En la revista australiana Perspective (octubre 1994), Sean O’Bannon recoge algunos argumentos contrarios a la tesis de que existen derechos específicos de los homosexuales.
(…) A los negros de Estados Unidos y a los aborígenes de Australia les fueron negados sus derechos humanos y civiles. Su lucha fue -y es- honorable. Pero los «derechos de los gays» son muy diferentes. El general estadounidense Colin Powell, ex presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, hombre negro del que a veces se ha hablado como posible candidato a la presidencia del país, rechaza la analogía: «El color de la piel es una característica natural, sin relación con la conducta. La orientación sexual es quizá la más profunda de las características humanas relativas a la conducta. Comparar las dos es un recurso útil, pero falso».
El juez estadounidense Roger J. Magnuson asegura en su libro Are Gay Rights Right? que «las leyes sobre derechos de los homosexuales no cumplen ninguno de los requisitos tradicionales de los derechos humanos. Los homosexuales nunca han podido demostrar que exista algún tipo de discriminación que les cause perjuicios sociales o económicos notables. Son una clase de personas que tienen en común un modo de comportarse, no un status inmutable. Sus acciones no son moralmente neutras. La gente sensata puede muy bien -por convicciones morales hondamente arraigadas, o por razones de salud, de estabilidad psicológica o de sentido común- desear, al tomar decisiones, tener en cuenta la conducta homosexual de una persona, sin que eso sea en absoluto una muestra de intolerancia o de irracionalidad».
(…) El principal objetivo de los gays es el reconocimiento legal de las relaciones homosexuales, para que se equiparen a las uniones de hecho e incluso al matrimonio. (…) ¿Hay en eso algo equivocado? El filósofo australiano John Finnis, decanode Oxford, cree que sí (…): «Los que admiten que los actos homosexuales pueden ser un uso humanamente apropiado de la sexualidad, si quieren ser coherentes deben considerar las facultades, órganos y actos sexuales como instrumentos al servicio de cualquier fin que se proponga el ‘yo’ individual que los posee. Esto suele tenerse -a mi juicio, con razón- por una amenaza directa a la estabilidad de los matrimonios actuales y futuros: por ejemplo, según eso, carece de sentido considerar el adulterio incompatible per se con el amor conyugal.
«Una sociedad que considere fundamental para su presente y su futuro la estabilidad y la misión educativa de la vida familiar, puede con razón juzgar como interés básico suyo negar que la conducta homosexual sea una opción y un modo de vivir válido y humanamente aceptable, y, por tanto, puede emplear medios apropiados para que no se extienda tal conducta».
Uno de los argumentos más fuertes en favor de la protección estatal del medio ambiente es que así el Estado actúa como abogado de las generaciones venideras. Análogamente, la protección de la estabilidad social y la educación de las generaciones futuras son precisamente las razones que justifican que el Estado proteja el matrimonio y la familia.
Incluso aunque la conducta homosexual ya no sea delito, no puede considerarse como una mera diversión privada ni merecedora de protección estatal. Al elegir la vida gay, los homosexuales y las lesbianas se colocan libremente al margen del proyecto de la humanidad para el futuro, porque su propio modo de vida se centra en el sexo, en vez de la procreación.
(…) Los homosexuales y las lesbianas merecen respeto como seres humanos, y compasión por su tendencia. Puede que no sean responsables, a causa de una condición psicológica sobre cuyo origen todavía se discute y se sabe poco. Tienen derecho a un trato que de ningún modo ofenda su dignidad personal. Pero la compasión no debe enmascarar la verdad. No es «homofobia» afirmar que la conducta gay es destructiva para la persona y para la sociedad.