Desde hace unos años, en Rusia está en marcha la devolución de iglesias, monasterios y otros edificios, así como de objetos artísticos religiosos, incautados durante la época comunista. Al tiempo que se restituye la propiedad, se están escuchando las protestas de especialistas en arte que consideran que las devoluciones pueden perjudicar la cultura.
En los últimos años, las parroquias rusas (de la Iglesia ortodoxa sobre todo, pero también de otras confesiones) han recuperado más de diez mil monumentos artísticos. En abril de 1993, Boris Yeltsin firmó un decreto cuya aplicación ha dado lugar a un inventario preciso de los bienes expropiados a la Iglesia durante la época estalinista. Se prevé que las devoluciones todavía durarán años.
Como destaca Le Monde (26-X-94), la élite cultural rusa teme por el destino de esos bienes, que consideran patrimonio nacional. Piensan que la Iglesia no tiene medios suficientes para conservarlos. Un ejemplo es el robo de iconos, mucho más frecuente en iglesias que en museos. Pero no cabe pedir que las iglesias se mantengan a la vez como museos: en Rusia, «una iglesia no es un museo, ni un icono es un objeto de exposición; han sido creados por la fe y para la fe», señalan representantes del patriarcado ortodoxo moscovita.
Otro problema derivado de las restituciones es la posible desaparición de los museos que durante el periodo comunista se instalaron en parroquias o monasterios. Para evitarlo, el Ministerio de Cultura y el Patriarca de Moscú han llegado a un acuerdo por el que no se devolverán a la Iglesia los edificios mientras no se disponga de nuevos locales para las exposiciones. Pero aun así resulta complicado encontrar sedes adecuadas adonde trasladar los museos. El caso paradigmático es el inmenso monasterio de la Nueva Jerusalén, a 50 Km de la capital, que en 1961 se transformó en el principal museo histórico y científico del país. Aunque la catedral que forma parte del conjunto ha sido ya devuelta a la Iglesia ortodoxa, ésta exige recobrar todo el monasterio.
Por encima de los casos particulares, todos coinciden en que los conflictos, además de alimentarse del amor al arte, se nutren de intereses monetarios. Pues cuando los monumentos religiosos convertidos en museos retornen a sus dueños, el Estado perderá la apreciable cantidad de divisas que deja el turismo extranjero.