Una credibilidad dañada
El desplome de Enron ha puesto en entredicho no solo la credibilidad de las auditorías sino también la de la información económica proporcionada por la prensa. Durante años la prensa no regateó elogios a la labor de los gestores de Enron y nadie sospechaba sus pérdidas millonarias. El mundo financiero y el periodístico se preguntan ahora si no sabemos de las empresas más que lo que ellas mismas quieren contarnos. Pero también puede ser la ocasión para revisar las exigencias profesionales del periodismo económico. Con este fin, seleccionamos unas páginas de un estudio de Ángel Arrese Reca, profesor de Marketing de la Universidad de Navarra, incluido en la obra De la ética desprotegida, que trata de la deontología de la comunicación (1).
A finales de los ochenta, W. Parsons (2) reflexionaba sobre el futuro de la información económica difundida a través de los medios (…): «La creciente disponibilidad de información cada vez más especializada y filtrada, y la velocidad con la que se difunde y se accede a ella, hacen que cada día que pasa sea más urgente resolver el problema de su inteligibilidad -de la necesidad de darle sentido-. Nuestra necesidad de «académicos» en la prensa financiera es, en consecuencia, mucho mayor en la actualidad que en el pasado».
Una década después se podrían suscribir las palabras de Parsons, si cabe con mayor énfasis. La expansión de las nuevas tecnologías de la información, la proliferación de noticias de usar y tirar, propia de las necesidades informativas de los inversores y, en general, los problemas derivados de una situación en la que primaba la cantidad de información frente a la calidad, en un entorno de boom económico e informativo, no habían favorecido, sino más bien al contrario, el desarrollo del periodismo analítico que demandaba el autor inglés. Es más, en un entorno de escasa discusión de principios y de abundancia de visiones técnicas de la realidad económica, los especialistas «académicos» habían sido desplazados, sobre todo en los medios menos prestigiosos, por los expertos «profesionales», ya fueran analistas financieros, brokers, consultores de empresas o miembros de think tanks.
Dudas sobre la profesionalidad
(…) A todo ello habría que unir un entorno de competencia entre los medios cada vez más agresivo, en el que la relación entre empresas informativas, muchas de ellas cotizando en Bolsa, y otro tipo de corporaciones, era cada vez más intensa y compleja.
Tomando como referencia el caso estadounidense, a finales de la década se oían voces críticas sobre la situación del periodismo económico en aquel país, con especial preocupación por algunas «enfermedades» en torno a la difusión de información financiera. (…) Howard Kurtz, crítico de medios del Washington Post, dedicaría precisamente un libro a analizar el estado del periodismo financiero estadounidense. En The Fortune Tellers (3) Kurtz explicaba la banalización televisiva de las decisiones de inversión, la gran influencia de periodistas y analistas financieros en el mercado, los problemas deontológicos que planteaba que algunos expertos aconsejaran invertir en valores de sus propias carteras, y muchas otras prácticas diarias que hacían albergar dudas sobre la profesionalidad de muchos informadores y medios. (…)
Los problemas centrales del periodismo económico no tenían que ver con prácticas censurables como el incumplimiento de normas sobre insider trading, comportamiento deshonesto de los profesionales, etc., asuntos por otra parte cada vez menos comunes, sino con cuestiones que afectaban a la función misma de los medios en la sociedad. En este sentido, la utilización de determinadas fuentes interesadas, la escasa transparencia informativa de los propios medios, su predisposición a dejarse llevar por modas y pseudoacontecimientos, o su utilización para guiar, a través de recomendaciones concretas, las decisiones de inversión de los ciudadanos, eran temas de interés indudable y de abordaje difícil.
El experto interesado
Un ejemplo concreto de práctica inquietante era la facilidad con la que los medios acudían, para dar sentido a la actualidad, al experto comprometido con lo que estaba sucediendo. Así, brokers y analistas financieros en activo eran los preferidos para comentar la evolución de los mercados de valores y aconsejar al pequeño inversor. (…)
¿Era éticamente reprobable que quien tenía inversiones en determinados valores, aconsejase desde los medios invertir en ellos en calidad de experto? ¿Cambiaba algo que se informase al público de la cartera de inversiones del experto o, como señalaría Mark Haines, presentador del Squawk Box de la CNBC, eso era casi redundante, ya que sería un contrasentido que un analista que creía que ciertos valores eran buenos no invirtiera ellos? ¿Tenían los medios entre sus funciones la de dar consejos de inversión, algo que el periodismo impreso de calidad casi siempre había tratado de evitar? ¿Por qué esos medios no hacían un seguimiento crítico de las recomendaciones de sus expertos, que, por otra parte, casi siempre eran de compra, y no de venta de valores?
