1990 se estipuló que sería necesario dedicar un 20% del presupuesto nacional de los países en desarrollo y un 20% de la ayuda oficial al desarrollo al acceso de la población a servicios básicos (salud, educación, agua y saneamiento). Sin embargo, ninguno de los dos porcentajes supera hoy el 14%.
Al acuerdo por el silencio
En un mundo donde todavía 150 millones de niños no tiene asegurada alimentación suficiente y donde 5 millones mueren cada año por enfermedades evitables, para la Unión Europea y otros países occidentales el principal caballo de batalla ha sido -como en las Conferencias de El Cairo y de Pekín- el derecho a los servicios de «salud reproductiva». Aunque estos países cuenten cada vez con menos niños, parecen hablar en nombre de todo el mundo cuando hacen hincapié en una idea de «salud reproductiva» que no excluye el aborto para los adolescentes y una idea de la educación sexual centrada en el uso de los anticonceptivos.
Por la oposición de Estados Unidos, el Vaticano y otros países latinoamericanos y musulmanes, se excluyó por fin la expresión «servicios de salud reproductiva». A cambio, en el proceso negociador este grupo tuvo que renunciar a definir la familia exclusivamente como una unión «basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer», y a defender la abstinencia como el núcleo central en la educación sexual de los adolescentes.
Por la oposición de EE.UU. se quitó también un llamamiento a la supresión de la pena de muerte para delitos cometidos por menores 18 años, práctica aceptada en muchos Estados norteamericanos.
En definitiva, se impuso el acuerdo por el silencio de los términos más conflictivos. Lo que provocó el enfado de los países y organizaciones que sobre todo querían imponer su idea de «salud reproductiva».
Esta sesión especial ha querido hacer hincapié en que los niños deben ser escuchados y tenidos en cuenta en la toma de decisiones; por eso, los días previos a la sesión, una comisión de jóvenes y niños ha participado en la cumbre para elaborar un proyecto por sí mismos que han entregado a «los mayores».
Pero cuando éstos se han sentado a debatir, han surgido considerables discrepancias sobre el modo de asegurar los derechos de los niños. Para unos, los niños y adolescentes deben adquirir una autonomía propia para tomar decisiones sobre su vida, sobre todo en cuestiones de sexualidad, al margen de sus padres. La Unión Europea se decanta por esta postura. Sin embargo, hay otro sector, entre los que se encuentra EE.UU., que quiere centrar más la atención en la responsabilidad de los padres respecto a sus hijos. «Nuestros esfuerzos incluyen el refuerzo de relaciones estrechas entre padres e hijos, animar el retraso de la actividad sexual y apoyar los programas de abstinencia», afirma Tommy Thomson, secretario de Salud de EE.UU. Con relación a este último punto comenta que «la abstinencia es la única forma segura de evitar la transmisión de enfermedades sexuales, los embarazos prematuros y las dificultades sociales y personales que genera la actividad sexual fuera del matrimonio».
La batalla por las palabras no es trivial en las Conferencias de la ONU, porque luego las organizaciones interesadas en la materia invocan estos documentos para influir en las políticas de los gobiernos nacionales, aunque el texto no tenga carácter vinculante. En realidad, como ha afirmado Carol Bellamy, directora ejecutiva de Unicef, «esta conferencia no va a ser un éxito o un fracaso por su declaración final. Será un éxito o un fracaso por lo que ocurra a partir de ahora».