Claves de un éxito
Isabel Allende tiene millones de lectores. Sus obras han sido traducidas a muchos idiomas. Aunque, dentro de la literatura hispanoamericana, no sea una favorita de los críticos, su aceptación popular es indiscutible. ¿Cómo ha logrado conectar con públicos muy diversos? Sin duda, esta escritora chilena, que ha vivido exiliada en Venezuela y que ahora reside en California, constituye un fenómeno que resulta tentador analizar.
Lo primero que salta a la vista en su obra es la impronta de sus experiencias familiares. Cabe preguntarse si hubiera alcanzado la misma fama si no fuera la sobrina del ex presidente de Chile, Salvador Allende; si podría haber escrito La casa de los espíritus sin sus abuelos maternos, en cuya historia se basa el argumento. De no ser por el matrimonio con su segundo marido, William C. Gordon, El Plan infinito quizá no hubiera llegado a la imprenta; y por supuesto, Paula no existiría de no ser por la trágica muerte de su hija tras un año de permanecer en coma.
Al escribir novelas, Isabel Allende plasma sus propias vivencias personales y familiares, adornadas con detalles sentimentales, políticos y de fantasía. Cuenta hechos y circunstancias reales más o menos pretéritos, siempre dentro del siglo XX, con escasas aportaciones originales en el argumento, pero con cierto encanto legendario y romántico. No es en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta, donde radica el éxito de esta narradora, que no ha sido nunca una favorita de los críticos pero que ha logrado una amplia acogida popular.
Novelas militantes
Isabel Allende tiene indiscutibles cualidades fabuladoras. Su oficio es contar cuentos, como le ocurre a una de sus protagonistas, Eva Luna. Y, a la vez, sabe cómo impregnar esos cuentos de matices conectados con la actualidad y con la mentalidad del público al que se dirige. En cada momento, en cada uno de sus libros, se aprecia esta adaptación camaleónica, este amoldarse de modo consciente al viento que más fuerte sopla.
Así, La casa de los espíritus (1982) y De amor y de sombra (1984), sus dos primeras novelas, son de tema político y defienden la memoria del presidente Allende y el socialismo que él puso en práctica. Paralelamente, condena los abusos de la dictadura militar del general Pinochet, por entonces en el poder. La defensa de los héroes revolucionarios y la execración de los seguidores del tirano, están hechas de acuerdo con los rígidos esquemas marxistas que separan a los «buenos» de los «malos».
Son novelas de claro signo militante, en un momento en que la militancia izquierdista era todavía un valor en alza, antes de quedar ahogada por el desencanto posmoderno. Aunque en ellas haya valores literarios, están supeditados a la causa ideológica, sobre todo en De amor y de sombra. Naturalmente, las fuerzas políticas internacionales de este signo contribuyeron a que los escritos de Isabel Allende, que tan adecuadamente servían a su causa, tuvieran una difusión masiva. Aquella mujer de cuarenta años, aspecto hippy y palabra envolvente llegaba en un momento oportuno, cuando otros escritores favorables a dictaduras de izquierda, como la castrista, empezaban a estar un poco pasados de moda.
El exilio y el dolor
En 1987 se publica Eva Luna. Siguiendo el curso de la trayectoria vital de la autora, ahora no es Chile el escenario de la acción, sino un país del Caribe, asentado sobre el petróleo.
Venezuela es la patria literaria de Eva Luna y el marco de su pintoresca e increíble historia. También en esta obra aparece el mensaje político en la figura del guerrillero Huberto Naranjo, aunque ya con menor fuerza heroica que en los dos libros anteriores.
Cuando el Muro de Berlín se desmoronó, Isabel Allende acertó a girar en la dirección oportuna para no quedar desfasada. En 1992 se publicó El Plan infinito, reflejo de una nueva etapa en la vida de la autora, que cambió las tierras caribeñas y el marido chileno por el clima californiano y un nuevo compañero, ciudadano del país más rico del mundo.
