Jóvenes con precinto de garantía

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Informe sobre la juventud española
Un conocido anuncio publicitario de hace tiempo llamaba la atención sobre los JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados). La Fundación Santa María acaba de publicar el informe Jóvenes españoles 99 (1), que desde 1984 aparece cada cinco años. El estudio revela que no todos se han convertido en JASP desde entonces (afortunadamente, tampoco en «chicos Kronen»). Pero da idea de que las condiciones son buenas, siempre que cada uno despegue su precinto de garantía para comprometerse con los valores con los que se identifica.

El trabajo ha sido coordinado por Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, un habitual de los estudios sobre la juventud. Los datos se recogieron con una muestra de 3.850 jóvenes de 15 a 24 años, de toda España, durante el otoño de 1998. Pero no es simple estadística. La periodicidad del informe permite comparar los resultados con los de años anteriores.

Quizás lo más chocante sean las etiquetas de la tipología de jóvenes («libredisfrutador», «católico autónomo», «institucional-ilustrado») que utiliza el informe. Superada la jerga quedan aún los datos contradictorios. Algunas tablas miden hechos; otras, opiniones o, a veces, las dos cosas; además, la coherencia no es la mejor virtud de la juventud española.

Un ejemplo. El joven no tiene problemas para entender que una persona que se adhiera a una organización acepte sus normas de manera genérica. Pero excluye las que no comparte, sin la más mínima sensación de incoherencia. La incoherencia sería, según los autores, actuar en contra de su autonomía.

Buenas condiciones de partida

Según se analicen los datos, puede asustar que muchos jóvenes padezcan el síndrome de Peter Pan (miedo a dejar el hogar paterno); estén entre los peldaños homo ludens (la vida es juego) y homo videns (horas y horas de televisión) de la escala cultural-evolutiva; mantengan en casa una relación de «doble vínculo» (Dr. Jekyll los días laborables, Mr. Hyde el fin de semana), etc.

Visto así, sería grotesco. Igual que si sólo se tuvieran en cuenta las virtudes, digamos modernas, que también tienen los jóvenes españoles. Lo más acertado sería observar que la juventud no vive una cultura propia, sino que participa a su manera de la cultura occidental. Es decir, navega en el marco amplísimo que le deja la sociedad y la familia. En unos casos se pensará que «aciertan» y en otros que «se equivocan».

Esto permite aventurar cómo será la sociedad dentro de unos años. Pero, pronósticos aparte (el informe anuncia algunos), lo más positivo es advertir que las condiciones de partida son buenas: los jóvenes tienen más medios materiales y recursos culturales y formativos que nunca; valoran y defienden una gran variedad de fines nobles (que se impliquen, es otro cantar); van madurando cada vez más el uso de la libertad, etc. Y esto, no importa cómo se mire, significa buenas condiciones de partida para «acertar».

El doctor y la doctora Hyde

El joven se desenvuelve en ese marco de facilidades de una manera un tanto compleja. Ha nacido con una serie de necesidades que nada tienen que ver con las necesidades básicas. El 75% de los jóvenes tiene reproductor de vídeo, el 87% radiocassette, el 84% walkman, el 82% cámara de fotos, el 42,6% ordenador, etc. Es una juventud muy dependiente de la economía familiar. Han convertido la etapa de estudiantes en un estado casi perpetuo, que justifica su permanencia en el hogar familiar y ser mantenidos.

La mayoría sólo se independizaría si encontrase trabajo y casa a precio asequible. Además, los padres se sienten a gusto con los hijos en casa y no facilitan que se emancipen. Sólo empiezan a plantearlo cuando los hijos tienen ya una edad avanzada.

Así, los jóvenes son aceptablemente buenos hijos, estudian, cumplen con sus obligaciones y no causan demasiados disturbios familiares. Pero cuando llega el fin de semana reclaman su tiempo. «He interpretado el papel semanal…, ahora me toca a mí». Y demandan su capacidad de decisión sobre lo que tienen o no tienen que hacer. No hay mucha variedad: la mayoría busca espacios exclusivamente juveniles, y de noche.

Es el «doble vínculo» del que habla Amando de Miguel y que cita el informe. De los jóvenes se espera que se porten bien (estudien, obedezcan las normas, sean responsables, etc.) y que se porten mal (gasten, desobedezcan, se tomen la vida como un juego, etc.). El marco cultural facilita las dos conductas, y el joven lo aprovecha. El problema surge cuando los rituales juveniles acaban en noticias en la prensa.

