Contrapunto
A propósito o no, la destitución de Mons. Jacques Gaillot ha coincidido con el viaje de Juan Pablo II a tierras de Asia y Oceanía. Y mientras algunos miles de personas protestaban en Francia contra la sanción al obispo de Évreux, el Papa congregaba a unos cuatro millones sólo en la celebración de la Jornada de la Juventud en Manila. La disparidad era tan evidente que los comentaristas empeñados en criticar a Juan Pablo II han tenido que hacer malabarismos para ignorarla.
Por ejemplo, Henri Fesquet, antiguo responsable de la información religiosa de Le Monde, escribe en el diario parisino que la destitución de Gaillot «se ha vuelto contra el Papa y daña a su credibilidad y a su popularidad. El entusiasmo de las multitudes orientales no prueba gran cosa puesto que no están al corriente». He aquí, en toda su arrogancia, el eurocentrismo otras veces denostado. La adhesión al Papa de los filipinos y asiáticos, no cuenta. No hace falta decirlo: la opinión de una multitud tercermundista, pobre y acrítica, sólo puede incluirse en el apartado «no sabe, no contesta».
Lo curioso es que en defensa de Gaillot se aduce su dedicación a los pobres y a los excluidos. Pero si los pobres tienen rasgos orientales y aplauden al Papa, entonces ya no son precursores del Reino sino masas ignorantes.
Imaginemos invertida la situación. Supongamos que una multitud de varios millones se manifestara contra el Papa en Asia, mientras él era aplaudido en Roma por unos pocos miles de incondicionales. ¿Qué se habría dicho entonces? «La Iglesia joven y vigorosa frente a un Papa rodeado de un obsoleto círculo eclesiástico…»
Pero es que, incluso en Occidente, la popularidad del Papa es muy superior a la de sus críticos. En la anterior Jornada de la Juventud en Denver (Estados Unidos), hace dos años, Juan Pablo II congregó a millón y medio de jóvenes. El reciente libro del Papa ha sido un bestseller indiscutible. Y hasta Time acaba de elegir a Juan Pablo II «hombre del año», destacando su capacidad para «difundir un mensaje no de oportunismo o componenda, sino sobre lo que está bien o lo que está mal».
Y aunque esto le atraiga ataques de algunos, parece una actitud también rentable en términos de popularidad. Pues lo que resta credibilidad a un mensaje es que intente conciliar doctrinas inconciliables.
Ignacio Aréchaga