La fabricación de estadísticas para causas nobles

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Desde Nueva Delhi, John Stackhouse explica que las organizaciones de ayuda al desarrollo suelen manejar estadísticas inciertas para justificar sus programas (The Globe and Mail, Toronto, 14-I-95).

(…) Algunas organizaciones humanitarias y de ayuda al desarrollo, ya se ocupen de catástrofes naturales o de crisis humanas, han exagerado mucho -o inventado descaradamente, en algunos casos- los números, para apoyar sus causas. De hecho, gran parte del retrato estadístico del Tercer Mundo que los organismos de ayuda presentan al Primer Mundo es poco más que conjeturas.

(…) El uso de datos endebles por parte de la ONU «es sencillamente escandaloso», dice T. N. Srinivasan, especialista en economía del desarrollo, de la Universidad Yale. «La obsesión por publicar números, haciéndolos pasar por medidas objetivas para un país y un año dados, cuando en realidad son a lo sumo proyecciones, parece haberse impuesto a la sobria valoración de la calidad de los datos disponibles».

Sin duda, la medida de los progresos y los fracasos es uno de los problemas más complicados del negocio del desarrollo. En los países más pobres, aun medidas tan claras como el producto nacional bruto resultan irrelevantes, pues allí la economía sumergida representa el grueso de la producción total.

En muchos países ni siquiera hay censo de población, que es la medida más básica, tan antigua como la sociedad organizada. Según el Fondo de la ONU para la Población, 22 de los 180 países menos desarrollados no han hecho censo desde 1975. Siete de ellos no lo han hecho nunca.

Otro caso de incertidumbre estadística es la extensión del SIDA en el mundo en desarrollo. En la India, por ejemplo, el Ministerio de Sanidad dice que en el año 2000 habrá cinco millones de indios infectados con el VIH y los casos de SIDA podrían llegar a ser un millón. Sin embargo, en 1992 el Ministerio predijo que habría 60.000 casos en los tres años siguientes. Hasta ahora, sólo se han registrado 885 casos.

UNICEF, en su informe Estado mundial de la infancia 1995, reconoce que maneja «estadísticas imperfectas». Dice que «el hecho de que rara vez se disponga de tales estadísticas constituye uno de los principales puntos débiles de los actuales programas de desarrollo social». A continuación, UNICEF llena 85 páginas de números, números y más números.

En septiembre pasado, durante la Conferencia de El Cairo, se favorecieron importantes decisiones sobre el acceso al aborto seguro, basándose en la preocupante revelación de que todos los años mueren medio millón de mujeres con ocasión del embarazo o del parto. El problema es que, al parecer, nadie sabe de dónde ha salido ese número. En la India, según el Ministerio de Sanidad, mueren por esas causas 130.000 mujeres al año, algo más de la cuarta parte del total dado por la ONU; pero nunca se ha hecho un estudio serio del asunto. «Ese número ha salido de la cabeza de alguien», dice un funcionario de la ONU.

(…) Cuando los datos no son erróneos, pueden ser tremendamente anticuados. (…) «Es un problema muy serio que intentemos hacer planes para 1995 con datos de 1987 -dice un funcionario de la ONU-. Esto es muy triste».

Para explicar esta tendencia, muchos estudiosos del desarrollo moderno señalan a la época en que Robert McNamara fue presidente del Banco Mundial, en los años 70. Cuando era secretario de Defensa de Estados Unidos, aplicó el análisis cuantitativo a la guerra de Vietnam. Su «contabilidad de cadáveres» se convirtió en un acicate para el movimiento anti-belicista. Al llegar a la presidencia del Banco Mundial, decidió que también las organizaciones de ayuda al desarrollo tenían que emplear métodos más científicos. Poco después, el Banco Mundial empezó a justificar sus inversiones contabilizando la pobreza.

Pero fue James Grant, director ejecutivo de UNICEF [hasta su reciente fallecimiento], quien transformó los datos sobre desarrollo en un arma publicitaria. A partir de los años 80, Grant convirtió los informes de UNICEF en mapas de la pobreza.

Otros organismos siguieron su ejemplo, y UNICEF se convirtió también en el maestro de la receta rápida: un remedio que se pudiera presentar tan sencillo como la enfermedad. El resultado fue el fenómeno conocido como «objetivitis»: vacunar al 80% de los niños del mundo, reducir a la mitad la tasa de mortalidad materna, disminuir en un tercio la mortalidad infantil.

Y si el problema se puede presentar en forma de números, las soluciones también. Se dirá, así, que cada receta rápida cuesta muy poco dinero. Por ejemplo, se asegura que la campaña de vacunación sale por unos pocos peniques por niño; pero ese cálculo no cuenta lo que cuesta crear o reformar los sistemas sanitarios, imprescindible para alcanzar el objetivo. (…)

Entonces, ¿por qué las grandes organizaciones de ayuda al desarrollo siguen difundiendo estadísticas erróneas e imágenes deformadas de los problemas del Tercer Mundo?

La respuesta más común es que no se dispone de datos mejores y, mientras tanto, el fin justifica los medios. «¿Qué importa que usemos números falsos, si lo hacemos por el bien de los niños?», dice L. N. Balaji, director de investigación de la delegación de UNICEF en Nueva Delhi.

Otro motivo puede ser el interés propio. Para los grandes organismos de la ONU y el Banco Mundial, los informes anuales sobre desarrollo, atestados de datos aparentemente autorizados, son decisivos para obtener financiación. (…)

Incluso aunque los números sean exactos, se puede hacer con ellos simplificaciones para reforzar estereotipos. En un discurso de 1993, Peter Adamson, autor de varios informes de UNICEF, dijo que muchas veces tales análisis hacen que la gente del mundo en desarrollo «parezca tonta». «Al decir que las soluciones son sencillas y baratas, que sólo con que cada uno aporte unos céntimos se puede lograr grandes mejoras, damos a entender que nosotros poseemos el conocimiento y las técnicas necesarias para resolver los problemas del modo más sencillo y que la gente del mundo en desarrollo no sabe casi nada».

En un libro reciente, The Experience of Poverty, Tony Beck, de la Universidad de Columbia Británica, especialista en Asia meridional, sostiene que la élite mundial de los organismos de ayuda al desarrollo no sólo ha reducido a los pobres a estadísticas, sino que además ha definido esa estadística. Tomemos el caso del típico planificador de Katmandú, la capital de Nepal. Seguramente considera que la educación primaria es un elemento importante, esencial incluso, del desarrollo. Por su parte, las campesinas nepalíes seguramente estiman más importante la posibilidad de tener acceso a los bosques comunales, porque necesitan leña para cocinar. Si esas mujeres tienen acceso a un bosque renovable pero no a una escuela estatal, los estudios las catalogan como pobres.

Beck dice que tales ideas preconcebidas de la pobreza consideran a los pobres como «objetos pasivos de la planificación estatal». Ya no se pregunta a los campesinos si pasan hambre. Se les pregunta qué comen, y las respuestas se meten en una tabla de ingestión de calorías que dice al autor del estudio si los entrevistados pasan hambre.

«La preocupación por las mediciones -escribe Beck- casa bien con un sistema en el que un Estado centralizado crea la política social y luego la impone ‘desde arriba’ a los pobres, con objeto de colocar a los pobres por encima del límite oficial de pobreza. Podríamos y deberíamos preguntarnos qué parte tienen los pobres mismos en este proceso y por qué no se tiene en cuenta su experiencia en los debates sobre la pobreza».

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