La moda que viene con la película de Bertolucci
El estreno de la última película de Bernardo Bertolucci, El pequeño Buda, ha reavivado la curiosidad occidental por el budismo. Como suele suceder en la etapa de lanzamiento de un film, no es fácil distinguir entre la labor de marketing y el auténtico interés. En este caso, al mezclar la historia de Buda con la de un niño americano supuesto lama reencarnado, el budismo se presenta en la intersección entre Oriente y Occidente. Pero, al margen ya de los valores cinematográficos del film de Bertolucci, la nueva budomanía puede servir para preguntarse qué visión tiene hoy Occidente del budismo.
El núcleo histórico de la biografía de Buda es sucinto. Siddarta Gautama nace el 560 a.C. en la India septentrional, cerca del Nepal. Hijo de un príncipe, se casa joven. Pero a los 28 años renuncia a sus esposas e hijo y a los privilegios de su casta, para convertirse en un asceta en busca de una verdad superior. Como el ascetismo exagerado le pone al borde de la muerte, busca un «camino medio» entre la molicie primera y el rigorismo posterior. Obtiene así la iluminación interior de la que recibe el nombre de Buda o «el Iluminado». Hasta su muerte en el 480 a.C. enseñará ese camino medio.
Tres «canoas»
La doctrina de Buda, tras 400 años de transmisión oral, fue recogida en incontables libros. Sin embargo, no existe ningún texto que consigne con seguridad palabras de Buda. Se considera el budismo como la «canoa» adecuada para llegar al puerto del Nirvana a través del oleaje cambiante de lo mundano. Suele hablarse de él como si fuera una realidad única en sus diversas vertientes. Pero no es así. Hoy se practican en el mundo, al menos, 250 modalidades de budismo, difundidas entre unos 313 millones de adeptos. Las principales pueden reducirse a tres:
– El budismo Hinayana («pequeña-estrecha canoa»), que insiste en la ascesis, el autodominio, el Buda histórico. Predomina en los países sudasiáticos (Ceilán, Camboya, Tailandia, Vietnam, Laos).
– El Mahayana («gran canoa»): da más importancia a la clemencia, compasión, bondad, ecuanimidad, al Buda considerado como ser cósmico, más o menos divinizado. Aparece en el siglo I d.C. y predomina en el norte asiático: China, Manchuria, Corea, Japón.
– El Vrajrayana («canoa del rayo-diamante» o tántrico) aparece en el siglo VII d.C. En sánscrito, tantra significa «sistema» -en este caso- religioso de ejercicios y ceremonias ritualísticas (mantras, visiones mentales, posturas corporales, etc.) con frecuencia de índole mágica. Está implantado sobre todo en el Tíbet, China occidental, Mongolia.
¿Es el budismo una religión?
A nivel popular se habla del budismo como de una religión. Pero no lo es si se entiende «religión» en su sentido ordinario, es decir, como «religación» del ser humano con la divinidad. Pues Buda prescindió de lo divino. Por ello la mayoría de los estudiosos del budismo lo califican de «religión atea», aunque tal vez sea más acertado llamarla «agnóstica» en cuanto Buda simplemente marginó a Dios; le negó su categoría de «esencial».
Varias razones confirman que el budismo no es propiamente una religión.
– Carece de oración, sobre todo en el budismo Hinayana. No incluye, pues, la oración llamada de petición, que es la manifestación primera del sentido religioso, de la creencia en Alguien trascendente. Hace unos dos años, en una entrevista en una televisión española, le preguntaban al Dalai Lama sobre el influjo de la oración en su vida. Él respondió que para los budistas tibetanos es más importante la compasión y la meditación, pero entendida ésta no al modo cristiano, sino al budista, o sea, en cuanto introspección psicológica capaz de producir el vacío interior, y la «oración del deseo» o anhelo del Nirvana, palabra sánscrita significativa de «aniquilación» del deseo de lo apariencial, sensorial. En cualquier caso se trata de la mera «reconcentración» interior, sin estar dirigida a nadie.
