A propósito de las recientes críticas a los famosos libros de Guillermo, de la autora británica Richmal Crompton (ver servicio 71/99), Danielle Crittenden, directora de Women’s Quarterly (Washington), se pregunta en The National Post (Toronto, 26-VI-99) si no se estará a veces pretendiendo educar a los chicos con los criterios de un exagerado anti-machismo.
La autora ha podido comprobar lo divertido que el personaje resulta para sus propios hijos (niña y niño). Hay que recordar que las travesuras de Guillermo eran tan «graves» como perder la gorra para desesperación de su madre, pasarse todo el día con sus compañeros (los Proscritos) en un bosque o en el granero o… sentir cierta animadversión hacia las chicas (igualadas en la consideración de Guillermo a los padres y otros adultos que impiden o no entienden la diversión en los mismos términos que él).
Pero hoy Guillermo no es políticamente correcto y, si viviera entre nosotros, como Crittenden sugiere irónicamente, «no se le permitiría estar sólo implicado en actividades de chicos; su equipo de rugby tendría que tener componentes de ambos sexos (…) y su afición por los juegos de guerra sería diagnosticada como un aviso de potenciales tendencias homicidas». Es más, concluye la autora, sería el sujeto ideal para un reformatorio. No hay que extrañarse de que los libros de Guillermo hayan sido proscritos (como sus adeptos). Pero… ¿un Guillermo «reeducado» y despojado de su carácter travieso y de sus «fechorías» implicaría algo mejor? Esta es la pregunta que Crittenden trata de responder.
«Continuamente se habla de los muchos problemas de los chicos de hoy. No sólo acribillan las escuelas: se hacen miembros de una banda; si no pasan horas delante de la televisión viendo películas y programas llenos de violencia, están jugando con videojuegos o juegos de ordenador violentos. Incluso los lugares de recreo se han convertido en siniestros y amenazadores». Se apuntan muchas razones de la violencia, pero Crittenden piensa que pocas veces se oye decir que hay que tratar a los chicos como chicos, y ahí puede estar la clave.
«Los sistemas educativos llevan mucho tiempo eliminando la masculinidad en los chavales», algo que se salda en prácticas como la retirada de tradicionales juguetes de chicos y la promoción de juegos más propios de chicas, pero también en el desarrollo de programas de igualdad de género y otros contra el sexismo. «Toda conducta fuerte y bravucona es vista como violencia». Pero «lo que en realidad necesitan los chicos es que les enseñen a hacerse hombres, no mujeres». Porque «sus impulsos de chicos han de ser civilizados y encauzados, no eliminados. Un chico (…) necesita que le enseñen que hay diferencias entre crueldad, ser matón, aguantar el tipo y defenderse, y que sólo las dos últimas opciones son aceptables». De igual manera hay que distinguir entre «una inocente e infantil aversión a las chicas y la misoginia». Porque hay algo muy importante que, en todo este panorama de igualdad de sexos, raramente se dice, y es que «un chico jamás debe pegar a una chica». Esta regla elemental que, dice Crittenden, antes se inculcaba en todos los niños varones es ahora considerada sexista («porque, por supuesto, las chicas son tan fuertes como los chicos, y pueden ser campeonas de artes marciales, igual que ellos»). Por la misma razón que tampoco está de moda recordar que los chicos tienen que proteger a las niñas, especialmente si son sus hermanas pequeñas (algo que, en los libros del tan terrible Guillermo se saldaba en un ojo morado para el que se atreviera a meterse con la hermana de uno).
El mensaje que ahora se transmite a los chicos es el siguiente, dice la autora: «Tus intereses e impulsos naturales están mal. Esperamos -como Guillermo expresaría amargamente- que participes en un juego de hadas sin fin». Así que, concluye Crittenden, no es de extrañar que los chavales se amotinen, con el resultado de más violencia de la que Guillermo fue capaz de realizar o imaginar. Puede ser una explicación.