Juan Pablo II pidió a los obispos católicos de China que trabajen por la plena reconciliación entre los llamados «clandestinos» (fieles a Roma) y «patrióticos» (parcialmente condescendientes con el régimen), de modo que la unidad sea su meta prioritaria con vistas al Jubileo del año 2000.
El Papa lanzó esta propuesta en un mensaje radiofónico pronunciado en la festividad de san Francisco Javier, en el que también dijo que el gobierno de la República Popular China no debe temer nada ni de la Iglesia ni de los católicos, con tal que respete la libertad religiosa.
La intervención del Papa se produce siete meses antes de la plena incorporación de Hong Kong a la jurisdicción de Pekín, y cuando se vuelven a tener noticias de represiones que el gobierno chino está ejerciendo contra los católicos.
El mensaje, difundido por Radio Vaticano y Radio Veritas (que emite desde Filipinas para Asia), fue leído por el Santo Padre durante una misa en su capilla privada a la que asistieron sacerdotes, religiosos y laicos chinos residentes en Roma.
Quizá el momento más emotivo fue cuando leyó en chino la última frase: «el Papa mira con confianza y simpatía a la Iglesia que está en China y alienta el deseo de poder encontrarse personalmente con los católicos chinos para expresar con una misma fe y un mismo amor el agradecimiento al Padre, cuando Él quiera».
En varios pasajes del mensaje, Juan Pablo II pone de relieve que «los católicos chinos, en comunión con la Iglesia esparcida en todo el mundo, se han caracterizado por su fidelidad a Cristo, al Papa y a la realidad de una Iglesia universal, unida como familia de pueblos».
Refiriéndose a los obispos, a quienes va dirigido el mensaje de modo particular, les dice que deben favorecer la plena reconciliación entre todos los fieles. Eso será posible, concreta más adelante, «en la medida en que sepáis instaurar un diálogo en la verdad y en la caridad incluso con los que, a causa de graves y duraderas dificultades, se han alejado, en ciertos aspectos, de la plenitud de la verdad católica». El Papa se refiere, sin citarla expresamente, a la división entre católicos «clandestinos» y «patrióticos», una escisión que -de todas formas- ofrece muchos más matices que lo que una simplificación podría hacer creer (por ejemplo, en las ceremonias litúrgicas «patrióticas», es decir, autorizadas por el gobierno, se reza expresamente por el Romano Pontífice).
El Papa es consciente de que los últimos 50 años de opresión han abierto numerosas heridas. De ahí que les sugiera este objetivo de la unidad como una meta para el Jubileo del año 2000.
El Santo Padre se dirige también al gobierno, que siempre ha visto la actividad de la Santa Sede como injerencias en los asuntos internos. «Que las autoridades civiles de la República Popular China estén tranquilas. Un discípulo de Cristo puede vivir su propia fe dentro de cualquier ordenamiento político, con tal que se respete su derecho a comportarse según los dictados de la propia conciencia y de la propia fe».
Y añade con un tono que recuerda sus intervenciones en los años que precedieron la caída del Muro de Berlín: «Repito, por esto, a aquellos gobernantes, como he dicho tantas veces a otros, que no tengan miedo ni de Dios ni de la Iglesia. Es más, les pido con deferencia que en el respeto de la auténtica libertad, que es derecho original de todo hombre y mujer, también los creyentes en Cristo puedan contribuir con sus energías y talentos al desarrollo del país».