– Lógicamente no creen en Alguien o Algo hacedor del cosmos y destino de los hombres, a no ser en el Nirvana, especie de cielo sin Dios ni ángeles. Alguien puede objetar: «Pero Buda y los budistas creen en dioses». Así es, seguramente por influjo del hinduismo, religión de Buda hasta que recibió la iluminación. Mas son «dioses» sólo de nombre. Son superiores a los hombres, pero como ellos perecederos, sometidos a la cadena de reencarnaciones e incluso al mismo Buda. Y, para colmo, no pueden dar la salvación nirvánica, sino sólo lo que un buen budista no puede desear (riqueza, honores, placeres).
Con sólo el esfuerzo personal
– El budismo no admite la existencia del alma humana o principio espiritual e inmortal del hombre. Éste queda reducido a un conglomerado de fenómenos bioquímicos y psíquicos en cambio continuo a impulsos de la ley del karma, «mérito-demérito», causa de la reencarnación en seres de categoría superior o inferior (animales, hombres, dioses) tras la muerte.
– La práctica budista se basa en el esfuerzo personal sin ayuda de la gracia divina. Obviamente el budismo es un sistema de liberación del hombre de lo apariencial y del sufrimiento sin necesidad de un Redentor divino, ni de la oración, ni de ofrendas y sacrificios, ni de la gracia de Dios. En el budismo todo es fruto del esfuerzo personal mediante el control sensorial, emocional y mental, o sea, una especie de pelagianismo occidental llevado al extremo. Buda influye en los budistas sólo en cuanto modelo que imitar, no como intercesor al modo de la Virgen o de los santos en el catolicismo, ni como Dios.
– Al explicar el origen de las cosas, el budismo, como el hinduismo del cual se desgajó, cree en los ciclos cósmicos idénticos o con las mismas personas, acontecimientos, etc., y en el emanacionismo o evolucionismo regresivo, pero sin intervención de divinidad alguna. El universo es eterno y sometido de continuo a una especie de explosiones de luminosidad progresivamente decreciente hasta que se llega a la oscuridad total para, tras otra explosión cósmica, iniciar un nuevo ciclo.
Despegarse de lo sensorial
En el hinduismo Brahmán, lo Uno-Todo divino es como la pantalla cinematográfica o televisiva, única realidad consistente. Todo lo que no es Brahmán, o sea, todo lo sensorial, equivale a las imágenes proyectadas sobre la pantalla, que parecen reales, pero, si las palpamos, comprobamos su inconsistencia; no tocamos sino la pantalla. El hindú aspira a evitar el apegamiento a lo sensorial, instintivo, para fundirse con Brahmán diluyéndose en lo divino panteísta como el agua dulce de los ríos en la salada del mar.
Por su parte, el budismo niega la existencia de Brahmán, de lo divino, pero conserva todo lo demás así como la aspiración a desligarse de lo apariencial para lograr el Nirvana o «extinción» del deseo.
Las vivencias de Buda son modélicas para los budistas y su criterio de verdad y de comportamiento, sobre todo su «iluminación», que es como la anticipación del Nirvana en la tierra. La «iluminación» de Buda, conseguida tras permanecer sentado en posición de loto, inmóvil, durante 49 días, consistió en caer en la cuenta de que todo, especialmente lo sensorial, es duhkha, término traducido por «sufrimiento, dolor» en los diccionarios de sánscrito. Pero no es sólo un sufrimiento somático ni psíquico concreto, sino sobre todo la percepción profunda de la «fugacidad-finitud» de las cosas y de la «contingencia» del hombre. Buda se pasó la vida intentando eliminar el duhkha sin recurrir a la ayuda de nadie ni a ningún apoyo sobrehumano, sino por su propio esfuerzo de aislamiento, concentración mental y vacío.
