Contrapunto
Un grupo activista británico, la Anti Racist Alliance, ha protestado porque en la sección de literatura infantil de los almacenes Harrods se vende un libro «racista». Hasta hace poco nadie había sospechado que Little Black Sambo, un cuento clásico escrito en 1899 por Helen Bannerman, pudiera envenenar las mentes infantiles. Pero la censura políticamente correcta es mucho más suspicaz que la de otros tiempos.
Sin embargo, la historia del cuento es pura fantasía y no tiene connotaciones despectivas para nadie. El protagonista, un niño africano llamado Sambo, es amenazado por unos tigres que le arrebatan sus elegantes vestidos nuevos. Con astucia, Sambo consigue que los tigres luchen tan furiosamente entre ellos que se convierten en mantequilla, mientras él recupera sus ropas. En suma, sale triunfante. ¿Por qué molesta entonces a la Alianza Antirracista? Simplemente porque con el tiempo la palabra Sambo se ha empleado para designar de modo despectivo a los negros, y Mrs. Bannerman era blanca.
¿Pero qué culpa tiene el libro? Como comenta el Daily Telegraph, «si Mrs. Bannerman hubiera hecho que el protagonista fuera blanco y hubiera escrito la misma historia, o si ella fuera negra, nadie tendría nada que decir. Los grupos antirracistas proclaman siempre que su misión es mejorar las relaciones entre las razas. Pero parece ser que esto no implica tolerar que un miembro de una raza pueda crear una historia sobre una persona de otra raza».
Lo malo no es que a la Anti Racist Alliance no le guste la historia de Sambo. Más preocupante es que intente prohibir su venta: «Nos sorprende -dicen- que Harrods tenga algo que ver con tal obra que nos retrotrae al periodo colonial y que ha sido ya prohibida en muchas librerías». Pero esta censura nos retrotrae al Índice de libros prohibidos, que, sin embargo, nunca pretendió impedir la venta de los libros indeseables en las librerías.
Incluso en Harrods parece que la historia de Sambo se vende con unas precauciones que no se han logrado imponer en los kioscos con las revistas pornográficas. Según han comprobado los periodistas, al pedir el libro lo sacan del almacén, pues no está en los estantes. «No lo exhibimos en los estantes -explica el dependiente- porque no está considerado políticamente correcto. Sin embargo, es bastante popular». Por lo visto, aquí no vale el argumento de que hay que ofrecer al público lo que pide, sin dictarle lo que debe o no comprar.
Más bien, en este caso se le intenta ofrecer lo que no pide. Dos autores negros norteamericanos han reescrito el cuento para «adecuar» la historia a un nuevo contexto. La versión moderna se llama Sam y los tigres. De este modo se hace realidad lo que el escritor norteamericano James Finn parodiaba hace poco en su obra Cuentos infantiles políticamente correctos. Finn reescribía cuentos tradicionales -desde Blancanieves a Caperucita Roja-, teniendo en cuenta las exigencias del lenguaje no sexista, de la moral ecológica o del respeto a las minorías. Como parodia, era divertido. Pero si se convierte en norma, resultará aburrido, por no decir inquietante.
Juan Domínguez