¿Por qué las normas que habitualmente se aplicaban a los periodistas -en cuanto a la prohibición de poseer acciones de empresas sobre las que informaban o en las que podían tener otros tipos de intereses- no eran válidas para expertos y especialistas? ¿Qué tipo de tratamiento informativo recibía el rumor? ¿Cómo se manejaba desde los viejos y nuevos medios el boom bursátil y empresarial del sector de las nuevas tecnologías e Internet, en el que las empresas informativas tenían intereses económicos crecientes? (…) Estas preguntas, y muchas más, constituían un gran reto para los medios especializados, sobre todo en el manejo de sus secciones de información financiera. (…)
Las que permanecían invariables eran las condiciones profesionales que hacían posibles algunos de los problemas planteados en esa batería de preguntas. Por una parte, como comentaba Simons, el boom de las nuevas tecnologías había hecho más evidente, si cabe, el desfase salarial entre los periodistas y los emprendedores sobre los que informaban, en especial los nuevos ricos en torno a negocios de contenidos en Internet. En un mundo donde unos y otros eran jóvenes y ambiciosos, las oportunidades y tentaciones de enriquecimiento por parte de los primeros eran numerosas. Un buen ejemplo lo había constituido el caso de Chris Nolan, columnista que escribía sobre Silicon Valley en el San Jose Mercury News, y cuyo enriquecimiento con la compra de acciones de Autoweb.com fue relatado por la propia periodista en las páginas de Fortune. El suceso, y la expulsión de Nolan del Mercury News, fue noticia en multitud de medios de comunicación, y de nuevo los problemas sobre la deontología profesional hicieron correr ríos de tinta.
Fuentes menos autorizadas
(…) El recurso a los especialistas para dar sentido a la actualidad en ámbitos como el de la economía o la gestión de las organizaciones seguía siendo fundamental. Pero también en estos casos, la diversidad de especialistas a los que se podía acceder era cada vez mayor. Las fuentes más o menos neutrales e independientes, con la cualificación suficiente, se mezclaban con fuentes de otro tipo, muchas veces menos autorizadas, que estaban al servicio de organizaciones e intereses no siempre conocidos por el público.
El economista de reconocido prestigio seguía siendo requerido por los medios para explicar temas de actualidad y ofrecer análisis que fueran más allá de la sabiduría convencional. Sin embargo, durante buena parte de la década escasearon las polémicas, la confrontación de visiones económicas distintas, tras la casi universal aceptación de los principios de la economía de libre mercado. Sólo en torno al cambio de siglo, fenómenos como la Nueva Economía o el sorprendente crecimiento de la economía estadounidense, junto a la reflexión sobre los efectos perversos de la globalización, despertaron cierto debate en los medios.
