Amsterdam. Casi todos pidieron la cabeza de los fotógrafos cuando el coche en el que iba Diana de Gales se estrelló contra un pilar del túnel del puente de l’Alma en París. Dos años después los jueces han sobreseído las acusaciones contra los nueve fotógrafos y el motorista de prensa que seguían al vehículo. Pero el caso de los fotógrafos acusados es un reflejo de las inquietudes que aquejan a este colectivo profesional. Los límites entre lo que se debe o no fotografiar, el choque entre el derecho a la información y el derecho a la propia imagen, el papel del fotoperiodismo en medio de la revolución de la imagen digital, plantean nuevos condicionantes a estos reporteros.
Después de la larga investigación, los jueces han estimado que las principales causas del choque que costó la vida a Lady Di, a Dodi Al-Fayed y al conductor fueron «el estado de ebriedad» del chófer y la ingestión de medicamentos incompatibles con el alcohol. En esas condiciones, el conductor no pudo controlar su coche, que circulaba a gran velocidad y que hubo de sortear a otro vehículo que iba más despacio en el mismo sentido.
Aunque consideren a los fotógrafos legalmente inocentes, los jueces cuestionan su actitud desde el punto de vista deontológico. La actitud adoptada por varios de los fotógrafos en el lugar de los hechos «ha sido unánime y severamente criticada por los diferentes testigos que pudieron observar que el accidente se había producido en un contexto al que ellos no eran ajenos. Este comportamiento les remite, tanto a ellos como a los que les encomiendan su trabajo, a las condiciones morales y deontológicas del ejercicio de su profesión». Sin embargo, los jueces estiman que su comportamiento «no constituye una infracción tipificada en la ley penal». La decisión de los jueces coincide con lo que había solicitado el fiscal, que excluía también de responsabilidad penal a los fotógrafos.
Animadversión entre el público
Aunque aliviados por la decisión judicial, los fotógrafos se lamentan de las consecuencias que ha tenido el caso, tanto en su vida personal como en la profesional. De los nueve fotógrafos encausados, ocho siguen en la profesión.
«Yo siempre he creído que los reporteros eran inocentes. La situación era ridícula», afirma Göksin Sipahioglu, director de la Agencia SIPA en una entrevista en Le Monde. «Inmediatamente después del accidente se hizo un análisis de sangre a los fotógrafos y al chófer para medir su tasa de alcoholemia. A las tres de la madrugada ya estaban los resultados disponibles, pero no se hicieron inmediatamente públicos. Si se hubiese dicho que el chófer estaba borracho se habrían ahorrado las acusaciones contra los fotógrafos».
El director de SIPA advierte además la animadversión que se creó entre el público contra los fotógrafos de prensa: «Durante al menos un año, fue terrible para todos. Cuando nuestros fotógrafos cubrían una conferencia de prensa o un suceso, se les acusaba de todo. En Gran Bretaña lo han tenido especialmente difícil. En los EE.UU., equipos de TV eran calificados de asesinos. Hoy día, personalidades del mundo del espectáculo recurren cada vez más a los tribunales y consiguen mucho dinero. También me preocupa que personas víctimas de atentados planteen procesos cuando sus fotos aparecen en el periódico. Es verdaderamente dramático para nuestra profesión».
Derecho a la imagen o a la información
La verdad es que la gente es cada vez más celosa de su imagen, escarmentada quizás por los propios excesos periodísticos. En Francia, la Asociación de periodistas reporteros-fotógrafos y cineastas cree que está en peligro el derecho a la información. El creciente número de procesos no sólo planteados, sino también ganados por particulares que demandan daños y perjuicios tras haberse reconocido en la prensa es, según dicha asociación, alarmante.
Sirvan de ejemplo dos casos. Cuando fue asesinado el prefecto de Córcega, Claude Erignac, la familia se querelló contra Paris Match, por publicar una foto donde la víctima aparecía tendida en un charco de sangre. El tribunal dio la razón a los familiares, considerando que la foto era «un grave atentado contra los sentimientos de aflicción de la familia». Para la Asociación de la Prensa, en cambio, la foto sobrepasaba el terreno de lo familiar, dado que el personaje era un símbolo del Estado.
El problema es cómo conciliar el interés de la información y el respeto al dolor de las víctimas. Después del atentado con bomba en una estación del Metro de París el 25 de julio de 1995, apareció la fotografía de una mujer de espaldas con la ropa rasgada. La fiscalía de París acusó a los fotógrafos, enarbolando una ley de 1939 por la que se prohibía fotografiar a víctimas de un crimen o delito. Un año más tarde, un tribunal correccional de París declaraba que esta ley era incompatible con la Convención Europea de salvaguarda de los derechos del hombre y las libertades fundamentales.
No obstante, el Ministerio de Justicia ha vuelto a la carga con dos disposiciones dentro de una ley sobre presunción de inocencia y derechos de las víctimas que se discute en el Parlamento. Su propuesta es prohibir la publicación de imágenes de un detenido esposado y tener en cuenta la noción de «atentado a la dignidad de las víctimas» para juzgar las fotos de atentados o de asesinatos.
