La crítica del sociólogo Christopher Lasch
La idea de no culpabilizar a nadie ha creado desde la escuela una gran preocupación por la autoestima. Al mismo tiempo, la reivindicación del derecho a la diferencia lleva a que cada grupo o minoría interprete cualquier crítica como una ofensa. Sin embargo, los hechos son testarudos y el choque entre la alta idea de uno mismo y la realidad acaba produciendo crisis de autoestima. Tal vez sea que, como advierte el sociólogo Christopher Lasch en su libro La rebelión de las élites (1), nuestra atención a la autoestima es hoy enfermiza.
Al trazar el perfil de la sociedad norteamericana actual, Lasch observa que «dedicamos la mayor parte de nuestra energía espiritual a combatir la vergüenza y la culpa, con la finalidad de que las personas ‘se sientan bien consigo mismas'». En la vanguardia de ese esfuerzo hay bastantes psiquiatras, dedicados a curar a pacientes que pasan crisis de autoestima. Pero lo significativo del caso es que este problema se ha generalizado.
Se pone tanto empeño en no culpabilizar a nadie y en defender toda diversidad que cualquier minoría puede parapetarse tras opiniones propias, impermeables a toda crítica. Cada grupo se segrega, incluso físicamente, con sus propios dogmas (grupos de homosexuales, de feministas, minorías étnicas, etc.). Se produce así una «balcanización de la opinión», en la que nadie está dispuesto a ceder, para que no sufra la autoestima del grupo.
Doble rasero
Esta situación de las minorías, se reproduce a escala general por el doble rasero con que se juzga a las personas en la sociedad. Por un lado, desde ámbitos como la enseñanza, la política o las Iglesias, se tiende a fomentar la autoindulgencia, mientras que, por otro, se impone la competitividad laboral y se extiende el criterio de juzgar a las personas en función del éxito, lo que continuamente pone en cuestión la estima personal.
Para Lasch, hemos pasado de la aristocracia de nacimiento a la aristocracia del talento mediante algunos mecanismos: la comprobación de la inteligencia por el mercado laboral, el abandono del principio de antigüedad a la hora de ascender en la empresa y la creciente influencia de la educación escolar. Incluso, con el desarrollo de la igualdad de oportunidades en la educación, los que se quedan atrás tienen menos motivos para quejarse legítimamente de su suerte, lo cual perjudica su autoestima.
Pero el éxito social o laboral no basta para garantizar la autoestima. La feminista Gloria Steinem reconoce en La revolución desde dentro (