Preguntas prohibidas

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Contrapunto

Algunos medios periodísticos que apenas se interesan por la religiosidad seria, suelen volcarse cuando se trata de la religiosidad torcida y delirante. Así se ha visto de nuevo con el suicidio colectivo de los miembros de la secta del Templo del Sol. El mensaje implícito es ya tradicional: «otra vez estos locos fundamentalistas religiosos». Y los que días antes han despachado en media columna el «Woodstock de las familias» con el Papa (la plaza de San Pedro llena de pacífica gente normal de cien países), llamarán la atención alarmados sobre el riesgo de los fundamentalismos religiosos.

En este parloteo sobre «¿por qué atraen las sectas?», es de rigor recurrir al experto. El País ha llamado a Salvador Pániker, filósofo y escritor, para explicar esta «patología». Lo curioso es que Pániker es también presidente de la Asociación para una muerte digna, que propugna la legalización de la eutanasia y el derecho de cada uno a poner fin a su vida cuando estima que ya no vale le pena ser vivi-da. Con lo que, en buena lógica, debería limitarse a respetar la voluntad de los «templarios» de despedirse de este mundo, que ya no les interesaba.

Pero Pániker intenta explicar el atractivo de las sectas con un esquema ya clásico: en tanto que grupo estructurado y con doctrina simple, proporcionan seguridad en un mundo sin puntos de referencia. ¿Cómo evitar caer en sus redes? Hay que aprender a vivir «sin necesidad de dogmas tranquilizantes»; hay que comprender que «la preocupación por el sentido de la vida, que tantos totalitarismos doctrinarios ha generado, no es tanto una cuestión filosófica como el síntoma de que el flujodinámico del vivir ha sido obstruido». Denunciemos, concluye, la falacia que se da tanto en las religiones dogmáticas como en los credos doctrinarios: «la falacia de dar respuesta a preguntas que no deben plantearse».

Sin embargo, es innegable que a lo largo de la historia los pensadores, filósofos, maestros religiosos y hasta los inquietos adolescentes se han preguntado siempre de dónde venimos y adónde vamos. Y buscar una respuesta a estas preguntas se consideraba indispensable para que el hombre viviera con dignidad. Pero debe de ser un síntoma de que tenían «obstruido el flujo dinámico del vivir». En suma, prohibido preguntar: es el nuevo dogma tranquilizante.

Ignacio Aréchaga

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