Quien antes atacaba a los norteamericanos como enemigos de las democracias latinoamericanas, descubre que poseen valores humanos muy interesantes y pacta con ellos en doble alianza de boda y dólares. En este libro, muestra una vez más su habilidad para hallar el enfoque argumental idóneo.
El protagonista es descendiente de emigrantes europeos, pero, por azares de la vida, se cría entre chicanos. Esta circunstancia le da ocasión de elogiar lo mucho que la población hispana hace por su patria de adopción, a pesar de que no siempre se le facilita la tarea ni se le agradece. Así, el tema norteamericano se trata desde una perspectiva no plenamente favorable y que a la vez interesa a los lectores de lengua española a ambos lados del Atlántico.
Paula, publicada en 1994 a partir del dolor provocado por la muerte de su hija, completa el proceso de despolitización de la obra de Isabel Allende. La triste peripecia de la joven recién casada que entra en coma irreversible, a quien su madre desea desesperadamente recuperar con vida, hasta que comprende que es inútil, da pie a un argumento relacionado con el mundo de los afectos, la muerte y el espiritualismo al estilo Nueva Era.
Dotes fabuladoras
Las complicadas historias basadas en la vida de sus parientes y maridos, son el entramado sobre el que se aplica la indiscutible habilidad de Isabel Allende para inventar mitos a partir de realidades comunes. Este don fabulador cuenta además con otros recursos literarios, como la ambientación de fondo que da a sus extensos y barrocos relatos.
Movida por el deseo de persuadir, Isabel Allende cede a la tentación de dominar las mentes ajenas, acudiendo al manejo de tópicos e ideas acomodaticias con las que el público puede identificarse sin esfuerzo.
En sus comienzos, practicaba una agresiva mezcla de política y sexo, que hacía soñar con un futuro de justicia e igualdad universales al calor del amor libre. Sus personajes, etiquetados con nombres simbólicos tales como Digna o Leal, eran los iniciadores de una nueva etapa histórica, marcada por la libertad y la espontaneidad y por supuesto, libre de tristezas. Tan idílico panorama venidero implicaba la caída de las dos grandes tiranías existentes, a saber, la de los ricos y la de la Iglesia católica.
Tras haber ensalzado la revolución y el sexo sin trabas, pasa a jugar con un vago espiritualismo que rechaza el dogmatismo católico y la práctica religiosa.
La casa de los espíritus, su primera obra, comienza narrando una celebración litúrgica de Jueves Santo, de modo que aparezca convenientemente ridiculizada, sin que eso impida que a lo largo de la novela, la abuela Clara se mantenga en contacto con fantasmas. No se trata por tanto de negar el mundo espiritual, sino el modo cristiano de interpretarlo.
En este primer libro, aparecen también los elementos feministas que serán uno de los más frecuentes recursos de la autora. La igualdad del hombre y la mujer no se mantiene en el plano de la dignidad básica que corresponde al individuo por encima de su condición femenina o masculina, sino en el de la instrumentalización del otro en el sentido sexual.
La mujer tiene igual derecho a servirse del hombre para su propio placer que el hombre a utilizarla para este fin. Asimismo, la homosexualidad no es sino una forma de encuentro más, tan aceptable como la heterosexualidad.
Militancia izquierdista, burla antirreligiosa de la que sólo se salva el clero más próximo a la teología de la liberación y una postura ética totalmente permisiva en el aspecto sexual, fueron los rasgos de fondo destacables en la producción de Isabel Allende.
Religiosidad difusa
Con el tiempo, este planteamiento evoluciona, siempre en función de los estados de opinión vigentes. Isabel Allende elimina los extremismos y rechazos viscerales, muestra una mayor tolerancia, una cierta pretensión ética de signo humanizador que suavice la dureza revolucionaria, un romanticismo dulzón que permita cubrir la antigua crudeza erótica y disimular la descarnada pretensión feminista de dominio.