Una vez diagnosticada la «enfermedad», Buda averiguó su causa, a saber, el deseo-sed (kama) o pegajosidad de lo apariencial, sensorial; decidió lograr la «aniquilación-Nirvana» de la causa y concretó el camino (marga) o los medios para conseguirlo. Así lo expone ya en su primer sermón, el de La puesta en marcha de la Rueda de la Ley, especie de «Sermón de la Montaña» del budismo. De ahí se explica que el «ateísmo-agnosticismo» búdico haya originado un comportamiento opuesto al del ateísmo occidental, pues se esmera en despegarse de lo sensorial replegándose en el interior del yo, en los medios de la vida ascética, en la psicotecnia, totalmente al margen de lo científico-técnico y del activismo.
Las vivencias propias como criterio
Las vivencias propias, sobre todo en la medida de su sintonía con las de Buda, son para cada uno el criterio supremo tanto de verdad como ético. Lo vivencial debe estar por encima de la autoridad de la fe religiosa, de los maestros espirituales y del conocimiento racional. «No os dejéis guiar por la autoridad de los textos religiosos, ni por la simple lógica, ni por las apariencias, ni por la especulación sobre lo opinable, ni por las verosimilitudes probables, ni por vuestro maestro espiritual», afirma Buda en su sermón a los habitantes de Kesaputra, para a continuación insistir en que deben seguir su sentido interior y sus vivencias de benevolencia (Anguttara-Nikaya, I, 187-191).
De ahí que el budismo prive de valor a los escritos sagrados de las demás religiones no menos que a las especulaciones intelectivas e incluso a la misma razón, precipitándose en el subjetivismo e irracionalismo. El criterio de discernimiento entre lo bueno y lo malo es la experiencia personal (Majjhimanikaya, I, 426-432). De ahí una cierta tolerancia, pues reconoce que todos los caminos, religiosos o no, son buenos en la medida en que le conviene a cada uno de los que los recorren. No obstante, los budistas dejaron pronto de atenerse a las vivencias personales, que de hecho quedan supeditadas a «los tres Refugios» señalados ya por Buda mismo, incluso con fuerza de testamento, en el lecho de su muerte: «la doctrina, Buda y la comunidad (monástica)».
¿Cristiano y budista?
La propagación del budismo en Occidente ha llevado a plantearse si se puede ser a la vez cristiano y budista. Se lo preguntaban al propio Dalai Lama en una reciente entrevista (El Mundo Magazine, 28-XI-93), donde daba la siguiente respuesta: «En principio, es posible. La esencia de estas dos grandes religiones es la de promover el amor, la misericordia y la tolerancia. Sin embargo, conforme uno se aproxima a estados más avanzados, va siendo necesario un acercamiento más especializado. En ese momento yo creo que ya no es posible continuar siendo cristiano y budista a la vez».
Sin duda, la promoción del amor y de la misericordia se da en el budismo y en el cristianismo. Pero el amor-caridad cristiano es teologal, trinitario, y la fe en Dios Padre, si hay coherencia, conduce por necesidad al amor a los hijos de Dios, los hombres. La esencia del budismo Mahayana (no del Hinayana) es ciertamente la clemencia y el amor a los hombres, mas sin relación alguna con lo divino. Buda no dijo ni pudo decir: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,11), o sea, amarnos como Cristo nos ama, hasta el extremo de la cruz.
Por otra parte, un auténtico cristiano en ninguna etapa de su vida puede creer en los ciclos cósmicos, ni en la reencarnación de las almas, ni en la falta de consistencia de las realidades temporales reducidas a lo apariencial, ni en el Nirvana, etc. Al igual que un budista jamás puede aceptar la existencia del alma espiritual e inmortal, la resurrección de los muertos, el monoteísmo trinitario (ni siquiera la existencia de Dios) o la divinidad de Jesucristo.
Lo mismo puede decirse de la moral. Su dimensión natural coincide en gran medida (por ejemplo, no matar, no robar, no mentir…) por ser común a todos los hombres. Pero en la citada entrevista, el Dalai-Lama da muestra de una moral un tanto acomodaticia. Así, al preguntarle sobre el control de la natalidad, responde que, para un budista, «puesto que toda vida es algo precioso, cualquier método anticonceptivo resulta inaceptable». Pero acto seguido no tiene inconveniente en aceptarlos para frenar el crecimiento demográfico. En cuanto al aborto, advierte que, desde un punto de vista budista, se considera un asesinato matar a alguien. Pero a continuación lo admite recurriendo al típico pretexto de casos extremos (enfermedad de la madre, malformación del feto…).