Por otra parte, (…) la ciencia económica se había hecho tremendamente compleja y técnica, lo que creaba un abismo entre la necesidad de dar sentido a lo que sucede, propia de los medios, y el imperativo de profundizar en las herramientas de análisis sobre la realidad económica, para comprender mejor su funcionamiento a largo plazo, propio de la investigación académica. Michael Weinstein, economista y miembro del Consejo Editorial del New York Times, describía en una conferencia ante la American Economic Association esa especie de abismo con las siguientes palabras: «Cuando mis colegas del New York Times utilizan la palabra «académico», no están haciendo un cumplido; ellos quieren decir irrelevante. Y cuando mis antiguos colegas en el ámbito académico describen el trabajo de alguien como «periodístico», sin excepción quieren decir superficial». (…)
Junto a economistas académicos y think tanks, o profesores y «policy entrepreneurs» (…), el comentario económico autorizado recaía muchas otras veces en economistas profesionales, que desarrollaban su trabajo en empresas y organizaciones de diversos tipos. Entre ellos, los directores de servicios de estudios de corporaciones e instituciones financieras, los economistas jefes de organizaciones económicas, nacionales e internacionales, y todo un amplio abanico de profesionales que trabajan en institutos de estudios económicos, cada vez más numerosos, constituían fuente habitual de información, comentario y análisis sobre la actualidad. (…)
Sin duda, este recurso casi indiscriminado de los medios a la opinión del experto, que en virtud de su competencia técnica es el que da sentido a la actualidad, es responsable de que la actualidad económica demasiadas veces sólo tenga un único sentido. Nada hay más allá de lo que interesa a los propios agentes económicos y empresariales; nada parece trascender la lógica económica del interés privado y del libre y ciego funcionamiento de las fuerzas del mercado. El periodista describe y el experto interpreta. Y si alguna realidad se escapa a las prácticas establecidas, si alguna interpretación se sale del marco de la lógica del mercado, mejor dejarla fuera del cuadro. (…)
Las modas de gestión
Un buen ejemplo de actitud crítica de los medios ante los excesos de la industria de la consultoría y ante la promoción indiscriminada de modas sobre management lo protagonizó Business Week en 1995. En un reportaje de investigación, la revista desmontó la estrategia puesta en marcha por CSC Index, una joven y ambiciosa consultora, para promocionar el libro The Discipline of Market Leaders, escrito por uno de sus consultores, Fred Wiersema, y otro consultor independiente, Michael Treacy. La obra llegó a vender 250.000 ejemplares, y estuvo durante quince semanas entre los libros más vendidos en el ranking del New York Times. El problema era que, para introducirla en el ranking, la empresa consultora indirectamente había comprado varios miles de copias, seleccionando cuidadosamente las librerías que se podían ajustar a las que componían la muestra utilizada por el diario neoyorquino para elaborar sus listas de best sellers.
A través de su actitud crítica o laudatoria, la prensa tenía un papel esencial en el auge y caída de las «modas de management». Abrahamson, al analizar este fenómeno, considera a los medios -en especial a la prensa económica- como uno de los cuatro agentes fundamentales en la oferta de modas de gestión. Es más, como han sugerido otros autores, la prensa podría actuar como el dispositivo clave en la difusión y popularización de determinadas ideas y herramientas de gestión, por delante incluso de la comunidad académica y profesional en general.
El espíritu de la época
Fenómenos como el de los best sellers de la gestión, o algunos de los problemas que se han comentado en torno a la función de los medios y los profesionales de la información económica, estaban bastante relacionados con la cultura de la época. El optimismo sobre el enriquecimiento rápido y fácil, alentado en la segunda mitad de los noventa por el desarrollo de las nuevas tecnologías y por una especie de economía de la opinión, basada en el éxtasis del marketing y la comunicación, según el cual la visibilidad y presencia en los medios eran requisitos esenciales para el éxito, había provocado una desorientación general.
Otro reto no menos importante era manejar desde el punto de vista informativo el creciente poder de los grupos de intereses y grandes corporaciones, nacionales e internacionales, ante el repliegue de la actividad económica estatal. En 1993, al despedirse de su cargo como director de The Economist, Rupert Pennant-Rea (…) señalaba: «Muchos de los cambios derivados de la caída del comunismo son positivos, y lo serán más en el futuro. Pero unos pocos, menos obvios por ahora, son preocupantes. Uno en particular merece especial atención: la debilidad de los gobiernos occidentales cuando a lo que se enfrentan no es la amenaza comunista, sino las aparentemente plausibles zalamerías de ciertos grupos de sus propios ciudadanos ejerciendo lo que ellos insisten en que son sus derechos democráticos».
El director de The Economist se refería a ciertas actividades de lobbying que buscaban realmente un trato preferencial para conseguir beneficios privados, actividades especialmente abundantes en torno a legislaciones sobre libre competencia, impuestos, comercio internacional, etc.
