El gobierno de Singapur es uno de los más activos propagandistas de los «valores asiáticos», centrados en la solidaridad y la cohesión familiar. Melinda Tankard tiene otra visión de la política oficial de ese país (Perspective, diciembre 1994).
El primer ministro de Singapur, Goh Chok Tong, dice que quiere fortalecer la familia y promover los «valores asiáticos tradicionales». Después de vivir en Singapur durante casi todo 1992 (antes, mi marido pasó allí muchos años), no puedo sino mostrarme un tanto escéptica.
Una de las principales medidas pro familia en Singapur es la discriminación contra las madres solteras pobres. El gobierno dice que permitir a tales mujeres que compren viviendas públicas en reventa «equivaldría a hacer que su situación pareciera respetable». Así, tendrán que adquirir esas viviendas por el doble de lo que cuestan en el mercado de reventa, y eso si obtienen permiso oficial.
Pero son pocas las mujeres de Singapur que optan deliberadamente por tener hijos sin casarse, como en desafiante declaración de independencia. Entre tres millones de habitantes, hay unas 1.200 madres solteras, y el número prácticamente no aumenta. En la mayoría de los casos, son mujeres abandonadas por sus compañeros y que han rehusado abortar. Penalizarlas difícilmente puede considerarse una medida pro familia. (Ante las numerosas críticas, el gobierno dice que también a los padres solteros se aplicará la misma regla, lo que seguiría siendo discriminatorio).
Para disuadir a la gente de procrear sin casarse, los hijos de madres solteras no tendrán derecho a asistencia médica pública. Esto supone una presión aún mayor para que aborten las madres solteras. (En Singapur el aborto es barato y fácil de obtener. Allí se aborta uno de cada cuatro niños). Estas medidas no refuerzan valores, sino prejuicios. Según el ministro de Información y Cultura, el general George Yoe, «los niños nacidos fuera del matrimonio deben ser vistos con desaprobación. Nunca se debe legitimar la ilegitimidad». El mensaje implícito del gobierno parece ser: mejor abortar que tener un hijo ilegítimo.
El gobierno de Singapur no desea la decadencia occidental con los males que la acompañan. Pero el consumismo y la ostentación de la riqueza están a la orden del día. El gobierno dice que sus campañas están dirigidas a «estimular a los diversos grupos cívicos, comunitarios y económicos a trabajar junto con el Estado para promover valores clave, como el respeto, amor, atención y preocupación de unos por otros, los deberes filiales, el compromiso y la responsabilidad». Pero esto, subraya, no debe ser a costa del crecimiento y la prosperidad económicos.
La familia como recurso productivo
Las familias de Singapur están sufriendo las consecuencias de ser consideradas como recursos productivos. A principios de 1994, Lee Kuan Yew hizo una reveladora declaración: «En toda medida social, nuestro objetivo es no el individuo, sino la familia… Por tanto, protegemos la unidad familiar porque es un importante salvavidas económico».
Las familias de dos sueldos son la norma en Singapur. En 1970, las mujeres constituían el 20,5% de la población activa. En 1990, la proporción había subido al 50,3%. En total, trabajan 200.000 mujeres casadas, aunque están desproporcionadamente presentes en los empleos de baja cualificación y reciben menos paga por el mismo trabajo. Hombres y mujeres trabajan muchas horas. Se ven forzados a recurrir a empleadas del hogar, a guarderías -donde las plazas son limitadas- y a los abuelos. Cuando yo estaba allí, algunos padres enviaban a sus hijos pequeños a Malasia, al otro lado de la frontera, para que los cuidaran, y sólo los veían cuando iban a visitarlos, una vez a la semana o incluso una vez al mes.
Las empleadas del hogar filipinas son quienes se hacen cargo de los niños en la mayor parte de los casos. Muchas de ellas dejan a los suyos propios en Filipinas con la esperanza -generalmente infundada- de ganar grandes sumas para enviar a casa. Pero ahora el gobierno dice a las mujeres de Singapur que deben dejar de depender de empleadas del hogar extranjeras, a las que achaca «consecuencias sociales indeseables». En el periódico Straits Times, oficialista, pude leer que era necesario afrontar el problema de las empleadas del hogar porque «Singapur no quiere ver más mujeres que abandonan un trabajo de dedicación completa para cuidar de parientes ancianos o niños pequeños, o -peor aún- que no tienen más que un hijo, en vez de los tres o cuatro que deberían tener».
Cuando la niñera hace de madre
La mujer de Singapur se enfrenta con un doloroso dilema. Debe seguir trabajando, pero no debe depender demasiado de una empleada del hogar. Debe tener tres o cuatro hijos, aunque lo más probable es que no sea ella la que vaya a atenderlos.
Muchas mujeres ven que sus hijos se distancian de ellas, y miran con resentimiento la íntima relación entre los niños y las empleadas del hogar. «¿Para qué tener otro niño, si mi hija sólo pregunta por su niñera y a mí no me quiere?», se preguntaba una mujer. Pero ¿cómo pueden las madres resistir las presiones sociales y políticas que se ejercen sobre ellas para que contribuyan a mantener en funcionamiento los engranajes de la industria y el desarrollo? Las mujeres -y los hombres- de Singapur no tienen, en realidad, elección. Todo juega en contra de que cuiden a sus propios hijos.
Irónicamente, la presión natalista del gobierno es consecuencia de su propio exceso de celo en la política de signo contrario que emprendió en los años 70. Aquella campaña para limitar a dos el número de hijos por familia ha llevado al país al envejecimiento de la población y a depender cada vez más de la mano de obra extranjera.
Resulta difícil no interpretar el nuevo ardor «pro familia» como una maniobra del gobierno, deseoso de pasar por ser el guardián de la familia y de los valores asiáticos, a la vez que no hace nada sustancial para evitar que las exigencias de la economía deterioren la calidad de la vida familiar. No hay que olvidar que éste es el mismo gobierno que no hace mucho penalizaba a los padres que tenían más de dos hijos. Pese a las ventajas fiscales y otros incentivos para los que ahora tienen más de dos hijos, la tasa de fertilidad ha bajado a 1,7. Quizá la propaganda oficial a favor del éxito económico ha anulado la propaganda a favor de los hijos, y el deseo de prosperidad ha sustituido al deseo de tener familia.