La secta que se sospecha responsable del atentado con gas tóxico cometido la semana pasada en el metro de Tokio es una de las muchas que han surgido en Japón en los últimos años. En la década de los 80 ha habido un nuevo rebrote de estos movimientos, con la particularidad de que, a diferencia de los aparecidos en olas anteriores, prosperan especialmente entre jóvenes urbanos.
Los sociólogos piensan que el bienestar material está dejando un vacío interior en muchos jóvenes japoneses. Susumu Shimazono, experto en religiones de la Universidad de Tokio, opina que mucha gente se siente contrariada porque está sola y desea compartir experiencias, y porque, además, necesita conseguir cierto poder personal para abrirse camino en medio de la sociedad competitiva. Intereses que bastantes sectas satisfacen.
El aumento de las sectas en Japón es llamativo. Actualmente hay unas 185.000 organizaciones religiosas reconocidas, según un profesor de la Universidad de Tsukuba, lo que supone aproximadamente una por cada 670 habitantes. El ritmo de crecimiento es de 100 nuevos movimientos por año, y se estima que entre el 10% y el 20% de los japoneses están afiliados a alguna, según la revista Newsweek.
Los expertos dicen que Japón está en medio de su tercera oleada de sectas. La primera se produjo al comienzo de la era Meiji, a mediados del siglo pasado; la segunda, al concluir la II Guerra Mundial. Precisamente entonces, en los años 40, nacieron las grandes sectas actuales. Mientras que las personas atraídas por las sectas en las dos primeras olas provenían de franjas marginales de la población, actualmente muchos de los nuevos miembros son jóvenes urbanos que están agobiados por el trabajo y que sienten, además del deseo de paz, fascinación por las fuerzas ocultas.
De todos modos, lo que Occidente ve como prácticas esotéricas (la concentración mental o la meditación trascendental, por ejemplo) es algo común en el sustrato religioso popular japonés, y rebrota periódicamente, según el antropólogo francés Jean-Pierre Berthon, especialista en religiones de Japón.
La mayoría de las nuevas sectas parecen inofensivas. Sus miembros persiguen la paz mundial o la calma interior a través de la reflexión, la meditación y la oración. Algunos de esos movimientos se sirven de la televisión o crean editoriales para darse a conocer. De hecho, casi todas las librerías del país cuentan con secciones específicas de temas religiosos, donde tampoco faltan los tebeos que transmiten a los más pequeños las ideas principales de algunas de las sectas.
En el caso del atentado con gas en Tokio, la secta sospechosa es Aum Shinrikyo, fundada en 1986, y probablemente una de las más controvertidas del país. Su líder promete a los seguidores la «liberación búdica» de la enfermedad y del mundo. Pero los interesados deben abandonar a su familia y, tras unos ritos de purificación, seguir un modo de vida monástico, como prescribe la rama más rigurosa del budismo. A esta doctrina se suma la profecía apocalíptica de que el fin del mundo llegará en 1999.
Hace años se formó una pequeña asociación de padres de jóvenes captados por esta secta. Pero el abogado de esta asociación y toda su familia desaparecieron misteriosamente en 1989.