Contrapunto
La Iglesia anglicana ha lanzado una campaña para buscar vocaciones sacerdotales entre los jóvenes -hombres y mujeres-, con el deseo de insuflar más energía y entusiasmo en un clero envejecido. La situación lo exige: el número de varones de 20 a 24 años que ingresaron en 1995 en los centros de formación teológica bajó a 28 en 1995, mientras que en 1990 eran 66. Cifras claramente escasas en un país que cuenta oficialmente con unos 24 millones de anglicanos y 1,1 millones de practicantes.
El documento que define la estrategia para atraer jóvenes al clero analiza las dificultades actuales a la hora de encontrar vocaciones. Si se tratara de la Iglesia católica, en seguida se señalaría la exigencia del celibato como gran obstáculo. Pero allí donde no existe tal condición, no por eso hay más vocaciones, y hay que buscar otras causas.
El documento indica, de una parte, la resistencia de los jóvenes a asumir un compromiso y una dedicación de por vida. Acostumbrados a concebir la carrera profesional como una sucesión de trabajos variados y a corto plazo, el sacerdocio parece demasiado inflexible. De otra parte, está el temor de los jóvenes a que la Iglesia anglicana no pueda garantizarles unos ingresos seguros, tras la crisis financiera que sufrió a finales de los ochenta.
Si este diagnóstico es acertado, parece que no exigir el celibato tampoco garantiza la abundancia de vocaciones. Pues el temor a un compromiso definitivo aparece tanto en el celibato como en el matrimonio. A fin de cuentas, matrimonio y celibato exigen una misma fidelidad. Y lo que debilita o fortalece el compromiso afecta tanto al uno como al otro.
Además, el que piensa casarse está lógicamente más preocupado por las necesidades económicas para sacar adelante una familia. De ahí que los factores económicos puedan convertirse en un obstáculo que no existiría en el celibato. Y en cuanto entra en juego lo material, corremos el riesgo de concebir el sacerdocio como una «carrera», concepto que parecía felizmente superado.
Juan Domínguez