Con ocasión de la visita ad limina de un grupo de obispos brasileños, el Papa pronunció el mes pasado un discurso en que les alentaba a responder al auge de las sectas. Este fenómeno, señaló, se debe en buena parte a la falta de cultura religiosa, que sobre todo afecta a las gentes emigradas a la periferia de las grandes ciudades. Esas personas han perdido la vivencia religiosa que tenían en sus lugares de origen y sufren una situación de desarraigo. Además, el permisivismo moral favorece a las sectas, que aprovechan la demanda de normas claras de actuación para atraer al pueblo con exigencias fuertes y rígida disciplina.
A cambio, esos grupos ofrecen promesas ficticias de curaciones y salvación. Pasado el entusiasmo inicial, los atraídos por las sectas «no siempre vuelven a la fe, y caen en el indiferentismo». A su vez, «el indiferentismo genera incoherencia en los principios», de modo que muchos creen que pueden seguir siendo católicos y frecuentar al mismo tiempo otros cultos y grupos religiosos.
El éxito de las sectas revela deficiencias en la pastoral católica. Juan Pablo II señaló tres: la Iglesia y los pastores se han hecho menos «visibles», hay fallos en la acogida de las personas y falta energía en la evangelización. La menor «visibilidad» de la Iglesia alude al descuido de la liturgia y los signos externos de la fe. El pueblo «quiere ver las iglesias con sus características religiosas y sus expresiones auténticas de arte sagrado que despiertan la piedad e invitan a la oración». En cambio, a veces encuentra en las celebraciones litúrgicas cantos con letras que encierran «un mensaje político o puramente terreno» y música marcadamente profana por el ritmo, la melodía o los instrumentos de acompañamiento.
También los pastores se han hecho menos visibles, dijo el Papa. Pero el pueblo «quiere ver a los sacerdotes como verdaderos ministros de Dios, incluso en su modo de vestir y proceder». A este respecto, Juan Pablo II citó un pasaje del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (n. 66), publicado el año pasado por la Congregación para el Clero, donde se recuerda que los sacerdotes deben llevar traje eclesiástico.
Para remediar la segunda deficiencia, el Papa recalcó que los fieles han de encontrar una acogida cordial por parte de los pastores. Finalmente, pidió mayor ardor en la evangelización, que a veces parece tibia en comparación con «el proselitismo a cualquier precio y el entusiasmo de los agentes de las sectas y de algunos movimientos pseudoespirituales». La Iglesia ha de llegar también a «la invitación personal, de casa en casa, de calle en calle, mediante un trabajo permanente y respetuoso, pero presente en todos los lugares y ambientes».