El poder de las grandes corporaciones
Estas reflexiones en torno a la grave responsabilidad de los medios al tratar esos asuntos tenían validez a la hora de abordar la información sobre las grandes corporaciones empresariales, cuyo poder crecía especialmente en un entorno de triunfo de la economía de libre mercado y de repliegue económico y debilitamiento político de los gobiernos nacionales. En septiembre de 2000, Business Week dedicaba su tema de portada a tratar de responder a la pregunta de si las corporaciones tenían demasiado poder en Estados Unidos. Por una parte, los ciudadanos reconocían mayoritariamente que las grandes empresas eran en buena medida las responsables de la riqueza y bienestar generados en la última década, pero al mismo tiempo eran en su mayoría muy críticos con su falta de responsabilidad en temas sociales de vital importancia -salud, medio ambiente, educación, etc.- y con su obsesiva orientación al beneficio.
Mitad héroes mitad villanos, los grandes entramados empresariales cada vez tenían una influencia más directa en la vida de los ciudadanos, y su poder se hacía sentir en todos los ámbitos de la vida pública. El periodístico, como por otra parte había sucedido en otras épocas, no quedaba al margen. Por eso, seguían llamando la atención acuerdos como los logrados en mayo de 2000 por United Airways y U.S. Airways con diarios como el Wall Street Journal, Washington Post y New York Times para que publicaran en exclusiva la noticia sobre la fusión de las dos compañías aéreas, a cambio de que no añadir a la información comentarios de fuentes ajenas a la operación.
___________________________(1) Mónica Codina (Editora). De la ética desprotegida. Ensayos sobre deontología de la comunicación. EUNSA. Pamplona (2001). 231págs. 14,42 €.(2) W. Parsons. The Power of the Financial Press. Journalism and Economic Opinion in Britain and America. Edward Elgar. Aldershot (1989).(3) Howard Kurtz. The Fortune Tellers. Inside de Wall Streets Game of Money, Media and Manipulation. Simon and & Schuster. Nueva York (2000).La miopía colectiva en el caso Enron
En un artículo publicado en Le Monde (2-III-2002) Frédéric Lemaître intenta explicar la miopía de los medios de comunicación ante el caso Enron.
Por una parte, es difícil resistirse a la opinión generalizada. «Cuando hay consenso sobre una empresa entre los mercados financieros, sus competidores y sus asalariados (…), hace falta audacia para criticar una estrategia unánimemente aprobada y cuyas cuentas son certificadas por los más importantes nombres de la auditoría». Además, «la mayoría de los artículos dedicados a las empresas extranjeras provienen en parte de informaciones proporcionadas por las mismas empresas, por sus competidores, por los analistas financieros y por la prensa local. De ahí cierta circulación circular de la información, como criticaba Pierre Bourdieu».
Enron se ha beneficiado también del entusiasmo político-mediático por la «nueva economía». Según Lemaître, los directivos de Enron han sabido explotar esta pasión para ocultar sus manipulaciones financieras y «los medios de comunicación, subyugados, se han dejado manipular».
Un tercer factor ha sido la actitud reverencial ante las cuentas auditadas: «Hasta el escándalo Enron, las cuentas de las empresas cotizadas en Bolsa se consideraban creíbles», por encima de toda sospecha.
Lemaître señala algunas lecciones que puede sacar la prensa de este escándalo. «En primer lugar, reconocer que la información económica, incluso cuando pasa por la criba de los analistas y de los auditores, no proviene a menudo más que de una sola fuente: las direcciones de las empresas. En algunos casos, los representantes del personal y los gabinetes de expertos que trabajan para ellas pueden constituir una fuente de información independiente de la dirección. Pero no está claro que estos expertos, que trabajan con las cifras que las direcciones tienen a bien comunicarles, puedan levantar una liebre de la talla de Enron».
Aunque las empresas comunican cada vez más, la complejidad de los datos enmascara la opacidad. «La mayoría de las empresas recurren regularmente a técnicas contables legales (…) que a menudo son artificios. Comprender los mecanismos financieros nunca es sencillo, desmontarlos es una hazaña y exige en cualquier caso medios humanos que no están al alcance de la gran mayoría de las redacciones».
El escándalo Enron debería incitar a la prensa a «no contentarse con recoger las declaraciones y los análisis de la comunidad financiera, sino a atreverse a cuestionar el consenso de los expertos, que a menudo es el fruto de intereses comunes». En fin, la prensa, «que en los dos últimos decenios ha desarrollado mucho el periodismo de investigación en los asuntos políticos y judiciales, debería aplicar la misma curiosidad y el mismo distanciamiento respecto a los asuntos empresariales».