El Papa expone la postura de la Iglesia ante la Conferencia de Pekín. Pide que se facilite la presencia de la mujer en la sociedad, defendiendo a la vez la maternidad
Juan Pablo II ha escrito una carta para aclarar la postura de la Santa Sede ante la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, que se celebrará en Pekín del 4 al 15 de septiembre. La carta, fechada el 26 de mayo, va dirigida a Gertrude Mongella, secretaria general de la Conferencia, a quien el Papa recibió en audiencia privada ese mismo día.
El Papa subraya que «el éxito de la Conferencia dependerá de si ofrece una visión verdadera de la dignidad y de las aspiraciones de la mujer». Está fuera de duda que la mujer tiene la misma dignidad que el hombre, pero esto no significa que sea idéntica. No reconocer la diferencia «empobrecería a la mujer y a toda la sociedad».
Concretamente, «ninguna respuesta a las cuestiones que atañen a la mujer puede olvidar su papel en la familia o tomar a la ligera el hecho de que toda vida nueva está totalmente confiada a la protección y al cuidado de la mujer que la lleva en su seno». Por tanto, el respeto real a la dignidad de la mujer exige «oponerse a la falsa concepción según la cual el papel de la maternidad es opresivo para la mujer, y que un compromiso con su familia, particularmente con los hijos, le impide alcanzar la plenitud personal, y a las mujeres en su conjunto les impide influir en la sociedad». Pues se perjudica a la mujer y a todos «cuando se la hace sentirse culpable por querer quedarse en su casa para educar y cuidar a sus hijos».
Juan Pablo II no afirma que la familia sea el único ámbito en el que la mujer puede contribuir al bien común; lo que rechaza son los puntos de vista unilaterales. «Sin apartarla de su función en la familia», la Iglesia pide para la mujer más posibilidades de intervenir en la vida civil. «Es preciso -continúa la carta- cambiar profundamente las actitudes y la organización de la sociedad para facilitar la participación de la mujer en la vida pública, tomando al mismo tiempo las medidas necesarias para que tanto la mujer como el hombre puedan cumplir sus obligaciones específicas con respecto a la familia». Y también hace falta «eliminar la discriminación contra la mujer en áreas como la educación, la asistencia sanitaria y el empleo». Como ejemplo de progreso, el Papa menciona algunas reformas legales para permitir que la mujer conserve la propiedad y la administración de sus bienes, en países donde no se reconocían esos derechos.
Una mayor presencia femenina en el trabajo y en la vida pública será difícil, dice el Papa, «mientras los costes estén a cargo del sector privado». El puro mercado no bastará para superar los obstáculos: tendrá que intervenir subsidiariamente el Estado, con «iniciativas legislativas y de seguridad social».
El Papa espera que la Conferencia de Pekín se ocupe también de «la terrible explotación de mujeres y niñas que existe en todo el mundo», incluidas la laboral y la sexual. Y recordó la postura de la Iglesia respecto al aborto, que no puede ser presentado como una conquista de la mujer. Al contrario, en el aborto «es la mujer la que soporta el mayor peso», frecuentemente «abandonada a sus propias fuerzas, o presionada para que acabe con la vida de su hijo». Así, «una solidaridad radical con la mujer exige que se afronten las causas que impulsan a no desear el hijo».
Al final, Juan Pablo II escribe que la Conferencia de Pekín tendrá que esquivar dos escollos opuestos: el del «individualismo exagerado, con el relativismo moral que lo acompaña», y el de «un condicionamiento social y cultural que no permite que la mujer llegue a tomar conciencia de su propia dignidad». Con estas palabras, el Papa alude probablemente al previsible enfrentamiento entre las delegaciones occidentales, que promoverán objetivos feministas, y otras -especialmente de Asia-, que responderán escudándose en las propias tradiciones para no aceptar ciertas exigencias de los derechos humanos. Así ha ocurrido al menos en otras conferencias recientes de la ONU.
El Pontífice volvió a referirse a la Conferencia de Pekín en el Angelus del 18 de junio. Dijo que la reunión es de extraordinaria importancia porque el futuro del mundo «depende no poco de la conciencia que las mujeres tienen de sí mismas y de que se les otorgue un justo reconocimiento».