Patricia Dixon fue mujer de un pastor protestante hasta que ella y su familia ingresaron en la Iglesia católica. Por experiencia personal, sabe lo que supondría suprimir el celibato para los sacerdotes católicos latinos. Su testimonio ha sido publicado en First Things (Nueva York, agosto-septiembre 1999).
Es un hecho que la mayoría de los cristianos considera a sus clérigos como hombres separados del resto, (…) por más que el ministro o sacerdote intente contrarrestar esa idea. Esta manera de ver al ministro, arraigada en las Iglesias protestantes, lo está más aún entre los católicos: en el caso de los sacerdotes católicos, la ordenación supone una separación más neta que en el caso de los ministros protestantes.
Esta separación, así percibida, se extiende a la familia del pastor. Cuando la mujer de un ministro queda embarazada, fácilmente comprueba que los feligreses se sienten incómodos ante ella, porque es símbolo vivo de la sexualidad activa del pastor. Los hijos de un ministro a menudo se encuentran con la aplastante carga de ver que de ellos se espera que sean modelos de buena conducta, piedad y rendimiento académico. Puede resultar imposible a la familia del pastor trabar amistades íntimas con otras personas de la misma Iglesia, lo que le priva de esa proximidad a otros cristianos tan importante para la vida espiritual.
La manera católica de entender la ordenación supone que la familia de un sacerdote católico casado sufriría ese aislamiento en un grado aún mayor que la familia de un ministro protestante. Cuando se habla de la necesidad de vocaciones, a menudo se ofrecen soluciones fáciles: se dice que habría muchos más jóvenes dispuestos a ser sacerdotes si los sacerdotes pudieran casarse. Apenas hay datos que corroboren esa opinión; pero aunque fuera cierta, podría ser peor el remedio que la enfermedad.