Peter Pan ve la televisión

Como se ha visto, el 92,5% vive con sus padres. No es ninguna sorpresa si se tiene en cuenta que el informe estudia a los jóvenes de 15 a 24 años. Sin embargo, en comparación con los países de la UE, los españoles, después de los italianos, son los más reacios a abandonar el hogar familiar (ver servicio 85/97). A título comparativo, en Francia las chicas dejan la casa paterna a los 20 años y medio, y los chicos a los 22.

¿Razones para seguir en casa? El 50% de los jóvenes dice que les resulta más cómodo vivir así. Es lo que se ha llamado el síndrome de Peter Pan. Hay más hipótesis, pero, de hecho, los hijos salen del hogar cuando acaban los estudios, consiguen empleo y vivienda y se disponen a formar una familia.

¿Qué hacen cuando toca ser «buenos»? La mayoría están contentos con sus estudios, sobre todo porque es el lugar de encuentro con los amigos. La satisfacción baja a medida que se acaba el periodo académico. Sin embargo, el título universitario (entendido aún como sinónimo de empleo) sigue motivando para terminar los estudios.

El problema es que la tercera parte de los estudiantes dedican menos de una hora diaria a estudiar. Entre un 12% y un 19% dedican una hora diaria. Y entre la tercera parte y la mitad dedican más de una hora diaria. Acabar los estudios es la principal condición para irse de casa. Sin embargo, la comodidad del hogar impide en cierta manera darse cuenta de algo evidente: para acabar los estudios hay que estudiar.

Los jóvenes más estudiosos se dan entre los «católicos practicantes». El 52,3% de estos estudia 7 horas o más a la semana. Muy por encima del 34,7% de ateos y no creyentes que dedica ese tiempo. La explicación que dan los autores es que en una época en la que ser católico serio no es producto del ambiente, puede que influya en el sentido del deber. Y añaden de forma gráfica que «remar contracorriente siempre ha curtido mucho».

Las chicas siguen estudiando más que los chicos, pero las diferencias no son excesivas: sólo un 6% más estudia 7 horas o más a la semana.

Sin duda, hay tiempo abundante para el ocio. Entre las actividades que se realizan «habitualmente», el 95,4% dice escuchar música y el 92,1% ver la televisión. La siguiente actividad más practicada es escuchar la radio, 89,8%. Pero el informe no recoge el tiempo dedicado a estas actividades. Teniendo en cuenta el escaso tiempo de estudio y las actividades que se realizan «habitualmente» en casa, se advierte que el ocio parece inundar la vida cotidiana de los jóvenes. Hablar de homo ludens y homo videns no es exagerado.

Toca ser «malos»

Cuando decimos «Hyde el fin de semana», no hacemos malos presagios. Es tan sólo la constatación de una especie de doble vida. El 64,6% de los jóvenes sale todos o casi todos los fines de semana. Al final, prácticamente todos salen, aunque sea de forma esporádica.

Los más noctámbulos son los de 18 a 20 años, momento en que comienzan a salir de manera habitual y los padres empiezan a abrir la mano. Hasta esa frontera, todavía hay un 7% de jóvenes que no sale nunca. En la edad superior (21-24 años) se sale con mucha frecuencia, pero sin el frenesí de los adolescentes.

Los autores afirman que los adultos han perdido la batalla de los horarios y la guerra de la noche. Estas son las bajas de la contienda: el 19,8% vuelva a casa entre las 3 y las 4 de la madrugada; el 32,6%, después de las 4, y el 11% no vuelve a casa hasta la mañana siguiente. La noche se ha convertido en el espacio de los jóvenes. No obstante, el 30,4% de los jóvenes reconoce que la hora de vuelta a casa es razón frecuente de discusión con los padres, sobre todo cuando son más jóvenes y si son chicas.

Los autores aportan múltiples sugerencias para explicar el encanto de la noche (espacio de libertad, fuera de la rutina, de identidad, de autosatisfacción, etc.), pero parece un objetivo más del homo ludens: disfrutar aquí y ahora.

