Contrapunto
Dean Kenyon, profesor de biología en la Universidad estatal de San Francisco, llevaba casi una década impartiendo el mismo curso. Entre otras cosas explicaba lo improbable de que los cambios químicos que hicieron posible la aparición de la vida se hubieran producido por azar. Sin adherirse a un fundamentalismo bíblico, sostenía que detrás de la emergencia de la vida había un «designio inteligente» o, lo que es lo mismo, defendía ideas creacionistas. Hasta el momento nada extraño: un caso de libertad intelectual.
Sin embargo, en la primavera del año pasado, cinco de sus alumnos se quejaron al director del departamento de biología por permitir ese tipo de interpretaciones alternativas. La reacción del director del departamento fue inmediata: le apartó de esas clases. El caso llegó hace unos meses a las altas instancias universitarias. El Comité para la Libertad Académica apoyó a Dean Kenyon. Decisión que fue corroborada tiempo después por la Asociación Americana de Profesores de Universidad y por el Senado Académico. Dean Kenyon no está fuera del departamento, pero ahora da clases en los laboratorios.
Parece ser que la tolerancia es más nominal que efectiva en determinados campos, y que la libertad de cátedra no puede atentar contra las nuevas verdades oficiales.
Ignacio F. Zabala