En El Plan infinito se apunta y en Paula se manifiesta de modo pleno una vaga religiosidad, tan confusa, inconcreta y amorfa que puede servir para todo sin oponerse a nada. Así, tras la muerte de su hija, escribe: «Supe que el viaje a través del dolor terminaba en un vacío absoluto (…) ese vacío está lleno de todo lo que contiene el universo. Es nada y es todo a la vez. Luz sacramental y oscuridad insondable. Soy el vacío, soy todo lo que existe (….) soy nada y todo lo demás en esta vida y en otras vidas, inmortal».
Se trata de una concepción del alma humana muy literaria y sin exigencias, que no requiere hacer méritos para la vida futura, que nada significa en realidad y, por tanto, a nada compromete.
Recursos narrativos
Al margen de sus ideas, ¿qué recursos narrativos explican el éxito alcanzado por Isabel Allende? La clave parece estar en una feliz alianza de personajes perfilados con rasgos atractivos, descripciones llenas de colorido, aunque a veces en exceso barrocas y afectadas -«cutis de porcelana trizada»-, junto con un clima narrativo envolvente, de léxico sencillo, en el que la comunicación autor-lector se establece de inmediato.
Los quiebros de la acción, a veces poco convincentes, las situaciones repetitivas, los argumentos estirados y ramificados mucho más allá de lo prudente y los excesos verbosos en el tamaño de las frases, se compensan, según el poco exigente criterio de sus lectores asiduos, con las cualidades antes citadas.
Si a estos elementos se añade mucha fantasía, ciertas dosis de misterio, romanticismo político y amoroso, afán polémico y seguimiento de la actualidad, la fórmula es impecable y eficaz.
Otra cosa bien distinta es que el nombre de Isabel Allende figure entre los literatos destinados a permanecer en primera fila, ajenos al paso del tiempo. Lo más probable es que esto no ocurra y que con los años su nombre llegue a caer en el olvido. Pero, mientras tanto, sus libros se siguen vendiendo y se leen, aunque sus páginas produzcan sólo una satisfacción tan emotiva como indolora y superficial.
Datos biográficos
Isabel Allende nació en Lima (Perú) en octubre de 1942, hija de padres chilenos, pertenecientes a la alta burguesía del país. Tuvo dos hermanos. Pero la familia se rompió pronto por la incompatibilidad de los cónyuges, y la madre con sus tres hijos volvió a Santiago de Chile, a la casa paterna. En esta ciudad creció la escritora hasta que el hombre con el que su madre mantuvo una duradera relación extramatrimonial obtuvo un destino diplomático en Beirut. Tras permanecer varios años en el Líbano, regresaron a Chile, donde Isabel Allende estudió, ejerció el periodismo y se casó a los diecinueve años.
Con la llegada al poder, en septiembre de 1970, del político socialista Salvador Allende, primo de su padre, inicia una intensa colaboración con el gobierno de éste.
Tras el golpe de Estado de Pinochet, abandona Chile en 1975 para instalarse con su marido y sus dos hijos en Caracas. La vida en esta ciudad, en la que permanecieron trece años, no fue nada fácil, por la violencia que reinaba en las calles y por lo precario de la situación económica y laboral en que se encontraban.
En Caracas comienza la carrera literaria de Isabel Allende. Publica en 1982 La casa de los espíritus y en 1984 De amor y de sombra, a los que siguió Eva Luna en 1987.
En 1986 se separa de su marido y, siendo ya una autora de cierto renombre, hace frecuentes viajes de promoción de sus libros. Así fue como conoció en California a un abogado llamado William C. Gordon, con el que se casó en 1988.
En ese mismo año pudo volver a pisar tierra chilena, después de más de una década de exilio, pero su regreso será sólo una visita de carácter sentimental y político a la vez, no un retorno definitivo.
En 1992 publicó El Plan infinito y en 1994 vio la luz Paula, que es su último título hasta hoy, inspirado en la muerte de su única hija. La casa de los espíritus y De amor y de sombra han sido llevados al cine, el segundo de ellos con Antonio Banderas como protagonista masculino.
Pilar de Cecilia