En resumen, estar con los amigos, escuchar música y ver la televisión son los elementos principales para entender el ocio de los jóvenes.

Libertad con precinto

Una de las tablas compara los porcentajes de lo que «les gusta» con lo que «practican». «Salir con los amigos» es de una homogeneidad aplastante. Pero hay otras con diferencias notables: viajar (al 95,3% les gusta, el 80% lo practica); ir al cine (94,1%-86,2%); conciertos de música (91,9%-77,3%), etc.

El problema es el dinero. Hay más jóvenes dependientes del dinero que les dan en casa (74%) que en 1994 (69%). Además, sólo un 6% simultanea estudios y trabajo. Como media, los jóvenes disponen de unas 17.000 ptas. al mes. Según los autores, no es una cantidad excesiva, pero multiplicada por el número de jóvenes explica el floreciente mercado orientado a la juventud.

Lo más llamativo del cuadro «les gusta-lo practican» es la pregunta «colaborar en una ONG». Al 57,2% le gustaría colaborar, pero sólo lo hace un 9,3%. Aquí no es problema de dinero. Quizás de sentimentalismo. La generación actual tiene problemas para integrar cabeza, corazón y voluntad. Una escena, un testimonio, puede ablandarles el corazón, pero es más difícil que mueva su voluntad.

Es lo que el informe llama «hiatus entre los valores finalistas y los valores instrumentales». Así, «invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, lealtad, etc.) a la par que presentan grandes fallas en los valores instrumentales (esfuerzo, responsabilidad, compromiso, abnegación, etc.), sin los cuales todo lo anterior corre el riesgo de quedarse en un discurso bonito».

La libertad es una variable difícil de medir, pero los jóvenes consideran que tienen libertad de elección en todo menos en el trabajo. Sin embargo, no tienen una visión negativa de los límites. Los jóvenes consideran que algunas restricciones, como el control de la bebida, la hora de cierre de establecimientos de ocio, la penalización de drogas, etc., no ponen en peligro su libertad. Esto da cierta idea de que va madurando lo que se entiende por uso de la libertad.

Pero las restricciones son pocas en comparación con los bienes materiales de que disponen; las posibilidades de estudio, a bajo costo y con escasa exigencia; las ventajas que consiguen en las consejerías, concejalías e institutos específicos; los descuentos en multitud de lugares y circunstancias.

Además, no está claro que sean libres realmente. Según el informe, están atados a la familia, en la que viven muchos años en situación de dependencia; están sujetos a las modas y a las marcas (tienen dinero para seguir el ritmo); no tienen más remedio que divertirse a unas horas y en unos lugares determinados, etc.

Javier Elzo apunta además que «nunca generación alguna había sido tan autónoma, con un horizonte tan amplio. Esta es su ventaja y su riesgo. De ahí que algunos dirijan empresas y ocupen altos cargos rozando la treintena y otros traspasen esa edad descolocados, los más afortunados viviendo con sus padres. Todo se juega en el itinerario personal».

Quizás la reflexión inmediata sea, otra vez, si los adultos no han renunciado a influir en los jóvenes, excepto en el marketing comercial.

La primera generación no educada en la fe

Javier Elzo afirma que estamos ante la primera generación de españoles no educados en la fe («no socializados religiosamente», en el argot). Y que ha desaparecido la pregunta religiosa -esto es más discutible- o al menos el interés por la cuestión debido a la secularización de la sociedad; al «divorcio» entre la Iglesia y los jóvenes; al descenso de la trasmisión de la fe de padres a hijos; a la mayor movilidad durante los fines de semana; y a la dificultad de los jóvenes para hacer planteamientos globales.

Según los autores, el continuo descenso de la práctica religiosa no ofrece lugar a dudas. Del 20% de jóvenes que decían ir semanalmente a la iglesia en 1984, se ha pasado al 12%. También ha habido un retroceso de la práctica religiosa en razón de acontecimientos concretos (Navidad, Semana Santa, festividades, romerías, etc.). En todas las preguntas se excluían expresamente las bodas, bautizos, funerales, etc., que, evidentemente, subirían los porcentajes.

Todavía hay más chicas que chicos que van habitualmente a la iglesia (14,6% sobre 9,7%), pero las distancias se han ido acortando: en 1984, la diferencia era de 14 puntos (ver también servicio 47/97).