La ética budista exige no matar, ni siquiera a los animales, por la posible reencarnación de alguien en ellos. Por lo mismo no se entiende cómo puede admitirse el aborto en algunos supuestos extremos, a no ser que su moral se adapte a la situación socio-cultural y transitoria del mundo occidental.
Del zen a la budomanía
Las ideas búdicas fueron sembradas en Occidente especialmente mediante la traducción de libros del canon budista (Max Müller, a finales del siglo pasado); en el World’s Parliament of Religions o «Congreso Mundial de las Religiones» celebrado en Chicago en 1893; los numerosos libros de T. Deshimaru (1914-1982), fundador de la Asociación Internacional del Zen; el trato personal con budistas ilustres, por ejemplo, S. Shaku y D.T. Suzuki, introductores del zen desde 1905. Pero es sobre todo tras la segunda guerra mundial y el contacto entre soldados norteamericanos y la cultura búdica en Japón, cuando se experimenta una especie de eclosión que contagia a Occidente. Esto es fruto sobre todo de la difusión de no pocas sectas de impronta budista: Soka Gakkai, Reiyukai, Rissho Koseikai, Mahikari, etc.
Estos movimientos se benefician de la sed de interiorización y serenidad que hoy sienten muchos occidentales para colmar su vacío espiritual, fruto del abandono religioso, del activismo, del afán materialista por tener más. Influye también una cierta sintonía del agnosticismo budista con la marginación de lo religioso en las sociedades occidentales. Además se ha puesto de moda entre algunos artistas y modelos (Richard Gere, Cindy Crawford, Oliver Stone, Jane Birkin, Susan Dey, Patrick Swayze, Sophie Marceau, Peter Coyote, Tina Turner, Rebecca Tisbury…) que dicen ser budistas a su manera.
La película El Pequeño Buda alimentará la moda del budismo, presente en los paneles publicitarios y en el imperio fugaz del color azafrán o amarillo (el originario, ahora usado en el Sudeste asiático), rojo púrpura (Tíbet), generalmente negro (China, Japón) del hábito de los bonzos y bonzas. Primero fue la zenmanía, contagio propagado en Occidente con virulencia epidémica, que ha debilitado la capacidad de reacción frente a algo tan exótico como lo búdico. Ahora se trata de la budomanía o de la moda por imitar y asimilar lo budista ya sin el disfraz de lo psicotécnico, aparentemente sin mensaje religioso, dominante en la mayoría de los centros zen.
Manuel GuerraPara saber más
– M. Guerra, Historia de las religiones, I-III, EUNSA, Pamplona, 1984, 2.ª edición (I, pp. 201-225: vida de Buda y exposición de su doctrina; II, pp. 147-153, 169-182: ¿El budismo, una religión atea?, el zen; III, pp. 197-237: antología de textos búdicos).
– M. Guerra, Los Nuevos Movimientos Religiosos (las sectas), EUNSA, Pamplona, 1993, pp. 247-260, 307-314, 335-340, etc.: sectas de impronta budista implantadas en España.
– Ph. Kapleau, Los tres pilares del zen. Enseñanzas, prácticas e iluminación, Diana, México, 1975: estudio objetivo de la teoría, de la praxis y de los resultados del zen sin ocultar su naturaleza búdica, que no intenta conciliar con el cristianismo, y sin el halo romántico que rodea otras publicaciones no exentas de miras o, al menos, efectos sincréticos.
– R. A. Mitchell, Buda. Una biografía viva y fascinante, Edaf, Madrid, 1990: la vida y enseñanzas de Buda en forma de historietas amenas e instructivas, que no siempre permiten distinguir lo legendario de lo histórico; varias son sermones atribuidos a Buda, en versión muy libre.