Dame un hombre de verdad

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Minette Marrin comenta en The Sunday Telegraph (Londres, 4-VI-95) la tendencia que lleva a ver sólo los aspectos negativos de la virilidad.

(…) «Androfobia» es una palabra que apenas existe, pero el desprecio del varón es algo que vemos por doquier. (…) Hay quienes sostienen que las mujeres viven mejor sin los hombres. Shere Hite, en su reciente Report on the Family, llega a afirmar que los chicos y jóvenes tienen más éxito en la vida si se educan sin padre: los criados con la menor influencia paterna posible están mejor emocionalmente, son menos tímidos, se relacionan mejor con las mujeres y saben conversar mejor.

En Gran Bretaña, este libro no sólo se ha tomado en serio, sino que ha tenido eco en los informativos de máxima audiencia. Por último, llevando la androfobia hasta el absurdo, una socióloga norteamericana acaba de escribir un libro titulado Men Are Not Cost Effective [«Los hombres no son rentables»], en el que propone que, puesto que casi todos los presos y casi todos los asesinos son hombres, y puesto que los hombres cometen tres de cada cuatro delitos no violentos, cuestan al contribuyente más que las mujeres, y por tanto, deben cargar con un impuesto especial por razón de su sexo.

(…) Para las mujeres a quienes nos gustan los hombres, ha sonado la hora de defender la masculinidad y las virtudes masculinas. Abajo las andrófobas. Las mujeres auténticas no queremos el Hombre Nuevo, ni el Hombre Neutro, ni el Hombre Acomplejado. Las mujeres auténticas queremos hombres auténticos. Naturalmente, los hombres auténticos pueden ser muy pesados. Son agresivos y dominantes, y ciertamente, si no han sido bien educados o son muy ricos, a menudo causan muchos problemas. Además, es difícil perdonar siglos de despiadada misoginia. Pero toda virtud tiene sus inconvenientes, y su precio. Y las virtudes masculinas de valentía, decisión, inventiva y actitud protectora son tan importantes como las virtudes femeninas más delicadas, de las que ahora oímos hablar muchísimo más.

Cualquier mujer a la que gusten los hombres alguna vez debe de haberse sentido tocada en lo hondo por algunas de las virtudes masculinas. ¿Qué tiene de malo, por ejemplo, saber mantener el tipo? Nada, a no ser que se confunda la represión neurótica con la fortaleza para dominar los sentimientos (confusión frecuente en la cultura de la psicoterapia).

Hay algo grandioso en los hombres que no se quejan ni se hunden cuando llega la adversidad: este fuerte e implícito estereotipo es masculino, no femenino. Los hombres auténticos se urgen a trabajar, y muy a menudo encuentran el mundo exterior más absorbente que el mundo doméstico. Así es como consiguen hacer cosas difíciles. A las mujeres auténticas no les importa: muchas de ellas sienten lo mismo. Y, puesto que los hombres auténticos tienden a ser indóciles y mandones, a las mujeres auténticas no les gustan los hombres que disfrutan cambiando pañales. Y tampoco los hombres a los que ellas pueden obligar a cambiar pañales.

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