En cuanto a la edad, a medida que se avanza de los 15 a los 24 años, desciende la asiduidad a la iglesia. Pero no de forma lineal: la caída se produce entre los 17 y los 18 años. Por otro lado, hay un ligero repunte entre los 21 años y los 24. Los autores explican que la razón de este fenómeno tiene que ver con ciertas prácticas de ocio. Las salidas nocturnas y el consumo de alcohol y cannabis tienen un freno alrededor de los 21 y 22 años, y esto, al parecer, repercute en la práctica religiosa.

Un indicador indirecto de esto es que la asistencia semanal a la iglesia es mayor entre los universitarios de segundo y tercer ciclo que entre los bachilleres, estudiantes de FP y universitarios de primeros años de carrera. Los autores aprovechan para desmentir la tesis de que la práctica religiosa es mayor entre los que tienen menos formación. A la vista de los datos es más bien al contrario.

Por Comunidades Autónomas, el informe destaca que las dos Castillas, Andalucía y Extremadura son, de forma clara, las que registran mayor nivel de práctica religiosa semanal. Y las que menos, País Vasco, Murcia y Cataluña. Por otro lado, es en el País Vasco y la Comunidad Valenciana donde hay un porcentaje mayor (70%) de jóvenes que «nunca o casi nunca» pisan una iglesia.

Los datos de la oración fuera de misa han variado poco. En 1994, el 41,6% decía no rezar nunca o casi nunca. Esa cifra es ahora del 44,4%. En general, se puede hablar de un 40% de jóvenes que dice rezar fuera de la misa.

Asociaciones

En 15 años ha habido un descenso muy pronunciado de asociacionismo religioso. Sólo el 3,5% pertenecen a alguna asociación de tipo religioso. Entre estos hay más chicas que chicos, muchos más de 17 o menos años de edad, y muchos más estudiantes que trabajadores o parados.

Por último, donde hay más jóvenes es en los clubes deportivos (el 12% de los jóvenes dice pertenecer a alguno); sociedades locales y regionales, como peñas de fiestas, cofradías, etc. (6,4%), y organizaciones y clubes juveniles (6%).

Matrimonio

La evolución de los resultados indica una vuelta a la situación de 1984 en lo referido a las preferencias por el matrimonio canónico (57%); un aumento de los que optarían por la «unión libre y sin contrato legal alguno» (20%); y estabilidad de la opción por el matrimonio civil (15%).

Los autores destacan que decirse católico no es baladí a la hora de optar por el matrimonio. Lo mismo que decirse ateo para la elección de «unión sin contrato legal» (48% de este grupo) o para afirmar que no piensa casarse ni unirse establemente con nadie (un llamativo 12%).

Creencias

Desciende el porcentaje de jóvenes que dicen creer en Dios: 78% en 1981, 65% en 1999. Pero si se busca la coherencia, se diría que son más los que creen en Dios que los que creen que sea remunerador del bien y del mal: el porcentaje de jóvenes que cree en una vida después de la muerte desciende al 43%, en el cielo al 34% y en el infierno al 21%.

De estos datos de 1999 se desprende además que hay más chicas creyentes que chicos, especialmente en las creencias en Dios y en la resurrección de los muertos. Los más jóvenes son los que en mayor porcentaje dicen creer, pero el salto hacia abajo no es paulatino sino que se da en la frontera entre los 17 y los 18 años.

Más allá de los porcentajes, los autores han profundizado en la idea de Dios que tienen los jóvenes. A tenor de los resultados, hay menos jóvenes que aceptan la concepción del Dios de los cristianos. En 1999, el 59,8% dice estar de acuerdo con la expresión: «Dios existe y se ha dado a conocer en la persona de Jesucristo», es decir, 10,4 puntos menos que en 1994. Por contra, los porcentajes que aumentan son los de los jóvenes que tienen dudas sobre la existencia de Dios (+7,5, quedando en 32%) y el de los que no tienen interés en la cuestión (+6,3, quedando en 23,9%, casi la cuarta parte de los jóvenes).

Ignacio F. Zabala_________________________(1) Javier Elzo, Francisco Andrés Orizo, Juan González-Anleo, Pedro González Blasco, María Teresa Laespada y Leire Salazar. Jóvenes españoles 99. Fundación Santa María. Madrid (1999). 492 págs.

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