Contra estas disposiciones ha empezado a circular una petición firmada por reporteros gráficos, encabezados por un antiguo director de Paris Match, Roger Thérond, que declara: «Tememos que las víctimas serán los propios franceses, privados de imágenes verdaderas y fuertes, que muestran la condición humana tal como es».
El espacio público se privatiza
Los posibles problemas legales están afectando al tipo de fotografías publicadas. En los semanarios y revistas hay cada vez menos fotografías informativas y más imágenes de ilustración, con modelos que posan para crear las imágenes apropiadas o con famosos que dan su visto bueno y venden su imagen. «Ya no se cubre la actualidad, sino que se ilustra», dice el director de la agencia Contact, Robert Pledge (cfr. servicio 133/97).
«Generalmente se trata de un litigio entre el derecho a la imagen y el derecho a la información, garantizado en la Constitución, pero casi siempre la balanza se inclina por el primero», afirma Christian Ducasse, uno de los responsable de la asociación de prensa citada, «y ¿cómo mostrar a Francia tal como es cuando estamos asistiendo a una privatización del espacio público?».
Esta voz de alarma no es gratuita. En marzo, la Maison européenne de la photographie organizó un coloquio cuyo título era «La privatización de la calle». El problema ha sido causado por los arquitectos que reclaman derechos de «autor» sobre las imágenes de los edificios u obras que ellos han construido, o por los propietarios de los inmuebles. Según los fotógrafos de prensa, es preciso distinguir entre reproducciones utilizadas con fines estrictamente comerciales o publicitarios, donde es lógico cobrar derechos, y la fotografía destinada a la información, que debe estar libre de trabas.
De héroes a simples reporteros
Si las circunstancias que enmarcan la profesión de los reporteros gráficos han cambiado, en el caso concreto de los reporteros de guerra hay quizá más que decir. Hace unos años, Arturo Pérez-Reverte relataba en Territorio Comanche la madera de esta tribu de profesionales y las vicisitudes de su tarea, aunque no se limitaba a los fotógrafos.
Canal Plus emitió el pasado mes de mayo un documental, realizado por Antoine Novat y Patrick Chauvel, en el que pasaba revista a este colectivo. La elaboración del documental duró dos años. Los autores eligieron a la elite de la profesión: Carl Mydans (Life), Chris Morris (Black Star), James Nachtwey y Luc Delahaye (Magnum), Laurent van der Stockt (Gamma), Corinne Dufka (Reuters), Goksin Sipahioglu (Sipa). Lo mismo que Pérez-Reverte hizo en su libro, el documental evitó todos los ingredientes «cinematográficos» como valentía, riesgo, exotismo, etc. que antaño hacían de esta profesión un mito. El mismo Chauvel ya se merecía otro reportaje. Hijo de otro gran periodista gráfico, veterano en el oficio y con el cuerpo marcado por los estigmas de las guerras que ha cubierto desde el Líbano a Camboya.
Como tema de fondo, en las entrevistas del citado documental se repetían las cuestiones: ¿por qué quieren los fotógrafos ir a la guerra?; ¿para qué sirven sus imágenes? Las posturas se podrían dividir entre los que se inscriben en la tradición del Vietman o los que dudan de que su rol como fotógrafos tenga la misma importancia que la que tuvo en dicha guerra. «El trabajo de los fotógrafos en Vietnam influyó en la opinión americana», afirma James Nachtwey. «Mostrando lo que pasaba realmente desenmascararon las mentiras de políticos y militares. Suscitaron una protesta que, en mi opinión, cambió el curso de la historia. El conflicto duró menos. Eso es lo que me incitó a hacerme fotógrafo. Si todo se hace a la sombra, puede ocurrir de todo. Claro que somos eficaces: si no, ¿por qué el ejército israelí nos prohibió entrar en la zona de Gaza, por qué en los años 80 el gobierno surafricano nos bloqueaba el acceso a los townships, por qué el ejército norteamericano nos prohibió el acceso al frente en la Guerra del Golfo?».
Luc Delahaye, fotógrafo francés, se expresa en un tono más escéptico que su compañero, preguntándose para qué han servido las fotos del genocidio de Ruanda, cuando el mal ya está hecho. Delahaye cuenta cómo en la Guerra del Golfo eludió la censura con otros 15 fotógrafos con espíritu de francotiradores, se camuflaron, hicieron fotos, pero ¿para qué? Nada cambió. Había millares de fotógrafos bien organizados, los americanos saben que la prensa y la opinión pública representa el 50% de la victoria.
La estética de la violencia
Un modo de hacer aceptables las fotos a los diarios es cuidar la estética de la violencia, explicaba Roger Thérond. Antes impresionaba ver un cadáver en el periódico. Hoy día, «para que la muerte sea interesante, la vida del muerto tiene que ser interesante». Guy Cooper confirmaba la visión de su compañero diciendo que «las imágenes de Bosnia en portada en Newsweek hundían la tirada, mientras que si ponen una del Príncipe Carlos la semana siguiente, las ventas crecen».
