Para que haya vocaciones sacerdotales

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El teólogo y jesuita francés André Manaranche ha publicado el libro Vouloir et former des prêtres (Ed. Fayard, 1994) en el que analiza la causa de la crisis de vocaciones sacerdotales en Francia. Catalunya cristiana (25-V-95) traduce la recensión del libro que hace Franco Ardusso en la revista italiana Jesus.

En Francia, la curva de los ingresos en los seminarios y de las ordenaciones no se endereza. «No hemos salido de la crisis numérica; es más, nos hundimos en ella cada vez más», escribe Manaranche. (…)

En el origen de la crisis de vocaciones, no se cansa de repetir Manaranche, hay múltiples causas, pero la principal es de orden doctrinal. En la crisis subyace un debilitamiento teológico que concierne tanto a la naturaleza del cristianismo como a la específica identidad del sacerdote. (…)

En un clima teológicamente débil aparecen las soluciones fáciles, como las que proclaman que la carencia de sacerdotes es una oportunidad para que la Iglesia pueda valorar mejor a los laicos, promoviendo, por ejemplo, las asambleas dominicales sin sacerdote. Este clima es también un terreno fértil para esas propuestas lanzadas sobre todo por los medios de comunicación: ¿por qué no ordenar hombres casados?, ¿por qué continuar manteniendo la ley del celibato?, ¿por qué no conferir el sacerdocio a las mujeres? (…).

Según Manaranche, se está produciendo una erosión del presbiterado en todos sus aspectos, que intenta disolver la identidad del sacerdote. (…) En concreto, cuatro cosas molestan del sacerdote: la naturaleza distinta de su sacerdocio con respecto al de los laicos, su consagración mediante el sacramento del Orden, su disponibilidad al servicio permanente, y su tarea apostólica indivisible de evangelizador, de santificador y de pastor.

Antes que nada, se busca disolver el sacerdote dentro de la masa de los fieles, insistiendo de modo unilateral en el sacerdocio bautismal y en los ministerios en general. Quien sale perdiendo es el sacramento del Orden, que resulta silenciado. Ahora bien, a diferencia del sacerdocio bautismal y de los otros ministerios, la misión del sacerdote deriva de su ordenación, que lo hace capaz de cumplir aquello que, por sí solo, él sería incapaz de hacer.

En segundo lugar, se quiere concebir la tarea del sacerdote de modo puramente funcional, olvidando que con la ordenación el sacerdote recibe una consagración de toda su persona y no un simple encargo jurídico o un mandato administrativo.

(…) En tercer lugar, se buscaría desmovilizar al sacerdote, negando que la ordenación lo convierta en una persona entregada al Señor de modo total e indiviso. Un hombre radicalmente entregado a la causa de Cristo y del reino de Dios resulta incómodo para la mentalidad secularista, que no tolera otra cosa que las funciones. Blanco privilegiado de esta mentalidad funcionarial es sobre todo el celibato, que, en tanto que vivido de modo radical, comporta una disponibilidad total para el servicio y constituye un desafío para la mentalidad secularista.

Finalmente, se estaría produciendo una desmitificación de la figura del sacerdote para dar espacio a los laicos, reduciéndole al papel de celebrante de misas, que va de comunidad en comunidad, sin ningún contacto directo y continuado con su gente. Para legitimar esta postura se da una definición parcial del sacerdote, reduciéndolo a administrador de determinados sacramentos (Eucaristía y Penitencia), y olvidando que en el ministerio del sacerdote las tres funciones de evangelizador, de santificador y de pastor constituyen un todo indisociable.

(…) Manaranche denuncia una praxis que va tomando pie, según la cual algunos laicos o religiosas asumen de hecho el papel del párroco, como por ejemplo en las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote. «No podemos -escribe el jesuita francés- conjugar dos tácticas contradictorias: exaltar estas asambleas y pedir vocaciones». Según Manaranche, estas asambleas conllevan un problema de fondo: en éstas, en efecto, la Eucaristía es una presencia separada de su acto (la Misa), una presencia real a merced de quien tenga la llave del sagrario. En ellas desaparece por completo la estructura de la Iglesia, que se manifiesta por la celebración de la Misa, donde cada uno se sitúa en su lugar.

En conclusión, dice Manaranche, no se puede manifestar al mismo tiempo un compromiso por las vocaciones sacerdotales y vaciar de contenido el sacramento del Orden, en la teoría o en la práctica. El sacerdote es algo constitutivo para la Iglesia, y por lo tanto no es reemplazable, sino que hay que buscarlos. Hace falta, por tanto, armarse de buena teología y definir la identidad del sacerdote.

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