Viena. El pasado 25 de junio finalizó en Austria la recogida de firmas para pedir «reformas profundas en la Iglesia Católica», iniciativa que, según sus promotores, ha obtenido el respaldo de 350.000 personas. En Austria hay cerca de 6 millones de católicos y la campaña ha sido apoyada por todos los medios de comunicación y muy especialmente por la televisión.
Los iniciadores de la campaña son un grupo de 20 personas de Innsbruck, en su mayoría mujeres y profesores de religión en las escuelas. Presentando su iniciativa como «plebiscito popular eclesiástico», este grupo ha querido trasladar a la Iglesia un sistema previsto en la Constitución austriaca para lograr que un tema político se debata en el parlamento.
Los firmantes aprueban un texto que propone cinco puntos. En ellos se pide derecho de voz y voto de los miembros de las Iglesias locales en el nombramiento de obispos; la ordenación sacerdotal de mujeres; poner fin al celibato sacerdotal; dejar a la libertad de conciencia de los fieles las cuestiones de moral sexual; la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar.
La acción se inscribe dentro de la campaña organizada contra la Iglesia católica en Austria a raíz del caso del Card. Groër (cfr. servicio 58/95). Como ya ocurrió entonces, desde que se lanzó la campaña el 3 de junio no ha pasado día sin que casi todos los periódicos y la televisión informaran sobre el desarrollo de la recogida de firmas, entrevistaran a partidarios y oponentes, y especularan sobre las posibles consecuencias.
La acción tan sólo va a servir para demostrar la fuerza que tiene el sector «liberal» de la Iglesia en Austria. El número final de firmas auténticas será algo difícil de saber, pues, a falta de un control fiable, se puede firmar más de una vez o incluir familias enteras con la firma del padre. Más importante es la división que revela este asunto en la Iglesia.
La campaña ha sido apoyada por una gran parte de los dirigentes de Acción Católica y por todos los críticos que ya se dieron a conocer en el caso Groër. Los obispos han criticado duramente la iniciativa, aunque muchos de ellos, como el actual presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Joseph Weber, sí han manifestado su interés por «dialogar, valorar las propuestas y estudiarlas a fondo». Como suele ser habitual en estos casos, Mons. Kurt Krenn, obispo de Sant Pölten, ha dejado bien claro que en la Iglesia «la verdad no es el fruto de votaciones democráticas». Por su parte, Mons. Christoph Schönborn, obispo coadjutor de Viena, alaba los deseos «reformistas» en la Iglesia, pero a la vez recuerda que toda reforma debe partir de una conversión interior. Eso no aparece en ningún lugar del plebiscito popular. «Toda reforma que no pase por una conversión personal está destinada al fracaso o a crear división en lugar de unión».
Muchos medios de comunicación han destacado también un aumento de «apostasías» dentro de la Iglesia católica en Austria desde que estalló el «caso Groër». Este fenómeno se debe, en gran parte, al sistema de financiación que tiene la Iglesia en Austria. Por un concordato firmado en los años treinta, similar al alemán, se acordó que cada ciudadano debía dar a conocer su fe y estaba obligado a pagar un 1,25% de sus ingresos a la Iglesia. A diferencia de los sistemas que se siguen en Italia o España, donde la cantidad se paga en todos los casos (bien para destinarla a la Iglesia o a financiar otros gastos sociales), en Austria y Alemania, si se abandona la Iglesia, se deja de pagar esa cantidad.
Este sistema ha hecho que la Iglesia disponga en esos dos países de mucho dinero. Pero, con una pérdida de la fe viva, a muchas personas les importa poco abandonar la Iglesia para no tener que pagar. Los ataques contra la Iglesla -presentada constantemente como una institución antidemocrática y conservadora- han hecho que muchos cristianos no practicantes elijan este camino en los últimos meses. De todos modos, no parece que un cambio en la doctrina pueda servir para frenar esta sangría. Una muestra de ello es que en 1994, casi el doble de los alemanes protestantes (con relación a los católicos) abandonaron la Iglesia evangélica, donde, por supuesto, sí existen sacerdotisas, los pastores se pueden casar y la moral sexual es mucho más «liberal» que la católica.
Esta abundancia de dinero es también uno de los problemas principales de la Iglesia en Austria y Alemania. Además de los párrocos y sacerdotes, hay asistentes pastorales, profesores de religión y un largo etcétera. Son muchos miles de personas que viven de la Iglesia. Y, si se difumina el sentido de fe que debe presidir su trabajo, es natural el deseo de no chocar con la mentalidad y las costumbres dominantes en la sociedad. Aunque en este caso el conformismo se presente como rebeldía.
José María López-Barajas