La equidad generacional

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La ponencia de Pierpaolo Donati, profesor de la Universidad de Bolonia especialista en Sociología de la Familia, en el simposio “Familia y educación: nuevos retos del cambio social” (1), planteó la cuestión de la equidad generacional: es decir, cómo «atribuir los recursos culturales, materiales y naturales de los que dispone una sociedad, según criterios de justicia, al distribuirlos entre las diversas generaciones».

Para lograr más equidad generacional, Donati sugiere una serie de medidas, entre las que se incluyen las siguientes:

1. Una política de ayuda a parejas jóvenes que, por un lado, evite la excesiva prolongación de la dependencia de los hijos respecto de los padres y, por otro, distinga, en el reparto de ayudas, a las parejas que cuentan con herencias patrimoniales paternas de las que comienzan sin ellas. Las ayudas incluirían medidas de tipo universal (por ejemplo, desgravaciones fiscales) y otras selectivas (financiaciones a tipos de interés subvencionados, cuotas reservadas para obtener vivienda, etc.)…

2. Respecto a la natalidad, Donati señala que las ayudas equitativas según el número de hijos deben seguir una progresión geométrica y no aritmética. No es que la gente vaya a tener hijos para obtener un dinero o ciertas deducciones fiscales. Pero las ayudas contribuirán a que puedan tener hijos las parejas que lo desean. «Es necesario tener en cuenta que hay una demanda no satisfecha de paternidad y maternidad que es reprimida, porque gran parte de los servicios así como el tratamiento reservado a las parejas no reconocen de hecho el bien del hijo». Los mecanismos útiles para distribuir recursos entre familias numerosas se centrarían en las ayudas del sistema fiscal, de la seguridad social y los servicios sociales destinados a la maternidad y la paternidad.

Igualmente deberían ofrecerse a la mujer que pretende abortar las ayudas financieras y servicios necesarios, especialmente donde estas carencias son las razones fundamentales invocadas para el aborto.

Para la madre o el padre que trabajan fuera del hogar -incluso si uno de los dos es trabajador autónomo-, «algunos de los objetivos generales deberían consistir en la armonización entre el tiempo dedicado a la familia y el tiempo que se dedica al trabajo fuera de casa, la paridad entre los sexos, una política más eficaz en la concesión de permisos a los padres, la ampliación de las medidas de política social para hacer más real la libertad de elección entre el trabajo dentro del hogar y el trabajo profesional».

Jóvenes adultos que no sueltan amarras

3. Una política familiar debe afrontar también el problema de las familias monoparentales que son casi siempre mujeres solteras con uno o varios hijos. Las experiencias de Estados Unidos, Gran Bretaña y los países escandinavos sugieren orientar las ayudas dando servicios sociales y descartar una política de ayudas monetarias que suelen servir -esta es la experiencia estadounidense- para sostener al «partner» o amigos ocasionales que se aprovechan de la mujer.

4. Un factor más a tener en cuenta es el aumento de hijos fuera del matrimonio que se agrava casi en todas partes. En 1988, la tasa de ilegitimidad en Gran Bretaña era del 25%, y la peor situación era la danesa, con el 45% (porcentaje sobre el total de niños que nacen vivos). «Este es un indicador significativo del aflojamiento de los vínculos sociales, aunque en la mayoría de los casos el padre reconozca al hijo y, por tanto, pueda suponerse que asuma su responsabilidad».

5. Para Donati, la creciente dependencia de los jóvenes adultos en relación a sus padres «debiera considerarse una relevante cuestión pública». Donati aporta tres causas -cuyo peso varía según zonas- que explican esta renuencia de los hijos a independizarse: la prolongada escolarización, las dificultades para entrar en el mercado laboral, y el deseo de mantener un tenor de vida que sólo se puede lograr en la casa paterna. «En la actualidad, la introducción en los roles adultos es mucho más retardada: se retrasa lo más posible el matrimonio e igualmente el ‘verdadero’ trabajo y, con ello, la independencia social y la responsabilidad de participar en primera persona en los problemas de la sociedad».

El resultado es decepcionante: «Una generación que debiera situarse frente al problema de cómo podrá sostener un sólido Estado social para una población que rápidamente va envejeciendo, se mantiene, por el contrario, en una situación en la que no se hace nada o casi nada».

Donati considera que «el problema de los problemas» es saber si podemos plantear una política de equidad generacional sin resolver antes qué debe ser la familia. Su respuesta es que se necesita esa reflexión sobre la familia sin rodeos ficticios. La tendencia actual a hablar de «familias» en plural constituye un modo evidente de eludir el problema de «si el Estado social debe o no considerar a la familia como familia y no sólo como una suma de individuos que más o menos casualmente viven juntos». Es preciso examinar «si, después de todo, junto a un numerador diversísimo para cada familia, no hay también un mínimo común denominador que haga de cada familia una familia».

Y aquí radica lo que Donati ha calificado de trampa: a las nuevas generaciones se les promete un modelo «emocional» de familia que luego no se cumple. «El problema de los actuales sentimientos respecto de la familia está unido al carácter indiferenciado que tiene hoy. Por querer ser más, la familia corre el riesgo de no ser nada».

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(1) Las Actas del simposio ya han sido editadas en la Revista Española de Pedagogía, nº 196 (IX-XII 1993).

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