Las fotos sirven para desarrollar en el público una toma de conciencia, afirmaban otros colegas en el programa. Y cuando ya nada de esto convence, a falta de más motivos y a modo de salvavidas, Gilles Peress recordaba que «la fotografía tiene sobre todo una función de memoria».
En una entrevista a Le Monde, Patrick Chauvel exponía la esencia del cambio en el fotorreporterismo: «Antes nos pedían que fuéramos buenos fotógrafos, ahora que seamos rentables. También las imágenes han cambiado. Antes fotografiábamos los combates, ahora los depósitos de cadáveres, los hospitales, los campos de refugiados, esto vende mejor». Chauvel hizo su documental Reporteros de guerra como una especie de homenaje a sus colegas. «Elegí a los mejores, descartando a quienes se sienten más importantes que lo que retratan».
Árpád Gerecsey, director de World Press Photo
Los fotógrafos de prensa de hoy
Árpád Gerecsey, director de World Press Photo, organización holandesa que convoca el premio anual de fotoperiodismo de mayor relieve mundial, es un testigo de primera fila sobre los cambios en la profesión.
— ¿Cómo ve la situación del fotoperiodismo en el umbral del tercer milenio?
— Los días de oro de la fotografía de prensa pertenecen al pasado. Al menos así piensan muchos. No sólo los tiempos en los que la fotografía era capaz de cambiar el mundo -como en el caso Vietnam-; también para los profesionales, las posibilidades de empleo son más escasas. En las décadas de los 60 y los 70, un reportero recibía un encargo de una agencia para realizar un reportaje en un país lejano y le daban tiempo, dinero para sus gastos y unos buenos honorarios. Hoy día tiene que realizarlo rápido y ni siquiera sabe de antemano si lo van a publicar. Esto hace que muchos reporteros gráficos tengan que buscarse otras fuentes para ganarse la vida, lo que va en detrimento de su creatividad y calidad. En los años 60 los fotógrafos eran considerados héroes; hoy día ser fotógrafo es un oficio.
Otro fenómeno relevante es el enorme crecimiento de las agencias. Cada vez tienen más fotógrafos a su servicio; pero, por otro lado, dada su ingente red de distribución, utilizan las mismas imágenes para muchas publicaciones, lo cual redunda en menos puestos de trabajo.
— ¿Está hablando de tendencias mundiales?
— Cuando digo que los días de oro de la fotografía de prensa pertenecen al pasado, me refiero al mundo occidental. En otras partes del mundo, la situación económica y política ha cambiado, las nuevas democracias han creado más espacio para los medios de comunicación y los gobiernos les dejan en paz. Esto favorece el fotoperiodismo. Por ejemplo, en China hasta hace poco la prensa estaba totalmente controlada por el Estado. Ahora el gobierno ha pedido a los grandes periódicos que se autofinancien. Sólo la prensa de provincias sigue dependiendo financieramente del Estado. Estamos teniendo un seminario al que han llegado reportajes de fotógrafos chinos de gran calidad.
— ¿La creciente lucha por los derechos de imagen afecta a la libertad de prensa?
— Las leyes o jurisprudencia en este terreno reflejan cómo es la sociedad. Fíjese, por ejemplo, en la diferencia entre Inglaterra y Holanda. En Gran Bretaña, si un parlamentario o alguien de la Casa Real no se porta bien se escarba hasta las raíces del asunto y todo sale en los medios de comunicación. En Holanda no conocemos los escándalos: los habrá, pero hay una especie de consenso tácito de no hablar de ello. En Europa todavía no ocurre como en América respecto a la protección de las actrices de ser fotografiadas en público, aunque el caso de Diana haya reabierto el debate.
— ¿Qué piensa del resultado del juicio a los fotógrafos en el caso de Lady Di?
— Me alegra, pero no me sorprende que investigaran el papel que tuvieron en el accidente. Fue algo tan espectacular, uno de los personajes más famosos del mundo, una mujer tan joven, una muerte tan trágica; todo exigía buscar al culpable. Por supuesto que los fotógrafos no fueron culpables: conozco sus nombres, son profesionales serios todos ellos. El resultado final ha pasado casi inadvertido, porque lo que fue la esencia de la noticia ha perdido actualidad.
— ¿Qué papel desempeña la Fundación World Press Photo en el fotoperiodismo?
— Somos una plataforma para promover la calidad de la fotografía de prensa, mostrarla al mundo y destacar la importancia que tiene en los medios. Además del concurso anual para elegir la foto del año en el que participan más de 3.000 fotógrafos y la exposición con las fotos galardonadas que recorre el mundo, organizamos master classes, concursos y talleres para niños. En las regiones de las que le hablaba, cuya prensa está en proceso de desarrollo, organizamos seminarios para formar a profesionales jóvenes. Actualmente están funcionando en Zimbabue, las Repúblicas Bálticas, Bangladesh. No tenemos fines políticos: para eso ya hay organizaciones que lo hacen muy bien. Nuestro papel es más bien educativo.